Hace unos días recordé al magnífico actor y director teatral chileno, Agustín Siré. Incursionó también en un par de películas con inadvertidos resultados. Lo suyo era el teatro, y muchos chilenos, como espectadores, tuvimos el placer de gozar su capacidad artística durante unos 30 años.
En la histria del teatro chileno, como sabemos, iniciado en la primera década del siglo XX, hemos tenido una pléyade de magníficas actrices y actores, y varios talentosos dramaturgos. Alrededor de algunos actores en los años 40 se creó un cierto aire mítico, como es el caso del actor Alejandro Flores (el “más elegante caballero de escena”), y la actriz Malú Gatica. Son mis opiniones de espectador, no soy ni crítico profesional ni tampoco historiador.
En fin. El Cine, tuvo un desarrollo más lento en nuestro país, y en mi opinión solo alcanzó la madurez en los años 60, un momento de eclosión cultural en nuestro país. Actrices y actores del teatro nos sumamos al mundo del celuloide, y fuimos conocidos nacional y aún internacionalmente.
Sin embargo, todos nos consideramos gente de teatro. Allí, sobre las tablas, nos habíamos formado, y todos, continuamos trabajando habitualmente en el teatro, no solamente por elección, sino porque en nuestro país y en Latinoamérica, nunca el cine ha llegado a una etapa industrial.
Y eso, precisamente, su carácter artesanal, le ha prestado singularidad, y en muchos casos, calidad artística.
Pese a todo, en nuestro país tenemos un caso singular de un actor que produjo sus propias películas y con mucho éxito, al menos nacionalmente. Se trata de Lucho Córdova (“peruano-chileno”), director y empresario de su propia compañía teatral, nuestro actor cómico por excelencia, autor de más de mil comedias, y productor y protagonista de 3 películas, además de trabajar como actor en otras 7. Con su Compañía recorrió el país numerosas veces. Un actor que a mi juicio no ha sido suficientemente valorado y recordado.
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Y Netanyahu es un miserable genocida,