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domingo, 14 de junio de 2009

¡MADRE MÍA, EN QUÉ TE HAN CONVERTIDO!


de R. Matta, Desastre


Hay días en que si uno se guiara por los titulares y artículos principales de los diarios chilenos, pensaría que mi Patria es hoy la reencarnación de la vilipendiada Gomorra de la Biblia.

Para quienes hemos pasado los 50 años de edad y más, nos cuesta a veces reconocer el país que dejamos humeante, representado por el flamígero bombardeo de La Moneda en aquel lejano 11 de septiembre de 1973.

Quizás la vergonzosa escalada de la corrupción que hoy azota a Chile, comenzó con ese acto de las FFAA chilenas. Tal vez el bombardeo a La Moneda en contra de un hombre solo - acción militar absolutamente innecesaria y por lo mismo ignominiosa -, no sólo asesinó a un hombre armado con sólo su moral y convicción invulnerables, sino que provocó la emergencia de una suerte de entropía que desde entonces afecta a mi “largo pétalo de mar/ y vino/ y nieve” (Neruda).

A mí me enseñaron desde niño que el edificio de La Moneda simbolizaba el “santuario de la Patria”. Pienso que el resto de los ciudadanos chilenos que en 1973 tenían unos 8 años de edad, habían recibido una educación similar.

En la fecha histórica antes aludida, 4 forajidos – en realidad 3, porque el cuarto era chiquillo pa los mandados -, a quienes se les pagaba para proteger la Patria, no se les ocurrió nada mejor que iniciar su dictadura del terror destruyendo precisamente el santuario y a un Presidente electo democráticamente.

De ahí para delante “¡chipe libre!”. Porque aquella mañana los militares hicieron trizas la calidad inmanente que posee toda autoridad legítima junto con sus instituciones, al mismo tiempo que destruyeron la “autoridad moral”.

¿Porque quiénes de los que ejecutaron la villanía, o peor aún, quiénes de los civiles que incentivaron, auparon tal infamia, quedó con autoridad moral como para pegarle en las manos a quienes comenzaron a saltarse a la torera las leyes y normas que regían la convivencia de nuestro país?

Los forajidos, además, asesorados por los civiles golpistas, caracterizaron su deleznable acción como “estado de guerra”. Y, señores, en toda guerra que se respete, hay pillaje. Esto lo tuvieron claro desde el primer momento los soldados que en aquellos primeros días del golpe de Estado, luego de asesinar impunemente a sus compatriotas, regresaban al cuartel con los brazos llenos de relojes, brazaletes y joyas diversas de sus víctimas. No es metáfora, sino información documentada (“Páginas en Blanco”, libro de varios autores).

También es información documentada el hecho que oficiales y empresarios, una vez declarado el estado de guerra, decidieron aplicar el “agarra Aguirre” como método de convivencia, agarrando propiedades y títulos de sus víctimas también, con el cinismo de revestir sus operaciones de despojo con artilugios legales.

Posterior al bombardeo de La Moneda, en mi país aparecieron nuevos ricos como callampas después de la lluvia.

¿Y hoy, esos que agarraron a mansalva, rasgan vestiduras y quieren ponerle coto a los que todavía no han tenido la oportunidad de agarrar su parte? “¡Meh!, ¿a ustedes nomás les gusta?”, se dice el que no se avivó a tiempo. Ese, que actualmente si no puede meter la mano en la bolsa, al menos utiliza su instancia de poder para procurarse privilegios hedonistas.

De acuerdo a las publicaciones de los diarios, y de los programas de denuncia de la TV chilena, el estado de guerra militar, sin duda ha terminado en mi país. Pero la guerra por “quién agarra más y más rápido”, no sólo no ha finalizado sino que se ha incrementado, porque es el valor intrínseco prioritario del modelo que comenzó a desarrollarse cada vez con más nitidez desde el 11 de septiembre de 1973. No es ni más ni menos que la técnica del pillaje la que reina en Chile, revestida de neoliberalismo y/o globalización.

Ya se sabe que “son los hechos, los porfiados hechos” los que educan, forman nuestra conciencia, más que los discursos. Y no es ni la televisión ni la clase trabajadora, ni el funcionario burócrata, ni el carabinero de la esquina ni el policía, no es ni siquiera el juez o el fiscal, ni aun el delincuente, quienes permean la sociedad.

Es el sector dominante de Chile, es decir, el sector empresarial, económico, los representantes de los poderes del Estado, y por ende el sector político, los que con sus “hechos”, contribuyen al desencanto (con resultado de corrupción) y al escape a través del hedonismo (con resultado de pérdida del sentido crítico), de miles de ciudadanos de mi “largo pétalo de mar/ y vino/ y nieve”.

La verdadera pandemia de mi país, es la corrupción – de la cual escapan honrosas excepciones, felizmente la presidenta entre ellas -, que por supuesto no ha llegado ni por asomo a sus máximos niveles. Otros países y ciudades del mundo pueden servirnos de muestreo de lo que nos espera todavía.

