de Otto Dix, detrás de la máscara |
Cuando abrí la puerta de casa aquella mañana, cerca del mediodía, la sorpresa fue mayúscula. Aunque hacía casi 30 años que no veía a mi amigo, ahí estaba, como un milagro de Fausto: grandote, lampiño, gordo, con la misma mata de pelo que tenía a los 10 años de edad. Y un fuerte olor, o perfume, a trago.
Me abrazó, o más bien me apañó entre la enormidad de su cuerpo, estremecido por sus grandes carcajadas:
-Mi viejo perro, me dijo, ¿creías que te había olvidado?
-Pero, gordo, cómo… ¿quién te dio mi dirección? Pero entra, que hace frío. Quítate el abrigo. ¡Estás igual, huevón! ¿Pero cómo supiste que yo vivía aquí?
-Tengo fotos de esta casa desde hace unos 3 años. Ya sabes, si hoy día tienes un teléfono o un ordenador, pierdes tu privacidad…
-¡Bego! - llamé a mi mujer -. Ven a saludar a un amigo.
-Lo sé todo. Tu mujer es vasca y se llama Begoña.
-Cabrón. Sigues jugando a los bandidos, por lo que veo. Pero pasa, pasa…
Vino Begoña desde el interior de la casa, sonriente:
-Tomé un desayuno pantagruélico no hace mucho, así es que no te preocupes por la comida, dijo el gordo, a manera de saludo.
-Siempre se le puede echar un poco de agua a la sopa. Ya sabes -, contestó Bego, mientras quedaba sumida en los brazos del grandote de mi amigo.
-Un vinito, acepto encantado.
-El bar lo atiende mi marido - dijo Bego, reapareciendo de entre los brazos del gordo.- Pero eso sí, me tienes que permitir que al menos vaya a peinarme.
-“Politesse oblige”, dijo riendo mi amigo.
Mi mujer fue a acicalarse, y yo traje una botella de vino. Nos acomodamos en el salón con el gordo, y al primer trago se nos soltó la lengua, intentando ambos resumir todos los años que no nos habíamos visto. El gordo, venía más o menos “colocado”. Era notorio el olor a alcohol que desprendía su cuerpo. De manera que al poco rato de nuestra conversación, el gordo, reiteró su estado alcohólico, porque reconocí en él un estilo, una manera sentenciosa de hablar:
-Si alguna vez como espectador o lector, has quedado conmocionado frente a la obra de algún creador, créeme que no ganarás mucho conociéndolo personalmente. Toma en cuenta que Dios mismo tuvo una feísima experiencia en el intento de mostrarse en vivo y en directo”…
A mi amigo, siempre le gustó tomar ese aire de profeta cuando se metía unos cuantos tragos. Nos conocíamos desde Chillán-Chile, hacía casi tantos años como los que yo tengo. Ahora era funcionario internacional. Su trabajo – que nunca estuvo claro de qué se trataba - lo mantenía en permanentes desplazamientos por el mundo.
- Si alguna vez te tienta escribir sobre las huevadas que digo, cámbiame el nombre. No sería muy beneficioso para mí, que se enteraran de lo que verdaderamente pienso…, dijo sonriendo sardónicamente.
- ¿Y cómo querrías llamarte?, le dije, sin plan alguno.
- Trimegisto, me contestó al instante. Ese viejo, Trimegisto, habló muchas huevadas interesantes…
-Veo que la onda clandestina se te quedó pegada como hábito…, le dije bromeando.
-¡Ay, mi viejo perro…!, suspiró Trimegisto, echando vino en las copas… Sin la conspiración, mi trabajo no existiría… El mundo real sólo existe detrás de las cortinas, querido amigo… También el tuyo…, el mío… Salud…
-Salud… ¿Te amarga mucho lo que haces?
-Casi nunca es agradable conocer al actor detrás del telón. Y no me refiero a ti, ya lo entiendes…
-¿Y por qué no te retiras? Podrías jubilar, supongo…
-En mi pega, más bien te jubilan -, me contestó Trimegisto pasándose el dedo índice por el cuello.- La naturaleza del hombre no es sólo luz, ya sabes…
-Perdón- interrumpió mi mujer, entrando desde la cocina-, ¿has probado alguna vez el bacalao en aceite de oliva y ajo?
