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jueves, 12 de junio de 2008

Tolstoi y su vecino




de Gustav Doré



Se cuenta que el célebre escritor ruso León Tolstoi tenía un vecino en su casa de campo que no acertaba comprender las respuestas del escritor. El vecino con su azadón al hombro pasaba por frente a la casa de Tolstoi y lo veía trabajando en su huerto, entonces lo saludaba:-Buenos días, don León. Trabajando ¿eh?-No, no, descansando, Ilych Petroiev, respondía el escritor.Otro día, Ilych Petroiev, pasaba por frente a la casa de Tolstoi, y éste estaba sentado en el portal mirando al vacío. Entonces lo saludaba:-Ah, don León…, ahora descansando ¿no?-De ningún modo Ilich Petroiev…, trabajando.

Mucha gente piensa que los artistas “lo pasan bomba porque no trabajan”. En una gira de teatro en la provincia, antes que llegara la televisión a Chile, un señor que tenía de huésped al actor que había trabajado en el teatro aquella noche, le preguntó:-¿Y usted en qué trabaja?-Soy actor, trabajo en teatro.-No, quiero decir - insistió el dueño de casa -, en qué se gana la vida, en qué trabaja.

Y sobre el valor crematístico del trabajo del artista, además del valor estético, también hay confusión. En 1831 en París el muy famoso violinista Paganini una tarde arrendó un coche para que lo llevara a la sala en donde daría un concierto. Al llegar le preguntó al cochero: -¿Cuánto le debo? -Veinte francos.Como a Paganini le pareciera exagerado el cobro, le dijo:-¿Tan caros son los coches en París?-Mi querido señor, dijo el cochero que le había reconocido, cuando se ganan 4.000 francos en una noche por tocar en una sola cuerda, se pueden pagar 20 francos por una carrera.Paganini bajó del coche y consultó con el portero de la sala el precio justo. Entonces regresó donde el cochero:-He aquí sus 2 francos, que es lo que le debo, le dijo; los otros 18 se los daré cuando usted sepa conducir el coche con una sola rueda.Así es que volviendo a Tolstoi, el trabajo creativo efectivamente necesita ociosidad.

Y aunque la imaginación creativa surge o salta a veces de manera imprevista, en medio de algún quehacer, digamos por asociación, su hábitat regular es la ociosidad… llena de trabajo. Aparentemente aquel artista o intelectual “que no está haciendo nada”, está trabajando.Sin embargo el placer o goce que nos provoca una obra artística no nos obliga a hacernos cargo del tiempo que el creador empleó en ella ni de las circunstancias en que fue creada. En estricto rigor eso no tendría ningún valor estético. Sin embargo es corriente que atendiendo a las leyes del mercado, muchas campañas publicitarias hagan hincapié no solamente en lo mencionado, sino que intentan meterle “valor agregado” a determinada obra artística contándonos el mayor número de detalles del proceso creador o traficando con la intimidad del artista.

Desde hace ya tiempo – pero actualmente de manera exacerbada - tales campañas inflan el globo de tal manera que cuando llegamos a ser espectadores, auditores o lectores de esa supuesta obra de arte, ésta no es tal, sino sólo un algodón almibarado de feria.Tal vez esa fue una de las maneras de comenzar a alejarse justamente del arte, y un anticipo de la banalidad que el “mercado” ha impuesto a la mercancía humana. Señalo el mercado, porque de vez en cuando leemos a algún “teórico” que pretende desmentir dicha afirmación argumentando que la banalidad – más bien la estulticia – es algo orgánico a nosotros, una necesidad histórica del “consumidor” - o de las audiencias, espectadores, lectores, masas -, definiciones todas para designarnos como víctimas de la estupidez.
Así, nuestro amigo Tolstoi es hoy para “las masas” simplemente un viejo latero, tanto como


