martes, 30 de junio de 2009

"NO A LA DICTADURA CIVIL Y MILITAR"


Honduras, Manuel Zelaya


No puedo por menos que solidarizar con el pueblo de Honduras y con la Unión de Escritores y Artistas de ese país, quienes rechazan el golpe de Estado, perpetrado por unos cuantos trasnochados aprendices de “gorilas”.

En 1973, tras el golpe de Estado de Pinochet en Chile, el pueblo de Honduras abrió las puertas de su Embajada en Chile, y las puertas de su país, para proteger la vida de cientos de chilenos.

Yo estuve entre esos centenares, beneficiándome primero, de la generosidad y sentido democrático del Embajador de Honduras en Chile, en 1973. Luego de seis meses de asilo, llegué a Tegucigalpa, residiendo allí durante dos meses, gracias a la generosidad del gremio de profesores hondureños, que nos abrió un espacio en su misma sede de Tegucigalpa.

Por otra parte, conocemos la larga lucha que viene dando el pueblo de Honduras por liberarse de las clases explotadoras y vendepatrias.

Desde aquí les deseo al pueblo de Honduras, y muy especialmente a mis colegas escritores y artistas, que logren imponer un futuro de justicia social, y por tanto, una verdadera democracia. Adjunto la declaración de la “Unión de Escritores y Artistas” de Honduras:

COMUNICADO 1
“NO A LA DICTADURA CIVIL Y MILITAR”
UNIÓN DE ESCRITORES Y ARTISTAS DE HONDURAS
UEAH

“Nosotros, escritores y artistas de Honduras, ante el golpe de Estado perpetrado por las Fuerzas Armadas y el Congreso Nacional dirigido por Roberto Micheletti, denunciamos ante el mundo entero, el zarpazo criminal que se le ha asestado a la democracia hondureña, realizado por la Partidocracia Burguesa del país, en un acto que cercena todas las normas del derecho constitucional universal, suscritas por las naciones libres del mundo.

El dictador Roberto Micheletti en contubernio con el Ejército Hondureño, han cometido un delito de lesa patria, que el pueblo en su momento deberá cobrar con la inteligencia que le otorga su soberanía y su poder de decisión política.

Más temprano que tarde la justicia volverá a imperar en nuestra sociedad, bajo el manto sagrado de la bandera de la dignidad, de la soberanía y de la justicia, como el camino histórico que Francisco Morazán señalara cuando caminaba hacia el cadalso de su martirilogio.

Rechazamos firmemente el golpe de Estado y el nombramiento del dictador Roberto Micheletti Baín en su calidad de dizque Presidente de Honduras, aprendiz de gorila junto a su camarilla de vendepatrias, indignos diputados que sólo representan su voracidad de poder absoluto. Asquerosos y repugnantes delincuentes de la política criolla, quieren arrogarse la representación de un pueblo noble y valiente que hoy, precisamente, les iba a demostrar su opinión acerca de lo que desea para su propia libertad, su destino y su conquista de poder ciudadano.

Solicitamos en nuestra calidad de organización gremial, la solidaridad internacional de los escritores y artistas del mundo entero, la necesitamos en forma de protesta para exigir a los gobiernos de sus pueblos el rechazo de la espuria dictadura militar y civil que se ha instaurado en Honduras, misma que ha defenestrado el gobierno legítimo del Presidente Manuel Zelaya Rosales”.

QUEREMOS LA RESTITUCIÓN INMEDIATA
DEL PRESIDENTE MEL ZELAYA
NO A LA DICTADURA CIVIL Y MILITAR
SÍ A LA RESISTENCIA PATRIÓTICA PACÍFICA Y DEMOCRÁTICA

domingo, 14 de junio de 2009

¡MADRE MÍA, EN QUÉ TE HAN CONVERTIDO!


de R. Matta, Desastre


Hay días en que si uno se guiara por los titulares y artículos principales de los diarios chilenos, pensaría que mi Patria es hoy la reencarnación de la vilipendiada Gomorra de la Biblia.

Para quienes hemos pasado los 50 años de edad y más, nos cuesta a veces reconocer el país que dejamos humeante, representado por el flamígero bombardeo de La Moneda en aquel lejano 11 de septiembre de 1973.

Quizás la vergonzosa escalada de la corrupción que hoy azota a Chile, comenzó con ese acto de las FFAA chilenas. Tal vez el bombardeo a La Moneda en contra de un hombre solo - acción militar absolutamente innecesaria y por lo mismo ignominiosa -, no sólo asesinó a un hombre armado con sólo su moral y convicción invulnerables, sino que provocó la emergencia de una suerte de entropía que desde entonces afecta a mi “largo pétalo de mar/ y vino/ y nieve” (Neruda).

A mí me enseñaron desde niño que el edificio de La Moneda simbolizaba el “santuario de la Patria”. Pienso que el resto de los ciudadanos chilenos que en 1973 tenían unos 8 años de edad, habían recibido una educación similar.

En la fecha histórica antes aludida, 4 forajidos – en realidad 3, porque el cuarto era chiquillo pa los mandados -, a quienes se les pagaba para proteger la Patria, no se les ocurrió nada mejor que iniciar su dictadura del terror destruyendo precisamente el santuario y a un Presidente electo democráticamente.

De ahí para delante “¡chipe libre!”. Porque aquella mañana los militares hicieron trizas la calidad inmanente que posee toda autoridad legítima junto con sus instituciones, al mismo tiempo que destruyeron la “autoridad moral”.

¿Porque quiénes de los que ejecutaron la villanía, o peor aún, quiénes de los civiles que incentivaron, auparon tal infamia, quedó con autoridad moral como para pegarle en las manos a quienes comenzaron a saltarse a la torera las leyes y normas que regían la convivencia de nuestro país?

Los forajidos, además, asesorados por los civiles golpistas, caracterizaron su deleznable acción como “estado de guerra”. Y, señores, en toda guerra que se respete, hay pillaje. Esto lo tuvieron claro desde el primer momento los soldados que en aquellos primeros días del golpe de Estado, luego de asesinar impunemente a sus compatriotas, regresaban al cuartel con los brazos llenos de relojes, brazaletes y joyas diversas de sus víctimas. No es metáfora, sino información documentada (“Páginas en Blanco”, libro de varios autores).