Mi país semeja un campo minado de corrupción: semana a semana explota una mina que incita a otros a seguir el ejemplo. Es una peste transversal que está sustentada en la dispersión cultural – cada uno pa su santo -, equivocadamente interpretada como diversidad. En la política chilena de hoy, esto se refleja con nitidez.

Y sin embargo es un hecho también que existen numerosos sectores en mi país que se muestran reacios a aceptar el juego de que “las instituciones funcionan”. Algunos miembros de esos sectores, estando sin embargo insertos en el poder institucional del modelo, ven neutralizadas sus mejores intenciones y aun acciones.

Hay otros tantos, fuera de los poderes institucionales, que resisten activamente, e intentan buscar alternativas. Estos sectores no están en las páginas de los diarios ni en la televisión, al menos no están destacados. Siguiendo con el axioma periodístico que no es noticia que “un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro”, sólo sabemos del chileno que roba, que mata, que hace escándalo de cualquier tipo, incluido el tráfico de su propia intimidad.

De la investigación que este o aquel científico chileno está haciendo en su laboratorio (y de la falta de apoyo para hacerla), o pegado al telescopio, no se sabe nada. De los artistas; de los ambientalistas; de los oceanógrafos chilenos; de los antropólogos, de las juntas de vecinos que lograron tal o cual reivindicación, etc., etc., etc., de todos esos que anónimamente trabajan verdaderamente por mejorar la calidad de vida material y espiritual de los chilenos, “…nadie dijo nada”. Excepto para destacar un premio efímero, o recordar el aniversario de su muerte.

“¿Qué importa ganar en años/ un premio como poeta,/ o dejar en la probeta,/ ilusiones, desengaños,/ trabajando como insano,/ metiéndole duro el hombro?/ Eso no causa asombro,/ no sucede en un instante,/ así, ¡zas, centelleante!,/ y el bollo ya está en el horno”. (Cuadernos de Merardo)

El que quiera enterarse desde el exterior, que en mi “largo pétalo de mar/ y vino/ y nieve”, a pesar de la corruptela, aún hay gente que cree que otro país es posible y lo desea, debe rastrear hoy por páginas especiales, a veces por Internet (por ejemplo, la magnífica página web de memoriachilena.cl, además de una nueva iniciativa de Dibam, www.memoriasdelsigloxx.cl/), o periódicos electrónicos como http://www.fortinmapocho.com/
y otros; debe buscar revistas especializadas para enterarse que hay chilenos que se ocupan de cuidar y preservar nuestro patrimonio cultural, o finalmente comunicarse con amigos, que tal vez sean los anónimos en el sindicato.

Hay que buscar pacientemente para enterarse que el sacerdote, también anónimo, vive en medio del pueblo, alentando desde sus posiciones la lucha por una mejor vida. O hay que recibir una carta denuncia para saber que aquellos luchan en contra de la pornografía infantil, esos otros por una vivienda, que estos otros se oponen a la destrucción del medio ambiente, etc. A todos ellos y muchos más, no los encontraremos en las primeras planas de los diarios chilenos ni de la televisión...

Lo inquietante sin embargo es que dichos sectores van conformando cada día una suerte de archipiélagos, reducidos a círculos concéntricos. Situación que permite actuar en campo de nadie a todos los que están empeñados en continuar la guerra que inició Pinochet, quien dejó tan brillante lección de cómo agarrar más y más pronto a costa de los giles, obviamente.

Como la esperanza es lo último que se pierde, no es tan utópico pensar que esos sectores, reducidos hoy a espacios marginales, en medio del fenómeno de dispersión, provoquen un movimiento de inversión, primero como mecanismo de autodefensa, logrando posteriormente transformarlo en una fase colectiva de creación programática, rescatando la diversidad cultural perdida. Estableciendo un nuevo orden, legitimado.

Es posible que nuestro país haya sido castigado con el sino fatal de contar con una clase dominante histórica, tan torpe, tan obtusa en su afán de lucro, que cíclicamente prefiere transformarse en vampiro de su propio pueblo, que construir un desarrollo equitativo.

Ante tan desacertada dirección histórica, los sectores de intelectuales y artistas, los trabajadores, empleados y estudiantes que desean una vida mejor sin tener que convertirse en fulgurantes hombres de éxito - haciendo uso indebido de su área de poder; convirtiéndose en camellos; proxenetas; traficantes de drogas o de seres humanos, etc. - pueden sanear el país social y políticamente. Rescatar la confianza en el otro.

Un año electoral, es un momento propicio para demostrar el descontento al conjunto de los poderes. Porque las acciones de resistencia no deben detenerse al parecer. Quizás mañana ya no habrá reservas morales para intentarlo. Cabe la esperanza que de las acciones de resistencia emerja pronto un programa unitario. Porque no hay que olvidar que las malas costumbres son más contagiosas que el virus AH1N1.

Ah, y por favor, autoridades de mi país, aunque hayan perdido la inmanencia, al menos conserven un poco de seriedad. No sigan repitiendo la falacia que “en Chile no hay nadie por encima de la Ley”. ¡Por favor! ¡Después de todo lo que ha pasado y sigue pasando!