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Todo nos resultó extraño, insólito... Sin embargo, todo era real y perfectamente normal. Junto con Bego, puestas nuestras mascarillas, decidimos el sábado 7, ir a un Centro Comercial, luego de dos años y medio de estricto confinamiento en nuestra casa, a propósito de la pandemia Covid-19. Dicho Centro, está a unos 20 kilómetros de nuestro villorrio. La carretera tiene algunas dificultades actualmente debido a la construcción del “tren rápido” Montréal-Toronto. En el área de Estacionamiento fue difícil encontrar un lugar para nuestro vehículo. Pero fue una vez en el interior del Centro Comercial, en donde comenzamos a sentir una especie de angustia. Estábamos en medio de tanta gente, una muchedumbre. Gentes reales físicamente, no al teléfono, no en Facebook, reales, que podrías haberlos tocado. Todos caminaban en diferentes direcciones. Teníamos la sensación de estar en medio de un mar agitado: “En qué país estamos, Agripina”, le pregunta el campesino a su mujer, en un cuento de Rulfo. Igual, igual nosotros, perdidos en aquel mar de gente... Dos años y medio de confinamiento, solos, Bego y yo... Nos sentíamos agobiados allí entre la muchedumbre. Nuestro monólogo interior nos presionaba: ¡Quiero irme a casa, quiero irme a casa! Felices, felices como los niños que han recibido su regalo favorito, así nos sentimos, cuando entramos de regreso a nuestra casa..., a nuestro confinamiento. ¡Uff! Nos abrazamos, felices...