Existen en la red numerosos
videos que muestran la capacidad del hombre en domesticar variados animales.
Es increíble cómo el hombre logra enseñar
a un animal a obedecerle, o a ejecutar ciertas habilidades.
Los adiestradores siempre llevan consigo
pequeñas porciones de algún alimento preferido del animal en cuestión. Pequeña
porción con la que premian el desempeño del animalito luego que ha mostrado su
habilidad.
Ahora bien, si nos detenemos un momento,
observándonos a nosotros mismos en tanto consumidores o ciudadanos - como usted
lo prefiera -, se dará cuenta que es difícil establecer la diferencia entre un
animal domesticado y nosotros, la gran masa de ciudadanos.
También a nosotros, el poder social, político,
económico y cultural, nos mantiene haciendo numeritos de circo, o a la vera de
sus pies, y nos suele conceder pequeñas porciones de satisfacción.
Qué quiere que le diga, me veo a mí y a
los ciudadanos del mundo, igual que esos perritos lanudos, levantando las
manitos, siguiendo la varita mágica del domesticador. O pegada mi cabeza a la
pierna de mi amo, sabiendo que con ello obtendremos una remuneración (los que
no están en la cesantía).
Y hay que reconocer que nos han
adiestrado magníficamente. Porque emitimos pequeños ladridos, pero son sólo
parte del número para el cual nos han adiestrado. El abuso y la corrupción de
nuestros domesticadores hoy no tiene límites, pero nos han adiestrado para
hacer nuestro número, no para rebelarnos.
Por ejemplo, en Chile, mientras los
ciudadanos no sean capaces de exigir y establecer una Asamblea Constituyente,
seguirán levantando las manitos, sonriendo con la lengua fuera de la boca y
dando pequeños ladridos.
“Noblesse oblige”…