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sábado, 14 de mayo de 2011

HABLEMOS DE CINE

Rita



Mientras las circunstancias nacionales e internacionales se ponen cada día más densas, advirtiéndonos fehacientemente que todos vamos montados en un tobogán, sin capacidad por el momento para detener el deslizamiento, me he implicado en un par de proyectos cinematográficos, ambos en ciernes.
Y esto, me hace hablar hoy de cine. Tema, que a pesar de ser mi trabajo, poco o nada hablo de él en estas crónicas.

Pero en fin, metido ya en el tema, agrego que a propósito de uno de esos proyectos cinematográficos en ciernes, desde hace algunos días estoy viendo diversos films del “Cine Negro” (o film noir). Género cinematográfico, que como sabemos, se generó en Francia y Estados Unidos entre 1940-50.
Sobre sus orígenes y estética se ha hablado y escrito muchísimo. Bástenos decir por ahora, que el expresionismo alemán tiene mucho que ver en ello. Y por otra parte, no es fácil – excepto por su estilización visual – diferenciar el cine negro del cine de gánster o del cine social de los años aludidos.
Pero en fin. Muchos realizadores le han dado continuidad de manera intermitente a dicho género hasta nuestros días. Sin embargo no son de estos últimos los que he estado visionando, sino de los clásicos.
Para mí, volver a encontrarme en estos días con los “clásicos del cine negro”, aquellos que se produjeron entre 1940 y 50, ha sido como regresar a la matinée en el cine de mi ciudad natal, Chillán.


Vivien


En 1950, yo vivía a una cuadra del Cine O´Higgins, un cine construido en madera, construcción típica de los años inmediatamente posteriores al terremoto que había asolado mi ciudad en 1939.
No me era fácil en aquellos años conseguir ante mis padres el dinero para comprar la entrada – el ticket -, y mucho menos el dinero para comprar una bebida o un chocolate en el intermedio (en aquellos años existía el intermedio, una pausa, entre el capítulo de la serial de “Flash Gordon” o “El Zorro”, y la película).
Así y todo, entre llantos y mentiras -“Es una película educativa que nos han recomendado en la escuela, mamá” -, logré ver varias de aquellas recias películas de hombres o mujeres perseguidos por algún sino fatal. Sin embargo, en aquel tiempo no tuve la edad – sólo para mayores, 21 años - para ver, por ejemplo, “Que el cielo la juzgue” (“Leave her to heaven”, de John M. Stahl).

Hoy, tranquilo en el salón de mi casa - aunque lamentando no desear una Bilz o un chocolate -, vuelvo a ver los autos de mi infancia, maravillosas máquinas singulares unas de otras, sin la uniformidad de las actuales. Y puedo ver también un Estados Unidos, sus ciudades, más al alcance de nuestras aspiraciones, con algunos rascacielos eso sí, de New York o Chicago, que daban cuenta del poderío económico de ese país, pero al mismo tiempo nos develaban las desigualdades sociales, que eran el caldo de cultivo de los sueños legítimos e ilegítimos de los personajes del “cinéma noir”.

Ava


Este cine, tiene un agradable sabor retro – un valor agregado, como se dice hoy – que es aportado por el blanco y negro de las cintas, sabor que se hace aún más evidente debido a que gran parte de las producciones cinematográficas de los años 40-50, se hacían al interior de los Estudios.
Ya podía suceder la acción en el Gran Cañón del Colorado, o zozobrando en alta mar, o aun en las plácidas playas de Hawai con una inmensa luna reflejada en las suaves olas marinas, que los equipos técnicos ni los actores habían salido siquiera a tomar aire fuera del Estudio.
(Muy distinto al cine artesanal - a veces semi industrial - en el que me he desarrollado, en dos de cuyos rodajes he estado a punto de perder la vida).

En el cine industrial de Hollywood de los años mencionados, las carreras de autos, caballos, explosiones, aviones accidentados, etc., etc., todo sucedía al interior de unos 60 metros cuadrados.
Como decía aquel viejo amigo del padre de un amigo mío: “¡Yo no voy al biógrafo, porque todo es mentira, coño! ¡El que muere, el que es feliz! ¡Mentira, joder! ¡Mentira!
Y sin embargo, viendo hoy esos films del cine negro, ¡qué de verdades encierran! Y qué estética tan bien definida contienen, sobre todos los buenos films del género. Porque hay de todo, claro, de todo, incluso de aquellos films que hoy nos provocan una sonrisa en vez de sorprendernos o entristecernos. Pero aun los peores, mantienen una narrativa entretenida.

Los films más legítimos del género, nos deparan el placer de una buena historia, con sus personajes, una galería genial de prototipos de los diferentes medios sociales. En este sentido, hasta se podría decir que el cine negro es un cine costumbrista, si no fuera por la intencionalidad de su estética: los claroscuros, las sombras proyectadas sobre el muro; a veces, la leve deformación de la imagen; el punto de vista de la cámara; otras, las acciones paralelas; el ritmo y timing de las secuencias, expresiones todas que crean un lenguaje que logra dimensionar la historia y sus personajes más allá del momento inmediato de la acción.

Marlene


Coincido con la opinión de los que dicen que el cine negro, proponiéndoselo o no, contiene un alto contenido social, casi de análisis político de una sociedad – la estadunidense – en un momento histórico específico. Sí, dichos contenidos son innegables. Pero son sus valores estético-expresivos lo que hoy nos deleitan.

El buen cine negro trasciende su época. Tal vez, porque el sino fatal que suele perseguir a sus personajes, las ilusiones o sueños que éstos suelen tener – legítimos y/o ilegítimos - , no se expresa tanto en los diálogos duros, descarnados, sino en su discurso estético, en el todo. De éste se desprende el hálito humano trascendente que envuelve la historia y sus personajes.
Es éste, el que hoy me procura aún más placer que ayer, viendo un buen film del cine negro.