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miércoles, 11 de agosto de 2010

CLANDESTINIDAD EN CITRONETTA

Luciano Cruz Aguayo


El 14 de agosto se cumplirá un aniversario más de la muerte de Luciano Cruz Aguayo, ocurrida en 1971. Un revolucionario de acción, un líder de masas nato - al mismo tiempo que un conspirador nato, también - , murió de manera accidental en su cama, sin que el agotamiento le permitiera despertar antes que el gas de una estufa hiciera su labor fatal.


Luciano, fue sin duda, el dirigente más carismático que tuvo el MIR de Chile a partir de 1969. Quienes alzanzamos a compartir con él, lo sentimos siempre como un camarada amigo : acogedor, cálido, valiente, sin perder nunca su buen humor, y su tranquilidad casi despreocupada.


Con Luciano inicié yo mis primeros pasos en el MIR, cuando aún este Movimiento estaba en la clandestinidad, bajo el gobierno de Frei Montalva. Una clandestinidad, podríamos decir « blanda », si la comparamos con los duros días de la resistencia mirista en contra de la dictadura de Pinochet.


Supongo que fue el propio Luciano quien decidió someterme a una especie de test. Porque sin decir « agua va », me vi montado en mi humilde citronetta (dos caballos le llaman en otros países) conduciendo en las noches santiaguinas al hombre más buscado por la Policía Política (PP) de esos años 69.


Luciano era un hombre de 1,83-85, y en aquel tiempo había aumentado de peso ostensiblemente, comparado con sus tiempos de estudiante de la Universidad de Concepción. De manera que Luciano, parecía una mole montado en la citro.


Quienes conocieron aquellas primeras nobles citronettas, saben que el conductor metía el acelerador a fondo y la pacífica citrola se quedaba en el mismo lugar. Era como si te dijera : « Momento, ¿qué se cree usted, que soy una liebre? ».


Luciao Cruz Aguayo
Yo, queriendo impresionar a nuestro heroico Luciano, intentaba ensayar disimuladamente la manera en que la citro saltara hacia adelante como una gacela, preparada para huir de la persecución del más veloz vehículo de la PP. Y claro, Luciano lo advertía, lanzando sonoras carcajadas.


Sin embargo, en medio de las bromas que sufría de parte de Luciano mi modesta citrola, el muy pícaro introducía preguntas aparentemente anodinas, que le servían a él para irme evaluando.


-¿Así es que ya no eres comunacho? (perteneciente al partido comunista)


-Tengo amigos, pero ya no…


-¿Tú sabes que yo milité en la Juventud, no?


-Algo he sabido… (Yo también huaso ladino, contestaba con ambiguedades)


-¿Conociste al pelao Benavente en Concepción? (Encargado de Control y Cuadros del PC, en el regional Concepción)


-Me dejó la puerta abierta, cuando le dije que me retiraba…


-Buen chato, ese pelao…


Y así, con preguntas sobre ésto y aquello – algunas, personales -, comentarios y bromas, íbamos y veníamos por las calles de Santiago. Luciano portaba diversos documentos que llevábamos a la casa de un linotipista que clandestinamente preparaba las páginas de « El Rebelde », periódico del MIR.


Luego, vendrían más test, de parte de Luciano, con responsabilidades más gordas para mí y mi familia, como esconder en mi departamento a un compañero mirista infiltrado en Patria y Libertad. A propósito, gracias a este compañero me alejé de mi casa antes que llegara la DINA (SIM, en ese tiempo) a buscarme en los primeros días del golpe de 1973.


A 39 años de la muerte de Luciano, muerte tan ajena al carácter de nuestro camarada, he recordado estas pinceladas en homenaje a un querido compañero. Además, estas pinceladas fueron las que dieron comienzo a mi militancia en el MIR. Militancia que, gracias a las negativas posteriores de Edgardo, Andrés, y Cabieses, ante mi insistencia por integrarme a la clandestinidad durante la dictadura, hoy puedo recordarla personalmente.