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viernes, 29 de diciembre de 2023

¡OH LA PALESTINA MÍA, CUMPADRI, LA VALESTINA MÍA!

imagen de la red

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Resulta contradictoria mi relación sentimental con Palestina, en medio del trágico enfrentamiento bélico con Israel.
Mis padres, eran padrinos del hijo menor de don Salem Hid, un palestino llegado a Chile alrededor de 1925-30. Como en esos años, Palestina, estaba bajo el dominio del Imperio Otomano, los pasaportes eran expedidos por el Imperio, de tal manera que los árabes llegados a Chile, popularmente fueron denominados “turcos”.
Don Salem, un fornido hombre de 1,90, lo conocí cuando yo tenía unos 5 años, él, probablemente unos 60. En su juventud se destacó como deportista en lucha grecorromana, llegando a ser Campeón Sudamericano. Hablaba español, pero con la típica pronunciación de “los turcos”: “Hula cumadri queridu, cumpadri, cumo va”.
¿Cómo llegó a vivir a Santa Clara, un pueblito – en esos años – de los alrededores de Chillán? Ya no recuerdo. Pero allí, se hizo Apicultor y Vinicultor, destacándose en ambas labores. Era un empresario importante en la zona.
Fui regalón de la familia, a pesar de que don Salem y la señora Rosario tenían tres hijos – Yamil, Cano y el Nene - pero claro, en 1942 eran gente grande. Varios veranos fui visita muy querida y regaloneada en esa familia. Don Salem me abrazaba con su corpulencia y yo me sentía como una brizna en sus brazos.
Salían de paseo con mi padre y yo como mascota. Don Salem, mirando el paisaje, muchas veces recordaba su procedencia y suspiraba: ¡Ah, cumpadri, la Valestina mía, la Valestina mía, cumpadri!
La última vez que estuve con esa familia, fue en unas vacaciones de la Esc. de Teatro. Yo conduje el auto cuando mis padres decidieron visitar a sus compadres. Pasamos un día magnífico con ellos. Don Salem y la señora Rosario, eran ya gente mayor. Mi padre, regularmente hombre sobrio, se entusiasmó con el sabor de algunos vinos, y sobre todo con un exquisito vino blanco de uva Italia que don Salem sacó aquel mediodía como bajativo.
De regreso a Chillán, distante unos 40 kilómetros, mi padre, bajo los efectos del vino blanco, comenzó a maullar como gato: “Ñau ñau ñau...” Así, hasta entrar a la ciudad, amonestado entre risas por mi madre...
Don Salem Hid, doña Rosario..., gracias por vuestro cariño...