-No, pero suena bien.
-Es un preparado muy antiguo que utilizaban los pescadores vascos cuando salían a la mar. Antiguamente, las faenas eran de 6 meses…, a veces un año…
-Bien, a probarlo… Supongo que irá bien con el vino…
-¡Es decir! Ya me dirás…
- Hummm… ¡Wonderful! ¡Pero putas que es bueno esto! Merece un trago. Salud.
-Salud, respondí yo, bebiendo mi copa.
Y entonces mi mujer:
-Este…
-Trimegisto, me apresuré a precisar.
-¿Ah, sÍ, Trimegisto?... Bueno. Trimegisto, ¿por qué decías eso que no valía la pena conocer a los creadores?
-Porque en general, es desilusionante… Las obras creativas siempre son superiores a sus creadores. Eso de que “por sus obras los conoceréis”... Su talento creador, sin duda, pero no su persona. Las personas son así, chiquitas. Ya sea poeta, arquitecto, científico…
-Recuerdo que admirabas mucho a Ho Chi Min, sin embargo, le dije.
-Y sigo siendo su admirador. Un hombre que llora ante su pueblo porque tiene que pedirle que vaya a la guerra… Esos hombres ya no se fabrican… ¿Sabes? Ho Chi Min era un creador y creación, al mismo tiempo…
-¿Lo conociste personalmente?, preguntó mi mujer.
-En dos oportunidades… ¡Oye, este bacalao está de la puta madre! Me hubiera gustado que Silvia lo conociera. Salud.
-¿Tu mujer?
Trimegisto, me miró sorprendido. Era cierto. Nunca le había hablado a mi mujer del gordo.
-No, su hija -, corregí.
-Una hija descarriada - agregó Trimegisto, intentando sonreír con ese tonito irónico, escéptico-. Murió, hace dos años.
-Ah, creí… - musitó mi mujer.
-Murió en Irak, la tonta. Era corresponsal de guerra… Una mina en la carretera, ya sabes… La bolita cae justo el día en que te toca… A ella le tocó a pocos días de haber cumplido 50 años.
-Lo siento…
-Nada… Es bueno recordarla entre amigos…
Mientras yo llenaba su copa y la mía, Trimegisto agregó:
-Es jodido ser viudo y perder la hija única… Salud…
Bebimos. Quedó una pausa… Trimegisto, se sentó pesadamente en el sillón. El vino hacía un doble efecto debido a su estado de ánimo:
-He perdido la capacidad de emocionarme. Quizás eso es lo más triste... Creo que es resultado de mi oficio: siempre aconsejando, asesorando… Me miro a mí mismo como un caso, ¿sabes?… Hace rato que no me hago cargo de mí mismo, verdaderamente de mí mismo… Salud…
-¿Quieres tenderte un rato?, le dije.
-Aquí mismo… Todavía no pierdo la costumbre de tenderme en cualquier parte… Es muy acogedora tu casa, Begoña… Gracias por recibirme…
-Encantada de conocerte…
Trimegisto se acomodó en el sofá…, tendido su tremendo cuerpo, con la mitad de sus pantorrillas fuera de los brazos del sofá. Se quedó mirándome un rato en silencio. Luego dijo:
-Me hace bien verte, mi viejo perro… Me hace bien estar contigo después de tantos años… ¿Te acuerdas cuando nos montábamos a escondidas en los coches “huasquiados”, allá en Chillán?... No necesito explicarme ni que me expliquen por qué he venido a verte…
Y mi amigo chillanejo, Trimegisto, se fue quedando dormido mientras balbuceaba:
-“La Naturaleza sonrió amorosa, porque ella había visto la belleza del Hombre en el agua y su sombra sobre la Tierra. Y Él, percibiendo en el agua el reflejo de su propia forma, se prendó de amor por ella, y quiso poseerla…”