También es información documentada el hecho que oficiales y empresarios, una vez declarado el estado de guerra, decidieron aplicar el “agarra Aguirre” como método de convivencia, agarrando propiedades y títulos de sus víctimas también, con el cinismo de revestir sus operaciones de despojo con artilugios legales.

Posterior al bombardeo de La Moneda, en mi país aparecieron nuevos ricos como callampas después de la lluvia.

¿Y hoy, esos que agarraron a mansalva, rasgan vestiduras y quieren ponerle coto a los que todavía no han tenido la oportunidad de agarrar su parte? “¡Meh!, ¿a ustedes nomás les gusta?”, se dice el que no se avivó a tiempo. Ese, que actualmente si no puede meter la mano en la bolsa, al menos utiliza su instancia de poder para procurarse privilegios hedonistas.

De acuerdo a las publicaciones de los diarios, y de los programas de denuncia de la TV chilena, el estado de guerra militar, sin duda ha terminado en mi país. Pero la guerra por “quién agarra más y más rápido”, no sólo no ha finalizado sino que se ha incrementado, porque es el valor intrínseco prioritario del modelo que comenzó a desarrollarse cada vez con más nitidez desde el 11 de septiembre de 1973. No es ni más ni menos que la técnica del pillaje la que reina en Chile, revestida de neoliberalismo y/o globalización.

Ya se sabe que “son los hechos, los porfiados hechos” los que educan, forman nuestra conciencia, más que los discursos. Y no es ni la televisión ni la clase trabajadora, ni el funcionario burócrata, ni el carabinero de la esquina ni el policía, no es ni siquiera el juez o el fiscal, ni aun el delincuente, quienes permean la sociedad.

Es el sector dominante de Chile, es decir, el sector empresarial, económico, los representantes de los poderes del Estado, y por ende el sector político, los que con sus “hechos”, contribuyen al desencanto (con resultado de corrupción) y al escape a través del hedonismo (con resultado de pérdida del sentido crítico), de miles de ciudadanos de mi “largo pétalo de mar/ y vino/ y nieve”.

La verdadera pandemia de mi país, es la corrupción – de la cual escapan honrosas excepciones, felizmente la presidenta entre ellas -, que por supuesto no ha llegado ni por asomo a sus máximos niveles. Otros países y ciudades del mundo pueden servirnos de muestreo de lo que nos espera todavía.

Mi país semeja un campo minado de corrupción: semana a semana explota una mina que incita a otros a seguir el ejemplo. Es una peste transversal que está sustentada en la dispersión cultural – cada uno pa su santo -, equivocadamente interpretada como diversidad. En la política chilena de hoy, esto se refleja con nitidez.

Y sin embargo es un hecho también que existen numerosos sectores en mi país que se muestran reacios a aceptar el juego de que “las instituciones funcionan”. Algunos miembros de esos sectores, estando sin embargo insertos en el poder institucional del modelo, ven neutralizadas sus mejores intenciones y aun acciones.

Hay otros tantos, fuera de los poderes institucionales, que resisten activamente, e intentan buscar alternativas. Estos sectores no están en las páginas de los diarios ni en la televisión, al menos no están destacados. Siguiendo con el axioma periodístico que no es noticia que “un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro”, sólo sabemos del chileno que roba, que mata, que hace escándalo de cualquier tipo, incluido el tráfico de su propia intimidad.

De la investigación que este o aquel científico chileno está haciendo en su laboratorio (y de la falta de apoyo para hacerla), o pegado al telescopio, no se sabe nada. De los artistas; de los ambientalistas; de los oceanógrafos chilenos; de los antropólogos, de las juntas de vecinos que lograron tal o cual reivindicación, etc., etc., etc., de todos esos que anónimamente trabajan verdaderamente por mejorar la calidad de vida material y espiritual de los chilenos, “…nadie dijo nada”. Excepto para destacar un premio efímero, o recordar el aniversario de su muerte.

“¿Qué importa ganar en años/ un premio como poeta,/ o dejar en la probeta,/ ilusiones, desengaños,/ trabajando como insano,/ metiéndole duro el hombro?/ Eso no causa asombro,/ no sucede en un instante,/ así, ¡zas, centelleante!,/ y el bollo ya está en el horno”. (Cuadernos de Merardo)

El que quiera enterarse desde el exterior, que en mi “largo pétalo de mar/ y vino/ y nieve”, a pesar de la corruptela, aún hay gente que cree que otro país es posible y lo desea, debe rastrear hoy por páginas especiales, a veces por Internet (por ejemplo, la magnífica página web de memoriachilena.cl, además de una nueva iniciativa de Dibam, www.memoriasdelsigloxx.cl/), o periódicos electrónicos como http://www.fortinmapocho.com/
y otros; debe buscar revistas especializadas para enterarse que hay chilenos que se ocupan de cuidar y preservar nuestro patrimonio cultural, o finalmente comunicarse con amigos, que tal vez sean los anónimos en el sindicato.

Hay que buscar pacientemente para enterarse que el sacerdote, también anónimo, vive en medio del pueblo, alentando desde sus posiciones la lucha por una mejor vida. O hay que recibir una carta denuncia para saber que aquellos luchan en contra de la pornografía infantil, esos otros por una vivienda, que estos otros se oponen a la destrucción del medio ambiente, etc. A todos ellos y muchos más, no los encontraremos en las primeras planas de los diarios chilenos ni de la televisión...

Lo inquietante sin embargo es que dichos sectores van conformando cada día una suerte de archipiélagos, reducidos a círculos concéntricos. Situación que permite actuar en campo de nadie a todos los que están empeñados en continuar la guerra que inició Pinochet, quien dejó tan brillante lección de cómo agarrar más y más pronto a costa de los giles, obviamente.

Como la esperanza es lo último que se pierde, no es tan utópico pensar que esos sectores, reducidos hoy a espacios marginales, en medio del fenómeno de dispersión, provoquen un movimiento de inversión, primero como mecanismo de autodefensa, logrando posteriormente transformarlo en una fase colectiva de creación programática, rescatando la diversidad cultural perdida. Estableciendo un nuevo orden, legitimado.

Es posible que nuestro país haya sido castigado con el sino fatal de contar con una clase dominante histórica, tan torpe, tan obtusa en su afán de lucro, que cíclicamente prefiere transformarse en vampiro de su propio pueblo, que construir un desarrollo equitativo.

