pintura de Roberto Matta |
Es un refrán que solían repetir las personas mayores durante mi infancia y adolescencia. Y miren por donde, resulta que tenían razón. Lo digo, a la luz del pernicioso contagio del uso de armas de fuego que desde los EEUU está llegando a Montréal, evidentemente de manera ilegal. Aún resulta sorprendente informarnos que la criminalidad vía armas de fuego se ha convertido en un hecho frecuente en Montréal y alrededores. Y el tráfico de armas a través de la frontera norteamericana es actualmente un pingüe negocio, no sólo para los delincuentes habituales, sino que se han incorporado nuevos “comerciantes”.
Y no creo estar equivocado, pensando en que usted, viviendo en una ciudad lejos de los EEUU, seguramente también es testigo del aumento de la delincuencia en su país. Cualquiera saca revólver o pistola hoy día, asaltar con cuchillo o navaja, “es cosa de rotos”.
Al parecer, no solo la pobreza o el abandono social estimula la delincuencia. Supongo que será quizás, sobre todo, la pérdida de la esperanza colectiva, y no necesariamente única. Es demasiado evidente el enriquecimiento ilegítimo de unos pocos a costa de los muchos.
¿Emergerá quizás una nueva generación capaz de restablecer la esperanza como afán colectivo?
Finalmente me pregunto, ¿algo de esto concierne también a los políticos?