17
de Mayo de 2013
"Ahora
que te veo en la tele con tu terno tan parlamentario, caigo en cuenta que, tal
vez, nunca fuiste de los nuestros, ni siquiera con el puño en alto
atragantándote con esas frases rojas que les discurseabas a los
estudiantes", sostuvo el escritor.
por
El Mostrador
En una crónica
urbana, de memoria y siempre transgresora, el escritor Pedro Lemebel publicó —a través de su cuenta Facebook— un relato
retrospectivo de la infancia del senador socialista Camilo Escalona.
“Si hago el
esfuerzo de recordar al Camilo de entonces, tengo que mirar la población en
retrospectiva, cuando las familias atorrantes llegaron a ese barrio nuevecito,
recién pintado, con plaza, escuela y mercado por allá en el año sesenta. Tengo
que ver los camiones y las risas de los cabros chicos descargando sus camas Cic
y sus comedores Normandos, y todo el traperío chillón de los pobres que
trasladaban del Cerro Blanco o Cerrillos para habitar las casas y bloques, que
los panaderos y molineros habían logrado levantar en la Gran Avenida a puro
ahorro y esfuerzo”.
“Si lo pienso
pendejo de apenas nueve o trece años, no puedo dejar de ver el acuario de sus
ojos, que era lo único verde que chispeaba en el descolorido paisaje de la zona
sur, en esos bloques de tres pisos que para nosotros eran tan altos, cuando
jugábamos a ser trapecistas descolgándonos por sus barandas y fierros, a los
gritos aterrados de alguna mamá tapándose los ojos para no ver el equilibrio
suicida de los niños en el vacío de los bloques”.
“Los edificios
de la pobla, esas cajas de cemento para almacenar familias de mapuches
panaderos que eran nuestros vecinos, nuestros compañeros de juegos esas
largas tardes del verano proleta. Esos calurosos e interminables eneros, cuando
el ocio infantil, sin televisión, nos hacía imaginar el mundo como una
aventura, como una historieta de revista, de esas revistas de monitos que
cambiábamos por un peso todos los días para creernos Mizomba, Turok, Roy
Rogers, o Mawa, la Reina de la Jungla, en mi caso”.
“Entonces
soñábamos tantos mundos, Camilo, y las leyendas de esos comics se hacían reales
en el verano haragán de esos niños tirilludos, entretenidos en tirar piedras,
cazar lagartijas o robar frutas en esas casas quintas de la Gran Avenida.
Recuerdo difusamente esos inocentes delitos, veo entre los carbones oblicuos de
los ojos mapuches, tus pupilas de agua marina que te coronaban líder, y eras el
primero en trepar la muralla sin temor a los perros y cuidadores”.
“Eras el más
ágil, el único que alcanzaba los damascos maduros, tan arriba esos soles niños
que mordía tu boca jugosa. Nunca tuviste vértigo por la altura, quizás por eso
fuiste el único que vio venir el futuro nublado, a diferencia de toda esa
camada de huachos que después crecieron pateando tarros y neumáticos en el
fragor de las barricadas”.
“Fuiste el
único que apretó cueva al exilio después del golpe, debe ser porque los rubios
siempre apretan cachete cuando arde la selva del indiaje. Y ahora que lo
pienso, ahora que te veo en la tele con tu terno tan parlamentario, caigo en
cuenta que, tal vez, nunca fuiste de los nuestros, ni siquiera con el puño en
alto atragantándote con esas frases rojas que les discurseabas a los estudiantes
para que te eligieran presidente de la FESES (Federación de Estudiantes
Secundarios de Santiago), en el liceo Barros Borgoño donde también yo
estudiaba”.
“Nunca te creí
del todo, Camilo, y tú nunca me viste. ¿Cómo me ibas a ver desde las alturas
del Marxismo Leninista? ¿Cómo ibas a mirar al mariquilla de la pobla, un
colijunto temeroso que no se atrevía a realizar las hazañas de los niños
machos. Un niño raro que te veía boquiabierto chuteando la pelota en la
polvareda de la plaza, que se moría por tocar el pelaje dorado de tus muslos
enrojecidos por el día de playa”.
“Un solo día
al año en que madrugaba la población por el paseo de la Junta de Vecinos.
Entonces, los niños no dormían soñando con esa primera vez que verían el mar. Y
sumaban y sumaban mares de revistas hasta el infinito. Pero igual les faltaban
pozas para completar el horizonte marino. Y cuando llegaban al mar de
Cartagena, frente a la inmensidad de ese cielo aguado, se quedaban cortos,
mudos, acezantes ante ese abismo salado y azul. Y sólo entonces, se decidían a
crecer, para poder mirar un día frente a frente al dios de las aguas”.
“Pero ninguno
creció como tú Camilo, ninguno recorrió el mundo ni vio de cerca los paisajes
de las revistas. Ninguno se fue de la población a otros barrios más pudientes.
Ninguno fue a la universidad, ni menos llegó a presidente del partido
socialista. A ninguno le bastó esa mancha azul, ese relámpago de mar para izar
con triunfo su futuro. Ya todos esos niños del cuento, se los fue tragando
lentamente el pantanoso destino proletario. Alguno murió en dictadura, otros en
peleas de borrachos, y el resto se pudrió de cesantía, alcohol, drogas o
delincuencia en alguna celda de la cárcel. Al último lo encontraron colgado de
una baranda en los bloques, como si volviera a ser niño jugando al trapecio
para huir de la depresión angustiosa llamada pasta base”.
“Como ves, en
la población está todo casi igual, a no ser por todos los que faltan, los que
se fueron esperando el día triunfal de tu regreso. Todos tenían algo que
pedirle al parlamentario orgullo de la población. Todos deseaban al menos
sacarse una foto contigo, para mostrarla a sus nietos y decirles que un día, ya
esfumado por el alzheimer, corretearon con un famoso por los potreros de San
Miguel, cuando todos los sueños infantiles cabían en unos ligeros zapatos
rotos”.