Nelson Villagra en El Señor de las Luces |
Los finales de Año, conservan un hálito misterioso que nos incita a enviar buenos deseos a personas que tal vez no les volveremos a escribir en el resto del año.
Y ese hecho suele provocar encuentros y reencuentros inesperados, sobre todo entre los adultos. Los años, pese a que tienen la desventaja de alertarnos que el tiempo pasa, nos permiten sin embargo apreciar con mayor profundidad las vueltas y sorpresas infinitas de la vida humana.
Con el flaco Mario, mantuvimos una intensa amistad de infancia y adolescencia avanzada, en mi ciudad natal, Chillán. Amistad que se fue diluyendo cuando yo me fui a estudiar teatro a la Universidad de Chile, en Santiago.
El flaco Mario, era estudiante de “bel canto” en la Escuela Artística de nuestra ciudad. Y algún tiempo después, cuando yo regresé ocasionalmente de vacaciones a Chillán, mi amigo Mario era chofer de buses urbanos. Pero en uno de esos regresos, me contaron que el flaco Mario se había ido de Chillán con rumbo desconocido.
De aquel tiempo han pasado más de 50 años. Y de pronto, ¡sorpresa! El flaco Mario aparece ahora, luego de esos casi 60 años, escribiéndome una larga carta a mi dirección de correo electrónico.
Carta, que me resultó absolutamente sorprendente, porque su contenido contrasta tanto con la personalidad de su infancia y adolescencia. Y como él me ubicó a través de mi blog, me permití pedirle autorización para publicar un fragmento de su vida:
“…Algo parecido – dice en una parte de su carta -, me sucedió cuando me abandonó mi primera mujer, Ginette, dicho sea de paso, un magnífico ejemplar de mujer mestiza. ¡Uf! Lo que se dice, una hembra, mi amigo! ¡Con unas piernas largas, como suspiros de amor! ¡Uf! ¡Me enamoré como un loco!
La saqué de la segunda fila de un cuerpo de baile de mala muerte en Buenos Aires, y me la llevé en gira artística hasta el Caribe... En ese tiempo yo me dedicaba al ilusionismo bajo la tutela de mi maestro Emad Mahmoud, originario de Bagdad. ¡Como hijos nos quería Emad, a Ginette y a mí!...
A su muerte, Emad Mahmoud, nos dejó en herencia un magnífico número de ilusionismo. Metida dentro de un ataúd, yo cortaba a mi mujer en cuatro partes, separando los trozos de la urna. Y al toque mágico de mi bastón sobre las partes cercenadas... ¡Para qué te voy a contar! ¡Era un número extraordinario! ¡Lo que se dice un éxito! Ginette y yo recorrimos una y otra vez todo el Caribe y Centro América, llenando teatros, carpas y galpones, asombrando a cultos e incultos, a civiles y militares…
¡Pero mi amigo! La verdadera traición tiene un cuchillo que mata: es la sorpresa, lo imprevisto, lo insospechado. Un día, durante el número aquél del ataúd, Ginette, aprovechando su desaparición momentánea, se fugó con nuestro empresario, un polaco inmigrante que hacía un pingüe negocio adicional recolectando mujeres para los ricachones de Las Bahamas.
-"¡Quién! ¿Ginette? ¡Infelices! ¡Mal nacidos!", les gritaba yo a los hombres que me daban la noticia en los bares del puerto de Maracaibo.
Defendiendo el honor de mi mujer me trencé a golpes innumerables veces aquella noche. Hasta que revolcado en petróleo, más negro que los negros del Caribe, y con el ron saliéndome por las orejas, desperté al día siguiente, botado sobre unos deshechos del puerto...
Y así, como una aparición de ultratumba, pringado de petróleo y ahogado por la humedad caliente de Maracaibo, caminé en dirección al hotelucho en donde pernoctábamos. Con la esperanza que allí estaría Ginette, como otras veces, frente al espejo, poniéndose sus grandes pestañas que le daban ese aire de egipcia melancólica...
¡Pero no! La egipcia traicionera “se había cansado de ser descuartizada todas las noches”. Así decía la carta clavada en el marco del espejo... Para qué te cuento, mi amigo. El vacío que deja una traición hiela hasta la pepa del alma.
Salí sin rumbo del hotel, chico. Asimismo, sin asearme... Embadurnado de petróleo yo parecía un susto caminando.
Pregunté, rogué, imploré..., pero todo el mundo me volvía la espalda... Aquella mañana – paradojas de la vida - yo era el monstruo que había inducido a mi mujer a vender su cuerpo y su alma. Figúrate, yo, "el pichichu", ¡las mujeres te ponen cada nombre!
Con la vista perdida, arrastré mis pies y mi soledad buscando el lugar más alto de Maracaibo... Todo había terminado para mí... ¡Pero he ahí, que un rayo de luz radiante fulminó a la Parca montada en mis espaldas aquella mañana! ¡Era la Luz de mi salvación, recordado amigo!
Allí, en el puerto de Maracaibo, justamente, en el infierno mismo, un santón persa de luengas barbas y túnica blanca estaba ante mí. Me dijo:
-"Salud a ti, buen hombre, que vives entre los malvados, y luminoso en medio de las tinieblas"-...
Caí de rodillas, te lo juro, sin saber cómo. Y sin mi voluntad también, mi voz preguntó:
-"¿Cómo están nuestros padres, los Hijos de la Luz, en su ciudad?"
Y aquél Espíritu Viviente me contestó tan dulcemente:
-"Están bien"...
Entonces, miré en mi derredor…, y rompí en llanto. Mi voz brotó como león rugiente, te lo juro. Mesándome los cabellos golpeé mi pecho y dije: -"Maldito, maldito sea el creador de mi cuerpo, el que unió a él mi alma, y los rebeldes que me sojuzgaron!"...
Pero en medio de mis llantos, aquella forma de hombre que seguía estando a junto a mí, me reveló entonces que no era el Señor quien había creado mi cuerpo, sino el Demiurgo. Agregando:
-"Limpia tu rostro, limpia tus manos, limpia tu alma. Tu Patria de Luz te espera"...
Y entonces, su figura se diluyó en el éter… Y yo me quedé allí, de hinojos, con los brazos abiertos en cruz, como un coral negro a causa del petróleo que aún me pringaba. Cegado por la pesada luz caribeña y por mis lágrimas negras, quise... ¡Ay, mi amigo! Es una historia muy terrible…
Quiero que sepas, recordado amigo, que la salvación tiene un camino largo y zigzagueante... Luego del momento de la revelación, continúa la práctica cotidiana, tumba del espíritu... Renunciar a los sentidos no es nada fácil, amigo, nada fácil...
Pero hoy, limpias mis manos y mi alma, aquí vivo, en un cerro de Caracas, sanado y sanando a los hermanos iniciados que quieren acercarse a la luz… Pronto viajaré a Irán, en busca de las fuentes de Manes, el profeta de la Luz…”
Releo su carta, y no me encaja. No me encaja de santón, mi amigo chillanejo, el flaco Mario… Pero claro, han pasado más de 50 años. El flaco, según me cuenta, antes de la “revelación”, fue masólogo y quiromántico. Estuvo preso dos años por falsificación de documento público, en Veracruz, en fin…, hasta que conoció a su maestro Emad Mahmoud y a la “egipcia traicionera”...
“Me despido, dice al final de su carta, con la esperanza y los buenos deseos que en el 2010, tú y los tuyos, sepan cultivar la buena energía que nos dona nuestro Padre de la Luz”...