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martes, 14 de junio de 2011

LA RAPIÑA




r. Magritt, espejo falso





No hace mucho, unos amigos me prestaron una serie de televisión, relativamente antigua. Es un western, cuya acción se desarrolla en el último tercio del siglo XIX. Aún no la he visto.
Todos los lectores que tengan más o menos mi edad, saben que el western alimentó la fantasía y entretención durante nuestra adolescencia, del mismo modo que hoy, los vampiros y monstruos de todo tipo reinan en las pantallas del cine y la televisión.

Curiosamente, en el cine western, era recurrente que el villano fuera el banquero, o algún ricachón de las praderas (representantes del poder). Más grave aún, éstos a veces solían estar coludidos con el propio sheriff del pueblo.
Y por lo general, quien acababa con los villanos, era un personaje venido de otro lugar, ajeno al pueblo. Este extranjero podía ser, desde un pistolero profesional – redimido por el amor -, hasta un pacífico cowboy que ocasionalmente se convertía en el héroe de la jornada, puesta en su pecho la estrella de sheriff. En fin, las variaciones no eran muchas, pero entretenidas. Y siempre, la lucha era entre buenos y malos, entre el Bien y el Mal, entre la honestidad y la ambición.

Al pasar los años, recordando tantas “películas de cowboys” que vi cuando muchacho, a veces pienso que el western del cine norteamericano, en realidad es un entretenido documental-ficción que nos relata de cómo se forjaron los Estados Unidos de Norteamérica, y cómo se formaron las grandes fortunas en ese país: a punta de pistola, y matando aborígenes tan eficientemente como lo hiciera la Corona Española en América Latina.
Porque es cierto, el documental western norteamericano nos demuestra además que no es muy diferente de cómo se forjaron tantos otros países y fortunas en este mundo. Lo singular, sin embargo, es que dicho proceso en los Estados Unidos está documentado audiovisualmente.

Sin duda, también en el “lejano Oeste Norteamericano”, como en todas las épocas y naciones, ha habido gente honesta y trabajadora. Tenía que haberla, porque sin ella las pistolas habrían sido improductivas. Eso es seguro. De lo que no estoy tan seguro es que “el jovencito de la película” haya matado ayer y hoy a la Hidra, mítica por su capacidad de sobrevivencia.
Y tengo dudas, porque hasta el día de hoy son los grandes grupos económicos – ¿los banqueros y ganaderos del western? – quienes manejan al sheriff (fuerzas armadas) para sus campañas de rapiña internacionales.

En diversos momentos históricos, “el jovencito de la película” ha intentado continuar con su acción justiciera, convocando a todo el pueblo para cortarle al menos unas cuantas cabezas a la Hidra. Pero ¡qué va! Como dicen por ahí, “la historia demuestra que siempre que los intereses financieros se oponen a las normas, la mayoría de las veces terminan ganando aquellos”.

No sé si con todo lo dicho, podré ver con la inocencia de ayer, la serie “Deadwood” que me han prestado los amigos.
Porque coincidentemente en estos días, estoy leyendo un libro, “El futuro del dinero”, de Bernard Lietaer – a quien denominan arquitecto del Euro -, quien en un párrafo nos recuerda:
“Existe un consenso cada vez mayor acerca de que nuestro camino actual  no es sustentable en los planos ecológico, social ni político”. Y luego agrega: “Después de estudiar toda una vida las causas de la muerte de las civilizaciones, el historiador Arnold Toynbee concluyó que sólo hay dos causas comunes que explican la caída de veintiuna civilizaciones pasadas: la concentración extrema de la riqueza y la inflexibilidad frente a las circunstancias cambiantes. A lo largo de las últimas décadas, nuestra civilización pareciera haberse embarcado en una senda que las combina a ambas”.
¿Será la indignación actual contra la rapiña, el germen del nuevo Hércules que matará la Hidra?