Ante tan desacertada dirección histórica, los sectores de intelectuales y artistas, los trabajadores, empleados y estudiantes que desean una vida mejor sin tener que convertirse en fulgurantes hombres de éxito - haciendo uso indebido de su área de poder; convirtiéndose en camellos; proxenetas; traficantes de drogas o de seres humanos, etc. - pueden sanear el país social y políticamente. Rescatar la confianza en el otro.

Un año electoral, es un momento propicio para demostrar el descontento al conjunto de los poderes. Porque las acciones de resistencia no deben detenerse al parecer. Quizás mañana ya no habrá reservas morales para intentarlo. Cabe la esperanza que de las acciones de resistencia emerja pronto un programa unitario. Porque no hay que olvidar que las malas costumbres son más contagiosas que el virus AH1N1.

Ah, y por favor, autoridades de mi país, aunque hayan perdido la inmanencia, al menos conserven un poco de seriedad. No sigan repitiendo la falacia que “en Chile no hay nadie por encima de la Ley”. ¡Por favor! ¡Después de todo lo que ha pasado y sigue pasando!

sábado, 6 de junio de 2009

LO VERDÁ Y LO MENTIRA...




Tomás Gutiérrez-Alea



Hace muchos años tuve la suerte de trabajar como actor en un magnífico film del realizador cubano Tomás Gutiérrez Alea, “La Última Cena”. En dicho film hay un pequeño monólogo muy bien actuado por un compañero actor cubano, Ildefonso Tamayo.

El film tiene como tronco argumental el hecho verídico ocurrido a fines del siglo XVIII, de un Conde, dueño de un Ingenio Azucarero en Cuba, que tuvo la singular idea de invitar la noche de Viernes Santo a un grupo de sus esclavos para que cenaran con él, intentando rememorar la Última Cena de Cristo.


Idelfonso Tamayo y Nelson Villagra en , La Última Cena

Cuando el Conde se queda dormido en la mesa, rodeado de 12 esclavos, uno de ellos comienza a explicar en su media lengua, la leyenda - de su nación africana - sobre la verdad y la mentira. Dice, más o menos:

-“Cuando Olofin (dios africano de la creación) hizo el mundo, hizo también lo verdá y lo mentira. Lo verdá le salió bonito, bonito, bonito… Lo mentira no le salió bueno… Era flaco y feo, como si tengá enfermedá… A Olofin le dio pena, y le dio machete afilao a lo mentira pa que se defienda… Pasó el tiempo y toíto mundo sólo quería andar con lo verdá… Y un día que se encontraron por lo camino lo verdá con lo mentira, y como ser enemigo, se pelea… Lo verdá ser más fuerte que lo mentira, pero mentira tengá machete, y cuando verdá se descuidá, lo mentira zas, le cortó lo cabeza a lo verdá… Lo verdá sin ojos, sin cabeza, buscó a tientas y encontró la cabeza de lo mentira y se la arrancó, y se puso esa cabeza en donde antes estaba lo suyo… Y desde entonces anda por el mundo engañando a gente cuerpo de lo verdá con lo cabeza de lo mentira…”





A las leyendas africanas hay que ponerles atención, porque ellas son nuestras fuentes originarias, por muy rubios y de ojos azules que seamos hoy.

Y hablando de actores, tengo un amigo actor desde hace mucho tiempo, Jaime Vadell. Comenzamos juntos nuestra vida profesional allá en Chile, hace ya un poco más de 50 años. Waw!

Hacía rato que no nos veíamos, hasta que en 2008 nos reunió un trabajo artístico en una película titulada “El Regalo”. Y nos reímos mucho en los momentos de descanso, haciendo recuerdos, pero sobre todo a propósito de un amigo que tenía el padre de Jaime, por allá por los años 40. Era este, un caballero en la cincuentena en aquella época, originario de la península ibérica.

Este caballero solía comentarle al padre de mi amigo:

-¡Yo no voy al “biógrafo” porque ahí se cuentan solamente mentiras!

-¿Por qué dices eso?

-¡Hombre! ¡Qué preguntas! ¿Tú crees que la niña se muere de verdad en las películas? ¡Qué va! ¡Mentiras! ¡Que se ríen de nosotros, que te lo digo yo! Termina la película, y la muchacha y el que la mató se van muertos de la risa por ahí a beber un café, a bailar, a pasarlo bien. Luego ese otro, llora junto a la tumba de su madre… ¡Que no hay tumba ni nada, ni madre que lo parió! ¡Que son mentiras, hombre! ¡Quién va a creer eso, si el mismo que llora en esta película, en la otra anda de fiesta en fiesta! ¡Que son todas mentiras! ¡Que los autos tampoco corren, ni los trenes, que les mueven telones atrás, y las tempestades, en fin, todo eso son mentiras!

Y en fin, el vejete continuaba argumentando que nada de lo que se veía en el cine era verdad.

Sin embargo, yo afirmo por el contrario, que en el teatro, cine, danza, ópera, pantomima, marionetas, títeres - quizás se me escape algún arte de la representación -, todo es verdad. Escénicamente, todo es verdad, incluso en aquellas expresiones del arte escénico en las cuales se nos explicita que lo que estamos viendo es ficción.

La mentira, por el contrario, es patrimonio del mundo real, ese que para nosotros, simples terráqueos, sigue siendo parámetro de la verdad – paradoja -, de lo que ocurre realmente. Y ello, pese a que para los Físicos, la realidad es un fenómeno cada día más difuso, más relativo, en fin, ¿más engañoso?

De manera que me pregunto, ¿sinceramente pensamos que en la realidad humana vivimos la verdad?

¿No le parece más bien que de común acuerdo, digamos, acuerdo tácito, nosotros hemos venido construyendo una realidad humana llena de mentiras? Entre mayor sea el engaño construido, más sofisticado es el argumento que lo sostiene. Cada época ha construido sus propias mentiras, y varias de ellas han tenido la virtud de trascender las épocas.

Sin embargo nuestra domesticación social – quizás autodomesticación – natural, nos impulsa a seguir engañándonos, quiero decir, nos impulsa a seguir creyendo que nuestras mentiras son verdades.

Supongo que debe ser el instinto de autodefensa el que nos mantiene prisioneros del autoengaño y del engaño. ¿Porque, qué sería de nosotros si nos decidiéramos a decirnos la verdad, a decir la verdad, y a exigir la verdad?