Cervantes con “su loco de La Mancha”, además de todos los creadores - no sólo escritores obviamente - de antes y después de los nombrados.Lateros, hasta que alguno de los teóricos de la farándula descubre que después de todo, esos artistas o intelectuales tienen un mundo íntimo que bien se podría traficar, de la misma manera que se trafica con la intimidad de quienes viven de ello. “Su obra es una lata, pues oye, pero la verruga que tenía no sé dónde…, ah, salvaje, te diré”. “Joder, que el tío ese tiene una historia que vale un par de cojones…” “Eso es lo que pide la gente”, la verruga del artista o intelectual, nos dicen. Pero en realidad la teoría de fondo, la complicidad implícita de estos opinólogos y opinólogas faranduleros, consiste en convertir todo en mercancía transable, lo mismo Bach que fulanito que la tiene con un lunar en el glande: “Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor/ Ignorante, sabio o chorro,…” etc.
En España, la maestría de la estulticia vehiculada por los medios escritos y audiovisuales creo que hasta el momento se lleva los laureles. Así es que quien viva en los países de habla hispana, en los cuales pareciera que lo más importante es conocer la intimidad de la rubia, moreno, amarillo, negro o gris – sobre todo grises, porque esos personajes no tienen otra cosa que mostrar que sus grisáceos coqueteos, adicciones o ladroneos -, en la “madre Patria” nos superan de lejos.

Pero el intento de distraernos con las tetas de fulana o con la fuga de zutano, o con las frivolidades o corrupciones del César de turno, en fin, es un método tan antiguo que ya lo utilizaba el prehistórico cazador que llevaba a su víctima al barranco.No obstante los teóricos de la idiotez, que en realidad son unos pícaros y pícaras de los cuales habría dado buena cuenta Quevedo, intentando justificar su manera de ganarse la vida – aún les quedan restos de conciencia crítica – nos quieren hacer creer que debemos someternos al “libre” discernimiento y exigencia de las tan socorridas masas.
Sin embargo no se necesita ser teórico para percibir que la farándula y la subcultura de la banalidad son un magnífico diluyente de la conciencia crítica de todos nosotros, dilución que permite convertirnos en consumidores domesticados por la publicidad o el lobby - al final es lo mismo -, comprando en el mercado lo más “top”, sea mercancía o persona, ya es difícil diferenciarlos. Si descubre a quién le conviene todo esto, se gana el millón. En fin, dime lo que consumes y te diré quién eres.

Y si la banalidad quedara restringida a los personajillos de la farándula – artistas [se supone], condes, y sobre todo sin oficio conocido - o de las revistas corazón, bastaría con decir “cada uno con su gusto, como decía la vieja…” Pero hay que reconocer que la banalidad y el festineo permea nuestras sociedades transversalmente: empresarios, políticos, jueces, militares, personeros de las iglesias, etc., en general también se divierten de lo lindo como en las obras de Plauto.


De manera que postular hoy la preservación y defensa de los valores estéticos – lo ético ya es la utopía total -, intentando destacar lo importante que ha sido y es el arte en nuestro desarrollo humano; intentar resistir para que no nos pasen gato por liebre, significa correr el riesgo que los teóricos de la farándula nos califiquen de vejetes, elitistas o desubicados.

El arte en su esencia siempre resultó desvirtuado cuando se le ha querido manipular –aunque haya sido para causas laudables -, o confundir con educación cívica o material pedagógico. Y peores resultados se registran hoy, aquí y allá, cuando se le quiere rebajar y confundir con los malabarismos y extravagancias de los ególatras de moda.Desvirtuado su valor estético, arte y artistas abundan muchísimo actualmente. Pero siguen siendo muy pocos aquellos que nos hacen sentir una emoción inexplicable e intransferible. Por ello confío que como en otras épocas de nuestra historia humana cuando la idiotez o la dispersión parecía que se quedaban para siempre, mi vecino Tolstoi continúe ocioso, trabajando sentado en el portal de su dasha.______________________________________________________________