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jueves, 12 de junio de 2008

¿Quién está jugando con la lupa?

de la red








Comienzo confesando que he matado.


Sin embargo nunca fui procesado y menos condenado por ese delito. A pesar que practiqué el asesinato con la misma sistematicidad que los “serial killers”, especimenes que florecen abundantemente entre mis vecinos del sur, USA, al igual que en su madre patria, England.
Ni siquiera tengo el atenuante de haber matado por necesidad económica, en defensa propia, por Razones de Estado. No. Maté por el placer de matar. A veces cuando mi conciencia me atormenta pensando en los asesinatos cometidos, decido entregarme voluntariamente ante la justicia. Pero desgraciadamente el arma del delito soy yo mismo y mis víctimas se convirtieron en polvo de estrellas mucho antes que yo.


De manera que no puedo probar mis crímenes. Y no quiero declarar a tontas y a locas porque precisamente no deseo que me tomen por loco, porque yo sí necesito que me declaren culpable, no como otros avivaos: “quien tiene cuenta corriente/ pero dice estar demente” (cuadernos del maestro Merardo). No, no, no. Yo sé que he matado, sin misericordia.
Señores, confieso de una vez por todas: yo he llegado a diezmar poblaciones enteras. ¿Cómo denominar mi delito? ¡Hormiguicidio!, sí, creo que podría llamarse así. ¿El arma del delito?




Aparentemente una lupa, sí, una lupa, que además creció de tamaño en la misma medida que crecí yo. De manera que esto de matar a distancia que hoy tiene tan contento al señor Bush y Cía., yo lo hice mucho antes. Yo dejaba pasar la luz del sol a través de la lupa y… ¡zziipp!, hormiga achicharrada.


Hoy, ante tanto asesinato, tengo mi mente confundida - tal vez en eso me parezco al “Benemérito” - y a veces deseo pedir perdón - diferencia notable con el Benemérito - al pensar en mis crímenes. Entre los 7 y 10 años de edad fui un tipo siniestro, capaz de poner un terrón de azúcar en el jardín, sentarme cómodamente entre las flores y ¡zziipp! ¡zziipp! ¡zziipp!, incontables hormigas achicharradas. El Infierno mismo de don Sata debe ser menos caliente que lo que fueron los rayos infernales de mi lupa.


Y pasaron los años, me hice adulto, extravié la lupa – al menos fue lo que creí -, y pensé sinceramente que las hormigas podrían vivir, comer, procrear e incluso soñar tranquilas en el jardín de mi casa de provincia. ¡Pero las vueltas que da la vida son tan inesperadas! Como inesperado es darse cuenta que de un gusano emerge una mariposa. Sucede que debo confesar ahora – ya tonto grande, con hijos y con nietos, cualquier día me entero que soy bisabuelo -, debo confesar, digo, que continúo jugando con la lupa.


Pero, ¡oh, traicioneras vueltas de la vida! Ahora la hormiga soy yo. Sí, aunque les parezca extraño. Continúo jugando con la lupa y me estoy achicharrando. Me estoy achicharrando con mi propia lupa. Yo vivo en los alrededores de la gran isla de Montréal. En apariencia todavía gozo de un aire más o menos puro. De modo que, queridos compatriotas chilenos, si ustedes me permiten, con todo respeto haciendo una pequeña variación al himno nacional podría cantar: “Puro, Montréal, es tu cielo azulado/, puras brisas te cruzan también…” ¡Pero mire como son las cosas! En medio del canto, Claude Villeneuve, biólogo en la Universidad de Québec de Chicoutimi y experto en cuestiones climáticas, tapándome de sopetón la boca, me recuerda: “Hacia el año 2020, apenas habrá nieve en el suelo del sur del Québec.


