Dalí |
Yo ya tengo mis añitos, no hay vuelta que darle. Pero hace tiempo descubrí que no hay que amargarse por eso. Al contrario. Y eso fue en una oportunidad que compré una rueca antigua. Me costó un cojón “y la yema del otro”, como diría un amigo. Ah, pero eso sí, ya no me vuelven a pillar.
Aquella vez que compré la rueca, cometí el error de no hacerme asesorar por un experto en antigüedades, de manera que pagué un fortunón por una estafa. Quiero decir, así como en el teatro los actores se meten unas cuantas rayas, se meten una peluca, y adquiriendo una actitud adecuada, semejan un vejete de 90 años, así entre los ebanistas existen algunos cabrones que son capaces de envejecer un mueble hecho hace dos días.
Yo no, yo tengo las canas que tengo y el poco pelo que me queda. De manera que soy una auténtica “antigüedad”. Y entonces desde aquella vez que compré la rueca me dije: muchacho, si esta rueca, por el hecho de ser antigua – la venden como tal - vale un cojón y la yema del otro, quiere decir que yo también tengo mi precio.
Luego miré dos árboles que tengo enfrente de casa que a buen ojo de cubero tendrán más de cien años, y qué hermosos son. ¡Qué presencia, qué poderosa estampa! Son árboles antiguos.
La casa donde vivo, nuestra casa, es antigua, y vale más que las cajas de fósforos que construyen hoy día, porque la nuestra precisamente es antigua. Del tiempo en que las casas se hacían para siempre, pues oiga. No como las mierdas actuales que se acaban antes que usted termine de pagar la hipoteca.
Para qué seguir demostrando lo evidente. Simplemente si usted pasó de los 60, hágase valer, amiga y amigo: ¡sois antiguos! Y si quien lea estas líneas es más joven, un mocoso de esos que no saben ni limpiarse los mocos, que no pierda el tiempo, agréguese unos cuantos años, para que valga algo.
Lo digo de verdad. Si disiente de lo que digo, pase usted por una tienda de antigüedades, lugar donde seguramente le pasará lo mismo que a mí:
-How much is this night table, sir?
-1.800 $, sir. (Eighteen hundred dollars, sir)
¡Una mesita de noche! ¡Una simple mesita de noche, pues oiga!, que no tiene más gracia que unos cuantos labrados sobre relieve. ¡No me jodas! Que si la trajo el Conde de no sé donde…, que si… ¡Qué me importa a mí quién trajo la mierda ésta! ¡Anda a saber, quizás se la robó, el Conde ése! ¡O se la hizo construir a un pobre esclavo negro a punta de latigazos…!
-This cabinet is to us in 1880 (one thousand eight hundred eighty), sir. It is wooden Guinea, Mr. (Es madera de Guinea, señor)
¿No lo decía yo? ¡Del África! ¡Conde de la gran puta! ¡Negrero, esclavista de mierda! ¡Y ahora el muy cabrón quiere hacerse pagar 1.800 dólares! ¡Que se los pague su abuela!
¡Pero qué se han creído! ¿Me van a seguir cobrando un ojo de la cara por una lámpara, o por una mierda de cajita para regalarle a mi nieta? ¿Una cajita con la que va a jugar cinco minutos, y después ¡si te he visto no me acuerdo?
¿Y cuánto cree usted que le pagaría el anticuario si un día usted agarra la famosa cajita y se la va a vender?
¿Cuánto cree, que pagarían por usted mismo, ahora que acaba de cumplir 80 años? Aunque sin embargo quizás si usted tiene la suerte de ser nieto de alguno de esos Condes que hicieron su fortuna trayendo esclavos de Guinea para este lado del Atlántico… Si se vende como tal, capaz que le den un par de dólares más.
La televisión y los diarios, a los viejos, generalmente, o nos trata como la mierda, como algo sobrante, o con compasión, que es lo mismo o peor. Las casas de asilo están llenos de viejos, inservibles, según los “piadosos hijos”.
Pero por favor, antiguos hombres y mujeres del mundo, ¡revelaos! ¡Que lo que ustedes saben no lo sabe nadie! De acuerdo, el mundo está como está porque nosotros la embarramos ayer, de acuerdo. ¡Pero los mocosos actuales la están metiendo hasta el zancarrón!
¿Se imaginan ustedes lo que sería una “marcha de antiguos” reclamando el derecho a ser revalorizados? ¡Inventan mil mierdas de remedios para alargar la vida! ¡Pero digámoslo francamente, con ello no logran otra cosa que prolongar nuestra marginalidad!
Oiga, dejémonos de tonteras, usted tiene una textura tan interesante como el mueble antiguo, o el árbol antiguo que tiene enfrente de casa. Pero además usted posee el “sedimento”, que si el anticuario – el Estado en este caso - supiera valorarlo le pagaría una fortuna. Un Estado inteligente lo incluiría a usted en los directorios de las empresas, de los colegios, universidades, hospitales, etc., para escuchar sus consejos: “Consejo de Ancianos”. Sin derecho a voto, de acuerdo, pero serviría para que los jóvenes no se olviden que no es más sabio el que sabe hablar, sino el que sabe escuchar.
Y su memoria: dígame usted, ¿cuánto vale lo que usted acumula en su memoria? Sobre todo hoy, cuando los jóvenes tienen una memoria tan corta que cuando creen estar recordando y valorando el pasado, sólo están recordando a sus contemporáneos. Por otra parte la juventud no garantiza nada. ¡Cuántos jóvenes no hemos conocido usted y yo!, tremendamente contestatarios, irreverentes, pero que en cuanto lograron una situación, se convirtieron en “panzopensantes”.
Usted no es así. Usted se formó en una época en que respetó y aprendió de los antepasados. Usted supo que antes que usted fuera obrero, profesor, artista, científico, etc., no sólo existió su juventud, o su profesor primario. Usted sabe que el pasado no es tan corto, y que por tanto su profesor fue el resultado de muchísimos otros anteriores a él. Usted, como sabio hombre antiguo, sabe que la historia no partió ni con usted ni con su admirado contemporáneo.
Ahora, si usted querido antiguo o antigua, se las quieren dar de viejos achacosos, quiero decir, si se dejan dominar por “el dolorcito éste que me amaneció aquí en la pierna”; si se dejan dominar por las arrugas que le aparecieron – que son justamente las que le dan esa textura interesante -, o se amarga porque no tiene la abundante cabellera de los 18 años, el anticuario se seguirá riendo de nosotros porque no nos sabemos auto valorar.
Nos seguirán viendo como viejos escleróticos, como muebles viejos, como árboles viejos que decidieron dejar pasar la historia por su lado.