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viernes, 17 de julio de 2009

ENTRE REYES Y CORNADAS





Llegar a Euskadi (País Vasco), siempre me resulta especialmente placentero. Más aún, llegar a Bizkaia. En su paisaje campestre predominan los montes abruptos, plenos de una macicez arbórea, envidiable. Y como habitante protagonista del monte y de los bosques, la piedra, la piedra milenaria que le otorga a los numerosos caseríos que se aferran a las cúspides y laderas del monte, un carácter rotundo.

Supongo que ese carácter se ha transferido también a su pueblo. Quizás esto es más notorio en las aldeas y caseríos del monte, que en ciudades cosmopolitas como Bilbao. Si es todavía el aldeano el que le imprime el carácter al País Vasco, o son sus modernas ciudades las que lo determinan, es asunto que le compete a los propios vascos.

Desde hace ya 20 años que nos reunimos en los veranos con nuestra familia aquí, en Mundaka, un pueblo costero que a pesar de sus modernidades, aún conserva su estirpe varias veces centenaria. El golfo de Vizcaya se encajona aquí, hasta formar una ría que divide el monte en dos cadenas, y avanza con sus aguas hasta Gernika, formando el estuario Gernika-Mundaka. La barra, que forma la boca de la ría, se ha convertido en la delicia de los surfistas nacionales e internacionales, que vienen hasta aquí a desafiar las olas todos los años.

Conviviendo con la gente de este pueblo vasco, resulta difícil imaginar que Euskadi forma parte de España, y más difícil aún, pensar que este pueblo, legalmente, está bajo la jurisdicción de una monarquía constitucional.

Y en este último aspecto, coincido con la mayoría de los vascos. Yo nací y me crié en una república, independizada justamente de la monarquía española a principios del siglo 19. De manera que para mí eso de reyes, condes, duques, etc., etc., no tiene más significado que un anacronismo de museo.


Y a propósito de esto, no me es fácil explicarme la insistencia de España en impedir la plena independencia de Euskadi. Es decir, entiendo que habrá razones económicas, y juego de poderes internacionales… Pero ya no es tiempo de soñar con grandes imperios. Y estos, nunca supieron respetar los derechos ancestrales de los pueblos. Porque, que los vascos son un pueblo diferente al español, no hay duda, con gobierno encabezado por el PNV (Partido Nacionalista Vasco) o el PSE (Partido Socialista de Euskadi). Basta escuchar a un vasco hablando euskera – su lengua -, para darse cuenta que aquí hay un colectivo social espiritualmente autónomo. Pero, en fin, este es un asunto que compete a los vascos y españoles, no a los veraneantes.

Al mismo tiempo, habiendo visitado este país por más de 20 años, no me resulta fácil explicarme la insistencia del movimiento político-militar ETA, en aplicar métodos de lucha trágicamente contraproducentes, que además no logran acumular fuerzas para su causa. Según lo visto a través de la historia, los métodos de lucha se hacen legítimos o ilegítimos, dependiendo de los contextos… Pero, claro, este también es un asunto que compete a los vascos y españoles, no a los vacacionistas.

Otro asunto que resulta sorprendente, viniendo de Latinoamérica y de Canadá, es el asunto con los toros. Se comprende que la confrontación del hombre con el toro se enraíza con la leyenda mítica. Pero mantener ese mito en la realidad contemporánea, como un museo disneylandia, antropológico y arqueológico, no se justifica ante la probable muerte para uno – segura para el otro -, y ante el estímulo atávico que significa dicho espectáculo.

Ahora bien, si al toreo no se le puede negar un peculiar valor estético, por el contrario, a las corridas de toros, durante las Fiestas de San Fermín en Pamplona, no se le puede atribuir otro valor que la brutalidad sadomasoquista de los participantes y espectadores. Participantes y espectadores que provienen de todas partes de Europa. De manera que cuando estos mismos europeos se mofan de ciertos ritos de los pueblos aborígenes de diversas partes del mundo, deberían recordar su predilección por las corridas de toros en Pamplona.

Por otra parte, es cierto que el atavismo también se estimula hoy por otras diversas vías – las guerras de rapiña, entre las primeras -, atavismo que dificulta la función civilizadora del ser humano. Asunto, este último, que no sólo es responsabilidad de los españoles, evidentemente.

Aunque debo confesar que eso de la “función civilizadora”, es una tautología que la he sacado de debajo de la manga. Porque hablando serenamente, las grandes mayorías humanas venimos haciendo o permitiendo tantas brutalidades, que no estoy seguro si hemos superado radicalmente la etapa del austrolopitecus.



Y, amigo lector (a), le aseguro que todas estas pajas de vacacionista, las estoy escribiendo antes de comenzar mis sesiones de playa. Quiero decir, figúrese lo que podré hablar mañana cuando el sol me caliente la cabeza, o me la queme. Porque todos estamos comprobando, cada verano con más evidencia, que el sol no calienta, sino quema, nos turra, nos achicharra. Hasta que un día nos diluirá como el azúcar en agua caliente.

Pero volviendo al paisaje – como habría dicho Unamuno si no se hubiera metido con los corderos -, esta zona en donde pasaré el verano, está protegida por la UNESCO, declarada Reserva de la Biosfera de Urdaibai, desde 1984. Y se nota. Los montes actualmente están tan verdes y tupidos que parecen montes de brócoli. El régimen de lluvias ha aumentado notoriamente debido a su abundante vegetación. Las aves migratorias encuentran aquí su paraíso. Si Federico García Lorca pudiera darse una vuelta por estos parajes, tendría que volver a escribir aquello de “…verde que te quiero verde…”.

A estos montes, a estas peñas, y a estas piedras, a este pueblo, me unen mi mujer, mi amigo suegro (Q.E.P.D), y algunos apellidos de mis abuelos - los Vizcaya y los Odriozola -, que quizás de manera misteriosa, sedimentan mis ancestros vascos.