La primavera llegará mucho más pronto y lloverá en pleno invierno, no nevará (fenómeno que en realidad ya está sucediendo). Y el mismo Villeneuve se pregunta: “¿Esta situación puede ser revertida? Sí, se contesta, pero tal vez en unos tres siglos más o menos” (a condición que yo abandone la lupa, agrego por mi cuenta). A esta altura usted, amigo lector, se dirá “a este gallo se le aflojaron los tornillos, estaba hablando de peras y me sale con manzanas”. Pero no, porque puedo asegurarle que es mi lupa la que está jorobando la cosa. Soy victimario y víctima a la vez.
Fíjese, a mis vecinos del sur, USA, sobre todo por la costa atlántica, según pronósticos, les amenaza una agitada temporada de huracanes – 27 están pronosticados entre el 1º de Junio y el 30 de noviembre – con un promedio de vientos entre 180 y 200 kilómetros por hora. Nadie se atreve a calcular los destrozos que provocarán: “El Océano Atlántico permanece anormalmente caliente, mientras que la superficie del Pacífico tropical continúa enfriándose”, indica Phil Klotzbach, especialista en previsiones meteorológicas del Estado de Colorado, USA, explicando los dos factores claves que contribuyen a la formación de los huracanes.

Mientras tanto Dave Phillips, un gran especialista en meteorología del ministerio federal del medioambiente de Canada, se pegunta: “¿Es a causa del recalentamiento de la Tierra? ¿A partir de ahora veremos solamente temporadas de agitados huracanes? He ahí la gran pregunta”, dice.




Finalmente por estos lados del Norte: “Ante la voluntad manifiesta del gobierno de Harper -primer ministro canadiense-, de no respetar el compromiso de Canadá suscrito dentro del Protocolo de Kyoto” (bajar las emisiones de C02 en 6% respecto de 1990) una coalición de grandes grupos ecologistas internacionales (representan a 300 organismos no gubernamentales) han decidido exigir la renuncia en Bonn, Alemania, de quien acaba de presidir la última reunión de los signatarios del Protocolo de Kyoto que se ha realizado en dicha ciudad. La exigencia resulta coherente por cuanto Canadá entre la reunión anterior del Protocolo y esta de Bonn, sencillamente se ha dado vuelta la chaqueta.


¿Y quién presidió la reunión? Nada menos que la ministra de Canadá del Medio Ambiente, Rona Ambrose. Y el asunto es muy significativo por cuanto “a escala mundial Canadá es el mayor consumidor de energía por habitante y el segundo emisor de gases efecto invernadero también por habitante”. La oposición política en Canadá ha encontrado ahora un excelente motivo para menoscabar el gobierno conservador de Stephen Harper. Y el Partido Québécois se ha puesto más ecologista que nunca. “Y bueno, qué tengo que ver yo con la lupa de este chiflado”, dirá el lector chileno. Muy bien. Entonces, aprovechando que usted está en Santiago – aunque la cosa comienza a expandirse por todo Chile – le pregunto: ¿se atrevería a cantar el comienzo del himno nacional, mirando al cielo? Es más, lo desafío a que lo haga cualquier día, sin alerta ambiental.




Cántela, pero mirando al cielo. O súbase al cerro San Cristóbal y eche una “miraíta pa´bajo”. A mediados de Mayo un diario chileno publicó una foto de Santiago desde la altura, una foto horripilante. Y si tiene hijos pequeños o nietos, piense…, solamente le pido que piense ¿en qué colaboro yo para aumentar o disminuir este fantasma?


Se lo voy a decir por las claras, si usted y yo continuamos jugando con la lupa todos los días, el Infierno dejará de ser asunto de creyentes y del más allá. Vamos a seguir cada vez más, achicharrándonos como hormigas, aquí, en este globo. Todos viviendo bajo una manta de smog y bajo grandes agujeros en la atmósfera tal cual si fueran inmensas lupas. Usted en el Sur y yo en el Norte, usted en el Este y yo en el Oeste. Usted y yo en cualquiera de los Continentes, mares y puntos cardinales. “Desde hace ya 30 años la atmósfera por encima de la ANTÁRTICA - me parece que usted vive más cerca que yo de esas latitudes - sufre el más importante aumento de las temperaturas durante los meses de invierno, con un alza tres veces superior a la media”, según dice un estudio británico publicado en Estados Unidos (31-03-06, Agence France-Presse, Washington).


Estimado lector, usted lo sabe, podría llenarlo de informaciones respecto de los cambios climáticos, sobre la podredumbre que arrastran los ríos y contienen los mares. Pero para qué voy a revolverle la herida. Unas cuantas perlas de muestra, solamente: Un estudio, encabezado por el Laboratorio de Química Ambiental de la Universidad Técnica Federico Santa María (Chile), liderado por el profesor Francisco Cereceda, reveló la presencia de sustancias que en el largo plazo producen efectos negativos en la salud de las personas. Entre otros riesgos: cáncer al pulmón; vejiga; cáncer linfático y de mamas. Mutaciones; infertilidad y retardo en la maduración sexual de adolescentes.