Es probable que por esa causa nos resulte tan entretenida – y una catarsis - la ficción artística, porque precisamente en ella podemos exponer nuestras verdades como si fueran mentiras: “son cosas de las películas, del arte, del teatro, de las novelas”, etc.

Pero por muy abstracta que sea la ficción o la acción artística que presenciamos, por muy fantástica que ella sea, sabemos y sentimos que se refiere a nosotros.

Ya sea que la ficción o la acción artística nos exponga el amor; la angustia; la evasión; el éxtasis de la belleza; la envidia; la corrupción; el crimen, la ambición, etc., etc., sabemos y sentimos que se refiere a nosotros, a nuestras verdades. Y por más terrible y tortuosa que sea la forma en que la ficción nos sea presentada por el artista, nuestra realidad humana supera toda ficción.

Los científicos se queman la cabeza y las pestañas noche y día intentando establecer verdades científicas. Son miles que a través del mundo, con las mejores intenciones, están de cabeza día y noche sobre las probetas, microscopios, telescopios, etc.

Pero todos sabemos también – de acuerdo a las observaciones - que la MENTIRA acecha a las ciencias, escondida en las oquedades de la ambición y el afán de lucro que termina torciendo los fines originales. Ya lo dijo Merardo en sus cuadernos:

“¿Es que digo yo mentiras?
¿No ve cómo son las cosas,
que pudiendo ser hermosas
acaban envilecidas?...”

Ideologías, religiones, constituciones, normas, en fin, todo es manipulado en beneficio de ese extraño ente, el Poder, intrínsecamente mentiroso.

“Y desde entonces anda por el mundo engañando gente, cuerpo de lo verdá con lo cabeza de lo mentira…”

Lo dicho, el arte es lo único que nos hace vivir la verdad humana sin daño para nadie. Porque mientras nuestros sentimientos - sí, repito, nuestros sentimientos – acepten la organicidad del fenómeno artístico que presenciamos, todo nuestro ser es invadido por el placer de “sentirpensar” lo inesperado, y a la vez intransferible.

domingo, 31 de mayo de 2009

¿CUÁNTO VALE ESTE VIEJO?


Dalí

Yo ya tengo mis añitos, no hay vuelta que darle. Pero hace tiempo descubrí que no hay que amargarse por eso. Al contrario. Y eso fue en una oportunidad que compré una rueca antigua. Me costó un cojón “y la yema del otro”, como diría un amigo. Ah, pero eso sí, ya no me vuelven a pillar.

Aquella vez que compré la rueca, cometí el error de no hacerme asesorar por un experto en antigüedades, de manera que pagué un fortunón por una estafa. Quiero decir, así como en el teatro los actores se meten unas cuantas rayas, se meten una peluca, y adquiriendo una actitud adecuada, semejan un vejete de 90 años, así entre los ebanistas existen algunos cabrones que son capaces de envejecer un mueble hecho hace dos días.

Yo no, yo tengo las canas que tengo y el poco pelo que me queda. De manera que soy una auténtica “antigüedad”. Y entonces desde aquella vez que compré la rueca me dije: muchacho, si esta rueca, por el hecho de ser antigua – la venden como tal - vale un cojón y la yema del otro, quiere decir que yo también tengo mi precio.

Luego miré dos árboles que tengo enfrente de casa que a buen ojo de cubero tendrán más de cien años, y qué hermosos son. ¡Qué presencia, qué poderosa estampa! Son árboles antiguos.

La casa donde vivo, nuestra casa, es antigua, y vale más que las cajas de fósforos que construyen hoy día, porque la nuestra precisamente es antigua. Del tiempo en que las casas se hacían para siempre, pues oiga. No como las mierdas actuales que se acaban antes que usted termine de pagar la hipoteca.

Para qué seguir demostrando lo evidente. Simplemente si usted pasó de los 60, hágase valer, amiga y amigo: ¡sois antiguos! Y si quien lea estas líneas es más joven, un mocoso de esos que no saben ni limpiarse los mocos, que no pierda el tiempo, agréguese unos cuantos años, para que valga algo.

Lo digo de verdad. Si disiente de lo que digo, pase usted por una tienda de antigüedades, lugar donde seguramente le pasará lo mismo que a mí:

-How much is this night table, sir?
-1.800 $, sir. (Eighteen hundred dollars, sir)

¡Una mesita de noche! ¡Una simple mesita de noche, pues oiga!, que no tiene más gracia que unos cuantos labrados sobre relieve. ¡No me jodas! Que si la trajo el Conde de no sé donde…, que si… ¡Qué me importa a mí quién trajo la mierda ésta! ¡Anda a saber, quizás se la robó, el Conde ése! ¡O se la hizo construir a un pobre esclavo negro a punta de latigazos…!

-This cabinet is to us in 1880 (one thousand eight hundred eighty), sir. It is wooden Guinea, Mr. (Es madera de Guinea, señor)

¿No lo decía yo? ¡Del África! ¡Conde de la gran puta! ¡Negrero, esclavista de mierda! ¡Y ahora el muy cabrón quiere hacerse pagar 1.800 dólares! ¡Que se los pague su abuela!

¡Pero qué se han creído! ¿Me van a seguir cobrando un ojo de la cara por una lámpara, o por una mierda de cajita para regalarle a mi nieta? ¿Una cajita con la que va a jugar cinco minutos, y después ¡si te he visto no me acuerdo?

¿Y cuánto cree usted que le pagaría el anticuario si un día usted agarra la famosa cajita y se la va a vender?

¿Cuánto cree, que pagarían por usted mismo, ahora que acaba de cumplir 80 años? Aunque sin embargo quizás si usted tiene la suerte de ser nieto de alguno de esos Condes que hicieron su fortuna trayendo esclavos de Guinea para este lado del Atlántico… Si se vende como tal, capaz que le den un par de dólares más.

La televisión y los diarios, a los viejos, generalmente, o nos trata como la mierda, como algo sobrante, o con compasión, que es lo mismo o peor. Las casas de asilo están llenos de viejos, inservibles, según los “piadosos hijos”.

Pero por favor, antiguos hombres y mujeres del mundo, ¡revelaos! ¡Que lo que ustedes saben no lo sabe nadie! De acuerdo, el mundo está como está porque nosotros la embarramos ayer, de acuerdo. ¡Pero los mocosos actuales la están metiendo hasta el zancarrón!

