En medio de turbias aguas políticas internacionales,
y con motivo de las acusaciones de acoso sexual en contra del multimillonario
norteamericano Harvey Weinstein, aquí en Montréal se ha desatado una verdadera
epidemia de imputaciones a diversos personeros de la política, los medios de
comunicación y otros.
Mujeres – en su mayoría, porque también
hay gays entre los acusados - que habían guardado silencio por años de su abuso
sexual decidieron abrir la caja de pandora.
Al parecer, con más moral que Weinstein,
entre los Québécois imputados, algunos han renunciado a sus puestos, otros han
decidido poner término a su carrera profesional, otros han retirado su candidatura
a la alcaldía de Montréal, etc.
Como quiera que sea, es singular este
aspecto del Poder – económico, administrativo o de “prestigio social” – que
crea la pulsión malsana de atropellar la dignidad de las personas, en este caso
tocaciones y violaciones sexuales de hecho sin consentimiento.
Las mujeres nunca debieron permitir que
les cambiaran las “Diosas” por “Dioses”. Tal vez aún están a tiempo.
Pese a todo, las mujeres que no han sido
atacadas, pueden reírse de los idiotas acosadores que se pierden el
incomparable placer adicional de la complicidad cuando existe el consentimiento.