Todas patologías causadas por dos compuestos químicos no monitoreados por la autoridad ambiental. La mitad de los automóviles con sello verde en Chile tiene convertidores catalíticos que no funcionan, así lo asegura un informe de seguimiento del Plan de Prevención de la Comisión Nacional del Medio Ambiente de la Región Metropolitana (Conama RM) emitido en marzo pasado. Quiere decir que todos esos conductores andan jugando con una lupa ¡así de grande! Así es que, ¿me permite una franqueza mientras nos tomamos el traguito? Usted y yo somos en última instancia, homicidas y suicidas. Somos la lupa y la hormiga. Homicidas porque estamos matando día a día este hermoso planeta azul – aún no se ha encontrado otro planeta tan hermoso y variado en el cosmos-, y suicidas porque en él vivimos. Seguramente nuestra primera conclusión ciudadana es similar a nuestro conciudadano, don Hernán Precht, presidente de la




Asociación de Automóviles de Chile, quien rechazando el costo adicional que podría significar el correcto mantenimiento de los vehículos (una de las lupas claves), declara: “Nosotros no debemos pagar el costo que generan otros”. Sinceramente no tengo autoridad moral para criticar los dichos del señor Precht. Yo también pienso que la lupa principal, la que está matando el planeta Tierra y sus hormigas, es la del otro, no la mía. Y listo, tranquilo el perro.
Usted y yo pensamos lo mismo: ¿Por qué voy a ser yo el único gil? De manera que seguimos esperando que los “Otros” dejen de jugar con la dichosa lupa. Pero si no lo exigimos con fuerza ni los Otros ni Nosotros lo haremos. Mientras tanto podemos entretenernos en mirar las fotos del planeta Marte. Mirándolas tal vez nos será fácil imaginarnos que por allí pasó el Hombre hace miles de años. Porque si como ciudadanos, para tranquilizar nuestra conciencia depredadora, pensamos que la responsabilidad en los cambios climáticos la tienen solamente las grandes industrias, los políticos, las autoridades, etc., – siempre el otro -, el paisaje de Marte nos espera.




¿Sabe cuánto dióxido de carbono (CO2), el más común de los gases con efecto invernadero, producimos usted y yo como ciudadanos en nuestra vida cotidiana, anualmente? Un cálculo conservador: entre 5 y 8 toneladas de CO2, promedio. Significa que también al menos, podemos disminuir esa producción, colaborar en disminuirla. Porque los grandes -Estados, Gobiernos, Industrias, etc.,- están entrampados en sus intereses, legítimos o no, de manera que sus posibles soluciones son todas a largo, a muy largo plazo. ¿Y nosotros, individualmente, no podremos incomodarnos una vez al día o a la semana privándonos de aquello que nos convierte en genocidas y suicidas?


Porque el cambio climático es tan global y democrático que nos afecta a todos, de manera que es asunto de todos. Las voces de alerta surgen por todas partes, el CO2 es el nuevo “fantasma que ahora no sólo recorre Europa, sino el planeta Tierra”. Pero preocupados nosotros de nuestra subsistencia, o de cómo jorobar al prójimo, en fin, otros entretenidos en el ir y venir de la política, los de más allá afanados en ampliar y asegurar su poder, en fin, repito, el dicho fantasma queda reducido a un cuento para asustar a los niños. Sin embargo tengo que terminar ésta diciéndole la firme: tal vez algún día comprenderá el enigma del por qué en este momento le aconsejo que usted y yo vamos juntando plata para comprarnos un bote. Espero que lo hagamos cuando no sea demasiado tarde ya que usted vive en un país con tanta costa y yo tan cerca del gran río Saint-Laurent… Claro, existe la posibilidad de vivir en climas artificiales. Si usted y yo en el futuro somos millonarios podremos vivir en un barrio de gente decente, bajo una especie de placenta gigante, con temperatura artificial, con lluvia artificial, nieve, en fin lo que nuestro bolsillo agüante. ¿Pero, y los que vivirían fuera de esos condominios? -¡Ah, bueno, pues oye, giles habrá en todas las épocas, no me jorobes! _____________________________________________________________________