¿Se imaginan ustedes lo que sería una “marcha de antiguos” reclamando el derecho a ser revalorizados? ¡Inventan mil mierdas de remedios para alargar la vida! ¡Pero digámoslo francamente, con ello no logran otra cosa que prolongar nuestra marginalidad!

Oiga, dejémonos de tonteras, usted tiene una textura tan interesante como el mueble antiguo, o el árbol antiguo que tiene enfrente de casa. Pero además usted posee el “sedimento”, que si el anticuario – el Estado en este caso - supiera valorarlo le pagaría una fortuna. Un Estado inteligente lo incluiría a usted en los directorios de las empresas, de los colegios, universidades, hospitales, etc., para escuchar sus consejos: “Consejo de Ancianos”. Sin derecho a voto, de acuerdo, pero serviría para que los jóvenes no se olviden que no es más sabio el que sabe hablar, sino el que sabe escuchar.

Y su memoria: dígame usted, ¿cuánto vale lo que usted acumula en su memoria? Sobre todo hoy, cuando los jóvenes tienen una memoria tan corta que cuando creen estar recordando y valorando el pasado, sólo están recordando a sus contemporáneos. Por otra parte la juventud no garantiza nada. ¡Cuántos jóvenes no hemos conocido usted y yo!, tremendamente contestatarios, irreverentes, pero que en cuanto lograron una situación, se convirtieron en “panzopensantes”.

Usted no es así. Usted se formó en una época en que respetó y aprendió de los antepasados. Usted supo que antes que usted fuera obrero, profesor, artista, científico, etc., no sólo existió su juventud, o su profesor primario. Usted sabe que el pasado no es tan corto, y que por tanto su profesor fue el resultado de muchísimos otros anteriores a él. Usted, como sabio hombre antiguo, sabe que la historia no partió ni con usted ni con su admirado contemporáneo.

Ahora, si usted querido antiguo o antigua, se las quieren dar de viejos achacosos, quiero decir, si se dejan dominar por “el dolorcito éste que me amaneció aquí en la pierna”; si se dejan dominar por las arrugas que le aparecieron – que son justamente las que le dan esa textura interesante -, o se amarga porque no tiene la abundante cabellera de los 18 años, el anticuario se seguirá riendo de nosotros porque no nos sabemos auto valorar.

Nos seguirán viendo como viejos escleróticos, como muebles viejos, como árboles viejos que decidieron dejar pasar la historia por su lado.

jueves, 23 de abril de 2009

TERRATERAPIA DE GRUPO

de Roberto Matta, El hombre imaginario



¿Qué será lo que más preocupa a la gente: la economía – incluido el empleo -, los deportes, las entretenciones, la política…? Cualquiera que sea, seguro que no está entre las primeras – más bien en un lugar secundario, y restrictivo – el problema ambiental. Y sin embargo es sobre el cual todos incidimos – sin distinción de sexos: viejos, jóvenes, niños y bebés - y del cual todos dependemos.

Si no tomamos conciencia que el “Día de la Tierra” es todos los días del año, a mediano plazo a las personas con medios económicos no les bastará tener casas con aire acondicionado, estanques de agua, privados, y ni aún les bastará poder vivir bajo una bóveda atmosférica artificial.

El planeta Tierra hace rato que nos está advirtiendo diariamente que es un planeta finito.

Si le interesa seguir leyendo, le recuerdo lo siguiente:

En el primer Siglo d. C. éramos 200.000.000 (doscientos millones) de habitantes en el mundo entero. Actualmente estamos al borde de los 7.000.000.000 (siete mil millones).

¿Puede usted imaginar lo que necesitamos para que se alimente esa cantidad de habitantes? ¿Y puede usted imaginar cuántos desechos provocamos esos siete mil millones de habitantes diariamente, incluidos nuestros inocentes bebés? Y no estoy hablando de industrias, comercio, etc. No. Estoy hablando de nosotros los habitantes.

¿Y se ha preguntado alguna vez con cuántos otros animales, además de nosotros, tenemos que compartir los alimentos y aceptar sus desechos?

Échele una mirada a esas dos direcciones web para que se convenza que no sólo usted vive en este hermoso planeta azul, y que en él existe una dinámica que nos hace responsables a todos.






Tenga la seguridad que todavía los problemas ambientales seguirán siendo solamente “recomendaciones”, de manera que usted y yo podremos continuar dilapidando la electricidad en nuestro domicilio, el agua. Todavía podremos seguir despreocupados respecto de las basuras diarias en nuestros domicilios. Podremos aún disfrutar de nuestro automóvil y de nuestro consumismo exacerbado, etc., etc.

Sin embargo no pasará mucho tiempo en que aparecerán leyes al respecto, normas que van a restringir nuestra “amada libertad”.

Y nos indignaremos porque nos cortarán la electricidad desde las 10 de la noche hasta las 6 de la mañana. Otro tanto harán con el agua. Su automóvil podrá utilizarlo solamente algunos días de la semana, dependiendo del número de su matrícula.

Usted que ha vivido comprando lo que le ha venido en gana, limitado solamente por su capacidad económica, ¿se indignará porque los alimentos, los vestuarios, etc., serán racionados, de acuerdo al grupo familiar? (Consuélese pensando en que hay millones de seres humanos que han vivido y viven en peores condiciones que esas, toda su vida y muerte)

Y será así, veremos restringida nuestra “libertad”, porque según el dicho popular “el hombre es el único animal que se tropieza en el mismo palo dos veces”.

El Día de la Tierra no puede ser como la navidad – esa noche debo ser bueno, solidario – quedando liberado para el resto del año. Tampoco puede ser como el Día de la Madre, del Padre o de San Juan bendito, que al comercio sólo le falta inventar “El Día del Día”.

Nuestra actitud personal, individual, nuestro respeto y cuidado del medio ambiente es vital. No esperemos que nuestros gobiernos, organismos internacionales, y empresarios de la industria y el comercio arreglen el asunto. Exijámosles que lo hagan, pero al mismo tiempo seamos consecuentes con nuestro aporte individual.

