From National Geographic |
Durante mi infancia y adolescencia, los cuentos de aparecidos, fantasmas, y encuentros con parientes muertos, eran temas habituales en el mundo rural y de provincia. En mi ciudad, en el invierno, la ocasión más espeluznante se desarrollaba alrededor del brasero, y en las casas campesinas, junto al fogón nocturno. Ambos, constituían la fuente de los misterios. Era la gente de servicio que, descansando de las labores diarias, aportaban el mate, la agüita de yerbas, y sus insólitas historias que te helaban la sangre.
En mi infancia, finalizado el “instante social”, caminar los cuatro metros que me separaban de mi dormitorio requerían un desafío consigo mismo. Y en el campo, levantarse de la orilla del fogón para salir al patio nocturno, significaba una lucha sin cuartel entre el miedo y la vergüenza, y era esta última la que me hacía correr los metros que me separaban de la casa patronal sin poder evitar el espinazo erizado.
Pues bien: ¿cuándo y a propósito de qué se fueron extinguiendo en mí, el temor a los fantasmas y aparecidos? Extinción tan radical, que a la altura de los 14 o 15 años, me había convertido en un escéptico...
Supongo que fueron los cuentos familiares de la infancia de mi padre, y luego mi relación temprana – a los 13 años - con el gripo cultural en donde descubrí mi vocación de actor... Supongo, digo, que esos componentes fueron consolidando mi racionalidad.
Ah, pero amistades, una cosa es no temerle a los fantasmas y aparecidos, y otra cosa es no creerle a quienes cuentan sus aventuras paranormales. Además, mi alma campesina no olvida el proverbio: “El Chuncho (Lechuza) canta y el indio muere, no será cierto, pero sucede”.
Quiero decir, soy escéptico sobre los fenómenos paranormales porque hasta el momento nunca he tenido una experiencia de esa índole. Sin embargo, he conocido y conozco personas que merecen mi confianza, quienes me han contado diversas experiencias, muchas de ellas fabulosas, y otras, contadas con tal sencillez que precisamente por ello impresionan. De manera que creo que para ellos es verdad. Otra cosa es el “mercadeo” que hacen “psíquicos” con los incautos.
En fin, durante mi infancia, los fantasmas y aparecidos ocupaban los bosques y caminos nocturnos, o la cama de quien hablaba tranquilamente con un pariente muerto.
Quizás hoy, los fantasmas ocupan la pantalla de los computadores o el teléfono móvil...