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domingo, 26 de julio de 2009

CUANDO LAS BARBAS DE TU VECINO...



A propósito del golpe de Estado en Honduras, he recordado el viejo dicho de: “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”. Porque es de toda evidencia que los sucesos de Honduras no serán la excepción durante este siglo XXI, cualquiera sea el desenlace final.


Las oligarquías latinoamericanas tienen una amplia experiencia en lo que se refiere a golpes de Estado. En realidad, son expertas. Ese asunto de la “Democracia”, lo han considerado siempre como una etapa transitoria – entre dictadura y dictadura -, como un aparato instrumental.


Las clases dominantes de Latinoamérica han contado, desde la Conquista, con el poder económico, político y militar. Y además, hoy, ideológico. Agregado a ello, por una parte, nunca han dejado de ser proveedoras de materias primas para los grandes capitales internacionales, y por otra, siempre han sido protectoras de las inversiones abusivas de las trasnacionales. Estas, se benefician de la mano de obra barata en nuestros países y en sus grandes metrópolis, adonde llegan miles de inmigrantes en busca de algo que pueda llamarse vida.


De tal manera que el gran capital internacional, ha sido permanentemente promotor, cómplice implícito – y explícito cuando la situación lo ha requerido - de todos los golpes de Estado en Latinoamérica y en el resto del mundo.



Durante el siglo XX, aunque se consumaron muchos golpes de Estado, al menos había resistencia ideológica, resistencia cultural, además de organizaciones de masas capaces de oponerse, e incluso vencer en algunos casos a los golpistas.



Hoy, todo el mundo está endeudado, comprometido, encadenado al mercado de consumo. Quien no tiene un crédito – deuda - para el auto o para la casa, lo tiene para un par de zapatos o para los materiales de estudio de sus hijos. El pequeño y mediano comerciante, el pequeño industrial, están endeudados hasta la tusa. Se puede decir que, actualmente nadie es dueño de lo que tiene, porque todo se le debe al banco.



Y sin embargo, como es lógico, nadie quiere perder el bien que ha obtenido, aunque por ello tenga que vivir con la soga al cuello. En el presente, en cualquier parte del mundo, quien más quien menos, se ha conseguido un crédito para agregarle un cuarto a la casa; para pagar el auto; tiene un celular en sus manos; un computador; un televisor a color; zapatillas de marca; aparatos de video y unos cuantos, cuando no cientos de DVDs, con sus favoritos. Y los más desfavorecidos, esos millones de seres humanos que se mueren de sed y de hambre día a día, mueren “consumiendo” los deshechos del fulgurante progreso.



Porque el Dios Mercado, con más ubicuidad incluso, que los dioses que le precedieron, se hace presente hoy hasta en el modo de caminar de las personas. En la mayoría de los casos, el progreso que nos ofrece esta nueva deidad, no significa otra cosa que haber obtenido una serie de futilidades, que recuerdan a los espejitos que los Conquistadores les movían a nuestros indígenas latinoamericanos, a cambio del oro.



Vivimos de la ilusión de la riqueza, del dinero, viéndolo en manos de los privilegiados. A pesar de nuestra pobreza, nos sentimos millonarios porque al lado de nuestra rancha se levantan edificios de 20 o 40 pisos. Vivimos sin agua potable en nuestra vivienda, pero nos sentimos parte del progreso, porque en la plaza de la ciudad hay una fuente de agua con luces de colores. Mirando la televisión, creemos vivir en ese mundo de fantasía que nos muestra la publicidad.



Así, de manera tan sencilla, infantil, el neoliberalismo nos ha metido en su trampa. Y sin que nadie nos lo diga, entendemos perfectamente que salir a defender derechos ciudadanos – aunque sean los propios – significa el riesgo de perder nuestros bienes, y perder la fantasía que nos hace soñar con un golpe de suerte, o con la decisión audaz de pisarle la cabeza al otro para salir adelante.



La idolatría por el becerro de oro, que hasta ayer tenía poseídas sólo a nuestras oligarquías, hoy nos ha sido inyectada a todos, inhibiendo nuestra conciencia crítica. Nuestros intereses, ya no se diferencian de nuestras clases dominantes: obtener los mayores beneficios, con el menor esfuerzo, y en el menor tiempo posible. Quienes pretendan impedirnos ese “sueño”, son nuestros enemigos.



¡Que viva el progreso! ¡Pero ojo, con los “progresistas”! Demasiados países latinoamericanos se han entusiasmado en el intento de avanzar socialmente más allá de lo debido. Que tomen nota. El golpe de Estado de Honduras es un globo de ensayo.



La ideología que nos permea a todos hoy, en resumen, es:



“Todo lo que tienda a favorecer a las grandes mayorías, es a costa de tu progreso”.