Es corriente hoy en día que nosotros y nuestras amistades hablemos de las preocupaciones del medio ambiente, pero según las estadísticas de diversos países demuestran que del dicho al hecho hay mucho trecho.
Si de verdad aún queremos planeta tierra para las próximas generaciones, incluidos hijos pequeños, nietos, etc., exijamos que desde la guardería hasta la universidad, y en nuestra propia casa, el cuidado y respeto por el medio ambiente sea la enseñanza y práctica prioritaria de todos los días del año.



“Las inundaciones, los cataclismos meteorológicos cada vez más frecuentes, la subida del nivel del mar, las hambrunas y la falta de agua bebestible, exacerbarán las tensiones sociales y guerras civiles, además de alimentar el terrorismo y el desplazamiento de cientos de miles de refugiados”, afirmaba un informe confidencial, develado en parte ayer (25 junio 2008) ante el Congreso norteamericano.



Así es que: Let´s Celebrate Earth Day!

miércoles, 18 de marzo de 2009

¡MATAOS LOS UNOS A LOS OTROS!


Goya





Un día me puse a gritar como loco al borde de un abismo, y el eco me devolvió las palabras:

Me doy cuenta que amarnos los unos a los otros es poner la vara demasiado alta para animales depredadores como nosotros. OK, de acuerdo. Pero es que sin utopías, aún estaríamos con las partes pudendas al aire, y con el hueso en la mano dándonos unos contra otros.

Consolémonos pensando que al menos, pese a ser tan animales, desde hace milenios aprendimos a taparnos las que “te jedi”, y vestidos con uniformes adecuados – hombres y mujeres - hemos venido matándonos unos a otros con armas cada vez más sofisticadas en defensa de la esclavitud; en defensa del imperio; del feudalismo; en defensa de la Fe; del reino; del capitalismo; en defensa de la democracia; del socialismo; del neoliberalismo…, y siempre en nombre de la libertad, eso sí, siempre en nombre de la libertad, maravillosa utopía que da para todo y para todos, tanto como la Fe divina.

No hace mucho se cumplieron 200 años del nacimiento de Darwin, quien nos bajó del pedestal divino. Antes, otros pensadores y científicos nos habían sacado del centro del universo. Pero nosotros, animales porfiados, seguimos sintiéndonos “ptolomeicos”:

“Nos hacemos la ilusión/ de ser el último fin/ que Dios puso en su listín/ cuando hizo la creación./ Y armados de esa razón/ miramos el Universo/ como quien dijera eso,/ es parte de mis haciendas/ que Dios me las encomienda/ porque soy su hijo dilecto”. (cuadernos de Merardo)

Esta arrogancia nos tiene hoy al borde del abismo. Porque ya ni siquiera vale la pena señalar que nos matamos unos a otros a través de las guerras cada vez más cínicas. Ni siquiera vale la pena señalar que nos matamos a través de la delincuencia, a través de las masacres en colegios o en las calles; nos matamos dejándonos llevar por nuestro machismo intrafamiliar; nos matamos también por amores pasionales (¿señales trágicas de que aún nos quedan sentimientos?, digo, queriendo buscar un lado positivo), en fin, físicamente nos matamos de innumerables maneras, diariamente.

Goya

Pero lo más trágico y lo más triste es que estamos matando nuestra capacidad de utopía. Nos han y nos hemos convertido en animales tan pragmáticos que sólo somos capaces de saciar nuestros apetitos más inmediatos. Y en ese afán hemos llegado al punto en que el Apocalipsis de San Juan el evangelista, ha dejado de ser un libro de creyentes, para transformarse en una suerte de video documental de lo que nos espera a la vuelta de la esquina. Con algunos “anticipos” – como en el cine – que mientras tanto nos queman, nos inundan. Anticipos de hambrunas, huracanes y ciclones que arrasan viviendas y geografías, etc., etc.

Lo que hasta hace unos 20 años era calificado como el parapeto de izquierdistas resentidos - el cuidado del medio ambiente, por ejemplo -, hoy es preocupación, al menos en el discurso, de gobiernos, Estados y organismos internacionales.

Parodiando, hoy podemos decir que un fantasma recorre el mundo: el consumismo. (¡Y ojo!, que el otro fantasma, vuelve a las mentes de muchos analistas a propósito de la crisis económica)

Señoras, Señores, señoritas, jóvenes y niños: el mundo, la tierra, este maravilloso globo azul, esta espectacular biodiversidad que hay en nuestro planeta Tierra, la estamos extinguiendo. No es güeveo, no es afán de asustar ni de impedirle que si tiene la suerte de vivir a cuerpo de rey lo siga haciendo. Sólo quiero recordarle que no son izquierdistas resentidos los que hoy nos advierten que tenemos que controlar nuestro consumo (¡los que pueden consumir!).

Como sé que a usted ni a mí nos entran balas, le doy algunas cifras:




- 64 mil millones de metros cúbicos de agua necesitamos anualmente a nivel mundial para nuestro desarrollo y consumo.
- 2,5% sin embargo es toda el agua dulce que tenemos en el planeta para beber y producir.
- 20% de la energía producida en el mundo proviene de la hidroelectricidad.
- 60% aumentará el consumo de aquí a 2030.
- 67% de la población mundial no tendrá acceso a las instalaciones sanitarias adecuadas en 2030.
- 80 millones de habitantes se agregan cada año a los habitantes del planeta.




¿Y qué? ¡Qué le hace el agua al pescado, pus! A usted y a mí que nos registren, ¿verdad? Somos animales que nos gusta dejar correr el agua para lavar un tenedor. Nos gusta conducir un deportivo o un 4x4 a alta velocidad. Nos gusta dejar todas las luces encendidas las ocupemos o no. Nos gusta dejar encendida la cocina sea ésta a gas o electricidad. Y a nadie le permitimos que nos venga a controlar nuestra privilegiada cuota de consumo, parámetro de nuestro exitismo.
En una palabra, somos los únicos animales genocidas que ha parido madre. Asesinamos la biodiversidad diariamente y no nos sale “ni por curao”. Ricos y pobres nos matamos unos a otros destrozando el medioambiente, acabando con el planeta, pero pretendemos ser inocentes. El recalentamiento del planeta no es un sueño, no es una pesadilla, es la realidad que se acrecienta diariamente por nuestra irresponsabilidad individual.




¿Quiere usted que la ciudad Juárez se extienda por el mundo? Porque nos estamos matando los unos a los otros dejando que la corrupción se adueñe no solamente del dinero sino también del poder, de la política; de sectores significativos de la justicia; de los cuerpos policiales y militares. Tampoco salen muy bien paradas las diversas iglesias. Y por supuesto, cada uno de nosotros.




