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Sin darme cuenta me encontré mirando un añoso árbol que tenemos enfrente de casa, y mirándolo, tomé conciencia que hemos avanzado en el otoño – hermosa estación aquí en el Québec -. Muchos árboles se han desprendido de sus hojas, pero nuestro árbol aún está luciendo un hermoso otoño, que en días de sol pareciera revestido de oro.
Ignoro cuántos días durará su idilio con sus “pétalos”. Y en un rapto de romanticismo me pregunto: ¿son las hojas fieles a su árbol, o es éste que le ha jurado amor a sus petalos?
Desgraciadamente no soy poeta, de lo contrario, lanzaría ahora mismo unos cuentos versos celebrando el “sentimiento” que une las hojas con el árbol.
Y estoy consciente que vivimos tiempos en el que en algunas partes del mundo seres humanos han olvidado el “sentimiento”: están obnubilados por otros intereses que una y otra vez se han repetido en el mundo. Pero, vamos, dejo a un lado la inhumanidad, y miro el amor del árbol con sus hojas.
Hace un par de días, durante mi paseo otoñal, recogí una hoja para regalársela a Bego. A nuestro juicio, vale más que un ramo de flores. La perfección de cómo la naturaleza diagrama y construye forma y color de las hojas es sencillamente maravilloso.
¡Viva el otoño y viva el sentimiento!