“Cuando salí de Chillán
me vine en una carreta.
Al pasar el río Ñuble,
se me cayó una chancleta.
¡Huifa, ay que sí!
¡Huifa, ay que no!”
Estas coplas, con algunas leves
modificaciones pertenecen al folklore sureño. Las he recordado a lo largo de
los años, quizás para no olvidar mis sencillos orígenes chillanejos.
Orígenes que además, durante mi infancia,
se desarrollaron signados por nocturnas
veladas alrededor del brasero, escuchando los espeluznantes relatos del
terremoto de 1939 que asolara más de una cuarta parte de la población. Se
calculaba que en ese entonces la población chillaneja sobrepasaba los 40.000
habitantes. Los cadáveres bajo los escombros de maderas y adobes no fueron
menos de 15.000, aparte de otras aterradoras cifras de pérdidas humanas y materiales
en toda la zona.
Cuando salí de Chillán en 1955 para ir a
estudiar a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, sita en Santiago,
mi ciudad había aumentado su población a 46.000 habitantes. Hoy se acerca a los
180.000, o más.
Ahora bien. A la vista de los hechos a
través de los años, se puede suponer que en esta ciudad y zona, los movimientos
telúricos han tenido la virtud de agitar los genes como en una coctelera,
provocando el singular nacimiento de numerosos artistas e intelectuales -
varios de ellos destacados en el concierto internacional -, y sin que éstos
hayan sido necesariamente herederos de tradiciones familiares.
Y además – noblesse oblige -, sin que la
ciudad ni la zona se hayan distinguido históricamente por sus afanes
culturales. Éstos, siempre estuvieron refugiados en pequeños grupos que
supieron conservar el fuego. Chamuscando incluso a las autoridades, a veces.
Aunque quizás son historias del pasado. Porque
“héte aquí”, que desde hace ya varios años, el fuego en Chillán ha comenzado a
lanzar llamaradas, contando con el apoyo municipal y otras instancias.
Y entre esas llamaradas ha surgido la
creación de una magnífica revista cultural, “Quinchamalí”. Una revista, que no
puedo dejar de decirlo, me hace sentirme orgulloso de ser chillanejo. Lo digo,
porque a mi juicio una revista de esa calidad de diseño, edición, material
gráfico, impresión y temáticas, sería un orgullo para cualquier ciudad del
mundo.
Su asiento editorial lo encuentra
“Quinchamalí” en el auspicio del Taller de Cultura Regional, Universidad del
Bío-Bío y en el Instituto O´Higginiano de Ñuble. Pero además cuenta con una
amplia gama de patrocinadores: organismos diversos y municipios de la provincia,
incluida lógicamente la Municipalidad de Chillán..
Su Director, Alejandro Witker, investigador,
historiador y docente, es un lúcido intelectual chillanejo – de los que
tuvieron que correr mundo en contra de su voluntad - quien ha logrado ser acompañado por un
brillante equipo que hace posible este magnífico aporte a la cultura regional.
Aprovecho la ocasión para felicitarles a
todos ellos, al mismo tiempo que a los auspiciadores y patrocinadores.