Hay excepciones, sin duda, tal vez más de lo que pensamos. Después de todo, pese a nuestra animalidad, siempre nos hemos balanceado entre un blanquinegro matizando los grises. Y con el mismo afán que nuestras acciones atávicas nos matan, otros, que logran humanizarse, han venido luchando abnegadamente para ascender desde el hommo erectus al ser humano, intentando arrastrarnos a esa cima. También en la política nacen movimientos emergentes que aspiran al saneamiento político y social. ¿Es muy tarde para inscribirnos en esa opción de vida?




En el arte, en las ciencias, en la relación respetuosa con la naturaleza, etc., se expresan miles de animales que han creído y creen en el futuro, y otros tantos, anónimos, que viven la angustia de vivir a “contraconciencia”. ¿Somos de estos últimos?




Que no nos engañen los grandes “medias” porque ellos están también corrompidos. Tras su afán de lucro sólo nos informan de las partes más oscuras de nuestro atavismo. Así, esta crisis no es solamente económica, es una crisis social, política, ecológica, una crisis de sociedad finalmente. Entrampados todos en la idolatría del dinero. ¡Abyssus abyssum invocat!
A veces me quedo mirando a los nietos – los imagino cubiertos sus rostros con máscaras anti-polución - y me pregunto: ¿serán ellos mañana seres humanos capaces de enmendar el rumbo, montados en el caballo de la utopía para devolver la esperanza?...

Cuando volví mi mirada contra el ventanal del Café, en la calle, las sucias costras de la nieve anunciaban que pese a todo, el invierno comenzaba a retirarse. Luego miré al interior del local del Café: varias parejas de hommo erectus - semejantes a mí - conversaban animadamente, alguna pareja entrelazaba sus manos. Un hommo erectus chiquito tenía no sólo su boca sino toda la cara cubierta de chocolate… Bebí mi último sorbo de café y salí a la calle…

domingo, 8 de marzo de 2009

¿LIBERTAD DE EXPRESIÓN CONCULCADA?




Elena Varela López, cineasta chilena

La detención y enjuiciamiento de la cineasta chilena Elena Varela López reviste varios ribetes que hacen dudar de la objetividad de la parte querellante.

Según informa la periodista Lucía Sepúlveda Ruiz:

“El 17 de marzo, en Rancagua, defendida por el ex juez Juan Guzmán (de cuya honorabilidad y competencia jurídica no se puede dudar- opinión de este bloguista) y rodeada de una red de comunicadores, artistas y luchadores por los derechos humanos, Varela enfrentará en un juicio oral los cargos de asociación ilícita, robo con homicidio y robo con violencia. La fiscalía pide quince años de prisión para la realizadora detenida el 7 de mayo de 2008, por “planear estos delitos, reclutar gente y refugiar a los delincuentes después de acaecidos los hechos”. La acusación se basa en la breve vinculación sentimental que la realizadora tuvo en 2004 con “Leonardo Civitarese” a quien el fiscal Servando Pérez Jordán identifica como Juan Moreno Venegas, jefe del autodenominado MIR/Ejército Guerrillero del Pueblo, una división del MIR formada en los 90. Moreno no ha sido habido. Para otros dos chilenos detenidos en la misma fecha que la documentalista, el fiscal pide veinte años de prisión. Elena Varela está con libertad diurna desde agosto del año pasado, luego de tres meses de rigurosa prisión en la Cárcel de Alta Seguridad de Rancagua”.

¿Por qué me provoca dudas dicho enjuiciamiento? En primer lugar porque Elena Varela, ha estado trabajando en un documental sobre el despojo de tierras que los mapuches (pueblo originario del centro-sur de Chile) han venido sufriendo históricamente.

Asunto que acusa directamente a los latifundistas que han participado generalmente con malas artes - triquiñuelas legales, falsificación de firmas, etc., etc. -, en dicho despojo, y a los gobiernos del país que en 200 años de República no han sabido resolver el problema con equidad y justicia. Porque claro, la solución no es otra que reconocer la autonomía de dicho pueblo, el mapuche.

Se puede decir que los Conquistadores nunca terminaron de vencer militarmente al pueblo mapuche. Tampoco lo logró el casi genocidio llamado eufemísticamente “Pacificación de la Araucanía” (hacia finales del siglo XIX). Para tal empresa el Estado chileno utilizó las mismas tropas que venían de participar en la Guerra del Pacífico. Tropas que, en sus métodos de lucha, una vez más, reflejaron perfectamente la soberbia, crueldad y engreimiento de nuestros sectores dominantes.

Estos son antecedentes para explicarse la complejidad del problema mapuche. Porque históricamente el asunto del despojo de tierras - luego de 3 siglos de lucha con los Conquistadores y 2 siglos con el Estado chileno - está teñido de rencores y temores, de clasismo y de racismo, de mala conciencia y falta de unidad en las reivindicaciones.

De manera que por más empeño que se ponga en negarlo, luego de 500 años (5 siglos) la lucha del pueblo mapuche por el derecho a ser ellos mismos, no ha terminado. Durante quinientos años los métodos de lucha del pueblo mapuche han sido los mismos: meses, o años de tregua, y luego golpes de insurrección ahora por aquí ahora por allá. Nunca tuvieron la capacidad para organizarse en “guerra total y abierta”. Ayer fueron acusados de herejes, de alzados. Hace años atrás fueron acusados de pequeños grupos de soliviantados manipulados por el marxismo. Y hoy son calificados de terroristas.

Y bien, en medio de las patas de ese caballo se metió nuestra cineasta chilena, Elena Varela López. Con su trabajo artístico ha querido que los mapuches hablen directamente de sus reivindicaciones y denuncien también directamente a los responsables de los abusos y atropellos.

Supongo que Elena tenía conciencia del riesgo que corría al meterse en medio de ese conflicto histórico: convertirse en “cabeza de turco” perfecta para quienes están interesados en que los mapuches sigan desunidos.

Pero sobre todo, cabeza de turco, para los que están interesados en que el enjuiciamiento de Elena – aunque salga libre de polvo y paja –, sirva de advertencia a los niñatos cineastas y otros, que quieran solidarizar y denunciar la injusticia histórica que aflige al pueblo mapuche.

martes, 24 de febrero de 2009

UN PELDAÑO EN LA ESCALERA





Siete años después de un devastador terremoto que en 1939 había destruido mi ciudad natal dejando miles de muertes, regresamos con mi familia a vivir al barrio y lugar donde yo había nacido.

