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de Carlos Dorlhiac |
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Estoy aún bajo el influjo
de una experiencia extraña debido a la emoción misteriosa que me han provocado
unas fotografías de varios personajes humildes de Chillán-Ñuble.
Las fotos fueron tomadas
entre 1910-20. Su autor, don Carlos Dorlhiac, un
fotógrafo aficionado, según dice la revista, que nunca tuvo pretensiones de ser considerado un
fotógrafo hecho y derecho. Y sin embargo hoy, se le considera en el mismo nivel
de un Antonio Quintana, Luis Poirot, Navarro Martínez y Jorge Suaré.
Leyendo el número 6
(Diciembre 2011) de la excelente revista “Quinchamalí” (editada en Chillán-Ñuble) sufrí el impacto.
La calidad de las fotos,
sus luces y sombras, su temática verista y sin embargo tan multívoca; el
encuadre del espacio; los personajes elegidos, en fin. Subrayado todo esto, por
el dramatismo que siempre aporta el blanco y negro... Me quedé prendado
observando el universo humano y físico que sugería Dorlhiac.
Pronto me invadió una emoción
insondable. Dorlhiac, sin saberlo, había rescatado imperecederamente un pedazo
de historia de nuestra ciudad… Había guardado la imagen de quienes seguramente
fueron víctimas fatales poco tiempo después, en el terremoto de 1939 (todavía
ese devastador movimiento telúrico – no siendo el único - sigue siendo un hito
en la ciudad y región).
…Fue en un instante, sin
poder precisarlo… Los personajes fotografiados por Dorlhiac se transformaron en
fantasmas… Tomaron la dimensión de apariciones errantes… Apariciones que me
hablaban de un pasado de mi ciudad que yo no conocí… Me hablaban de su
humanidad, de su pobreza, quizás de su desconsuelo; los niños, de su orfandad…
Solos… Niños y adultos, algunos en grupo, pero todos emanando soledad… Solos…
¡Qué soledad!... La soledad de la pobreza – de ayer, de hoy, de siempre - está
impregnada en sus ropas, en su gesto… Los personajes de esas fotos tienen un no
se qué de fatalismo, de resignación…, pero a la vez de dignidad…
Sí, la dignidad de la
pobreza que he visto en variadas circunstancias…
Y en ese punto, sin darme
cuenta, me vi envuelto en el recuerdo de una anécdota sucedida durante el
rodaje del film “El Chacal de Nahueltoro”.
Una mañana, estábamos
filmando en un camino secundario, aledaño al fundo de Nahueltoro.
En aquellos años, en Chile
desgraciadamente no se acostumbraba – en realidad no existía el video – a
filmar el making-off del rodaje. Sucedían muchas cosas fuera de cámara,
evidentemente. En realidad se necesitaría un libro para relatar tantas
anécdotas y peripecias.
En fin. Un día que
estábamos rodando una de las caminatas de Jorge, acompañado de otros cesantes o
afuerinos, vimos venir un grupo real de afuerinos que acertaba a pasar por el
lugar. Eran unas siete u ocho personas entre hombres, mujeres y niños, quienes
viendo que teníamos ocupado el lugar, se sentaron a la vera del camino para
descansar.
Durante la producción del
film no habíamos logrado reunir más de tres o cuatro afuerinos con quienes
estábamos filmando esa mañana. Y Héctor Ríos, el fotógrafo, le decía
repetidamente a Miguel, el director: “se ven muy pocos, Miguel, no puedo
ampliar el cuadro”.
De tal forma que Miguel,
viendo al grupo de recién llegados que se había sentado a la orilla del camino,
pensó que el maná del cielo venía a sus manos. Me dijo:
-Nelson, por qué no te
acercas tú a ellos y los invitas a trabajar con nosotros. Con esa vestimenta te
harán más caso… (yo estaba vestido de personaje).
Me acerqué a la cuadrilla
de afuerinos, actuando mi personaje. Indiferente, como mirando para otro lado,
les pregunté de dónde venían y hacia dónde iban. Pero viendo que me respondían
con monosílabos, con más recelo que mi “actuación”, les dije por las derechas:
-Oigan, ganchos, si
quieren ganarse unos pesos quéense a trabajar con nohotros por el día…
Se puso de pie el que
parecía ser el jefe de la cuadrilla, un hombre alto de unos 45 años, rostro
anguloso y cuerpo macizo. Su físico y actitud enhiesta contrastaban con sus
pobres vestiduras:
-¿Y qué sería?, dijo.
-Unas jotos. Esos
caballeros – señalé al equipo de rodaje -, andan sacando unas jotos pa mostrar
la pobreza nuestra, le dije…
El hombre miró a su grupo.
Pensó un momento y agregó:
-¿Y aónde van a mostrar la
pobreza?
-Aquí, pus, en todo Chile.
Y por todo el mundo, agregué intentando darle más importancia…
El hombre miró de nuevo a
su grupo. Luego de un momento se agachó para echar mano a su bolsa, con cuyo
gesto los demás de la cuadrilla se levantaron haciendo lo mismo. El hombre,
echando su bolsa al hombro, con una dignidad y molestia que nunca olvidaré, me
dijo:
-¿Y por qué nohotros
tenimos que andar mostrando nuestra pobreza por el mundo entero?
El grupo emprendió la
marcha, decidido:
-Oiga, amigo, pero
escuche, esto nos conviene a todos, quise insistir. Es pa denunciar a los
ricos (intentaba hacer el discursito…)
Nada. La cuadrilla de
afuerinos con sus bolsas al hombro, sus chiquillos, y alguna mujer con su
guagua en brazos, siguieron su marcha, impertérritos, pasando por en medio de
cámaras, utensilios y compañeros de la filmación, quienes miraban a la
cuadrilla y a mí, como pidiendo una explicación…