Siqueiros |
Mi mujer, que es vasca, ha estado de visita en Chile dos o tres veces conmigo. Aunque una de esas visitas fue tan larga que duró casi 6 años. Por otra parte, y por razones de trabajo artístico, es probable que esta vasca conozca más lugares de Chile que muchos compatriotas. De manera que cuando un día me dijo:
-“¿Sabes? Pienso que a los chilenos no les importa tanto hablar bien o mal de ellos mismos. Lo que verdaderamente les interesa es hablar de ellos”.
Me dejó pensando, porque ese hecho lo había yo percibido en el extranjero, en donde de alguna manera me había parecido relativamente justificable. Ante tal observación, inmediatamente recordé aquel chiste que se lo colgamos a los argentinos: “¿Sabes lo que es el ego? Ese pequeño argentino que todos llevamos dentro”.
Dos o tres años después de estar residiendo en Chile, aparte de varios piropos que mi mujer le dedicó a la supuesta gentileza chilena, a su civilidad callejera (sic) y a su carácter pícaro (eran los años 99), me comentó:
-“Los chilenos, más que sentido del humor, tienen sentido de la burla”.
En dos palabras: actualmente comparto plenamente ambas observaciones. Tal vez porque inevitablemente, desde hace ya 36 años miro a mi país desde la distancia, aparte de algunas visitas temporales.
Pero claro, mi observación tiene el vicio de estar contaminada de chilenidad, asunto éste que por lo demás no acabaré de entender en qué consiste, aparte de reconocerlo en mí como un sentimiento.
Si me hablan de Chillán (mi ciudad natal), de El Carmen (pueblo campesino ligado a mi infancia y adolescencia), de la ciudad de Concepción (inicio de mi vida profesional) y de Santiago (desarrollo y consolidación profesional), son para mí cuatro instancias afectivas y un solo dios nomás: Chile.
Estas divagaciones, son provocadas por el mes de septiembre, mes que para los chilenos de mi edad – y sobre todo en el exterior, imagino - se asemeja al pino de las empanadas, quiero decir, septiembre contiene varios ingredientes: el 4 de septiembre de 1970, día de la esperanza con el triunfo de Salvador Allende. El 11 de septiembre de 1973, el día de la traición y comienzo de la ignominia. El 18 de septiembre de 1810 (Independencia a la chilena, “políticamente correcta”): constatación del traspaso de manos del colonialismo, a manos de la torpe e insaciable clase dominante chilena.
¿He conseguido hablar del chileno, es decir de mí mismo? Evidentemente.
¿Y el sentido de burla? Ese corre hoy por cuenta de los grandes capitales chilenos. Porque mientras hay 33 mineros atrapados 700 metros bajo tierra, y 33 mapuche en huelga de hambre con peligro vital (¿coincidencia o resultado del afán de lucro?), El Mercurio publica hoy, 5 de septiembre, que:
“Las principales empresas chilenas cerraron el primer semestre del año con un aumento de 36% en sus utilidades, en relación con el mismo período del año anterior. Las ganancias de las mayores compañías ascendieron a US$ 4.300 millones, en una muestra que incluye a 31 firmas que representan el 78% del IPSA”.