viernes, 16 de agosto de 2013

MIRANDO EL TIEMPO




Ogoño



El horizonte marítimo nocturno me resulta particularmente inquietante, misterioso..., sobre todo en los instantes de quietud... Me hacen sentir que vivo dentro del Tiempo...
Ya lo sé que es así, en efecto. Quiero decir que tomo conciencia de ello.

Y más de alguna vez, haciendo un juego de imaginación me veo como un indígena caribeño en una noche de octubre de 1492. Desde el monte donde habito veo en el horizonte del mar unas sombras extrañas que al parecer emergen de las aguas... "Son manchas, me digo, manchas que anuncian lluvia..." Me acuesto con la idea que mañana amanecerá lloviendo. "Mañana arrancaré las yucas antes que llueva", me digo.

Y entonces suspendo el juego. El resto es terror: amanecer. Enormes alas blancas sobre gigantescas piraguas... Allí, sobre las aguas. Tan cerca como un tucán sobre la ceiba...

Vuelvo al presente. El peñón de Ogoño, inmenso, imponente allí en el horizonte nocturno. Desde su acantilado millones de años me contemplan.

Levanto la vista y las inocentes estrellas titilan en la bóveda negra como lucecitas navideñas. Aparentemente son las mismas de siempre..., las mismas de ayer, de siempre..., desde hace unos 13 mil millones de años... ¡no me jodas!

De pronto recuerdo unas fotos que he visto de los primeros automóviles de finales del siglo 19. Me sonrío pensando en ellos. ¿Se sonreirán en 30 o 40 años más las personas que recuerden nuestros coches actuales? Se reirán de todos nosotros, supongo. Es probable que seamos el hazmerreír de otros idiotas que se creerán tan avispados como nosotros hoy día.

Esa idea de idiotas futuros riéndose de nuestras idioteces actuales me resulta consoladora. Como consoladora me resulta la certeza que los  artrópodos seguirán reinando en este globo azul a pesar de todas las idioteces que seguirán haciendo en contra de la Tierra los idiotas de mañana.