En ese tiempo tuve un amigo de infancia, Tito, quien vivía enfrente de casa. Él era un muchachito de voz ronca y lleno de iniciativas. Ambos teníamos 6 o 7 años de edad, aunque creo recordar que mi amigo era un año mayor. Mantuvimos 3 años de intensa amistad. Mis padres conocían a su familia desde antes que yo naciera.

Desde que conocí a Tito siempre, éste siempre disponía de dinero. No eran sumas importantes, pero diríamos, significativas para la edad que ambos teníamos.

Mi amigo, continuamente me invitaba a acompañarlo al dormitorio de su hermano y allí comenzaba a buscar en los bolsillos de los pantalones y chaquetas de aquél: -“Este maricón, siempre me quita la plata que me da mi padrino y me la esconde”, decía mientras hurgaba en las pertenencias ajenas.

No recuerdo las cantidades exactas que mi amigo aparentemente solía encontrar entre las ropas de su hermano, pero sí recuerdo lo bien que lo pasábamos durante dos o tres días con ese dinero: leche con plátano con un pelo de vainilla; anillos de bronce con caras de calaveras o indios norteamericanos; insignias diversas; Vitamaltina, una bebida con color de cerveza negra pero sin alcohol, antes por el contrario, con vitaminas. Pasteles, chocolates, entradas al cine, y por monería comprábamos además cigarrillos aunque yo fumaba un par de ellos y el resto los regalaba. “Capstang” o algo así creo que era la marca de uno de ellos, y otros mentolados cuyo nombre no recuerdo.

Los padres de Tito, dueños de un taller de mecánica de automóviles, también enfrente de casa, estaban ya separados desde hacía unos tres años. La madre, una mujer alta, buena moza, vivía en algún otro lugar de la ciudad, pero se fue a vivir a la capital algunos meses después de haber regresado nosotros al barrio. Nunca me enteré de las razones precisas del rompimiento de ese matrimonio porque en mi casa – en mi presencia, al menos – se hablaba de ello a “media lengua”. Y mi amigo nunca hablaba de su madre, aunque solía decir que algún día se iría a Santiago, la capital.

Pero en fin. Las primeras veces que acompañé a Tito al dormitorio de su hermano me pareció perfectamente legítimo que él quisiera recuperar el dinero que le quitaba su hermano tan abusador. Sin embargo al correr del tiempo la cosa comenzó a resultarme sospechosa porque el hermano mayor comenzó a quejarse de la desaparición de su dinero. Las sospechas recayeron como siempre en la empleada del servicio doméstico, pero siendo ésta una humilde mujer que servía por varios años en casa de Tito se descartó su responsabilidad.

Un día el padre de Tito le preguntó a éste en mi presencia si sabía algo de ese dinero: -“No tengo idea, papá”, contestó con seguridad mi amigo. Sin embargo cuando el padre me preguntó también si sabía algo, yo, turbado, sólo atiné a mover la cabeza negativamente.

Luego de aquel breve interrogatorio, cuando estuvimos solos le dije a mi amigo que debía decirle a su padre que su hermano era un abusador que le quitaba el dinero: -“Lo quiero mucho, me dijo. Es mi hermano, por eso no le digo la verdad a mi papá”.

Sin embargo como su hermano comenzara a tomar precauciones, los bolsillos de su ropa ya no “escondían” el dinero de mi amigo. Era realmente un mal hermano. Problema. ¿Cómo seguiríamos dándonos la vida de reyes, ahítos de pasteles, plátanos, golosinas, cine y cigarrillos? Sin embargo, Tito se las arreglaba para aparecer con unos cuantos pesos para chocolates, el cine, etc. Siempre me hablaba de un generoso padrino que solía regalarle dinero.

Un día Tito me dijo: -“Vamos donde mi padrino”. Yo partí feliz con él ante la perspectiva de conocer al filántropo que nos permitía vivir una infancia tan desahogada. El padrino resultó ser el dueño de un Bar-Restaurant cercano a la plaza principal de la ciudad. Era un local de mucho prestigio en esos años. Serían las 11 de la mañana de un día sábado cuando llegamos al bar. Dos parroquianos de pié junto a la barra bebían un vino:

-“¡Ahijado! Cómo estás picaronazo”, dijo el filántropo desde detrás de un grueso y hermoso mesón caoba oscuro. Y sin perder el buen humor, preguntó enseguida:
–“¿Qué prefieren, Bilz o Papaya?”, dos bebidas populares en ese entonces.

Mientras nos instalábamos en los altos taburetes de la barra, Tito me preguntó:-“¿Qué querís tú?”

-“Papaya”.

Él, prefirió una Bilz, y luego de contestar de cómo estaban sus padres y la tía no sé cuánto, continuamos sirviéndonos las bebidas. De pronto mi amigo dijo con su típica y simpática voz ronca, como de fumador:

-“Padrino, si usted tiene algo que hacer adentro yo puedo cuidar aquí…”

-“No, no, adentro está la patrona, como tú sabes. Aquí la comida se prepara bajo la vigilancia de tu madrina”.

-“Voy a saludarla, entonces, padrino”.

Partió mi amigo en pos de su madrina. En ese momento yo fui interrogado por el padrino, quien resultó conocer a mi padre - paramédico de los Ferrocarriles del Estado -, empresa en la cual el padrino había trabajado cuando joven como garzón del coche comedor de Ferrocarriles. En fin, la conversación corría por carriles fluidos debido a que el padrino de Tito era muy jovial y dicharachero. Comentándoles al par de clientes que lo peor era tener gente de servicio ladrona, les contaba el chiste de aquél que se robó una vaca y cuando fue sorprendido por los carabineros dijo “bah, ¿y quien me amarró ese animal a esta cuerda?”

El padrino era un caballero gordo y rubicundo de excelente humor. Entre las preguntas que me hacía y las bromas que intercambiaba con el par de parroquianos que habían pedido una segunda “vuelta”, realmente me había seducido, tanto, que deseé que fuese también mi padrino.

De pronto Tito apareció desde el interior del local caminando rápido:-“Nos vamos, padrino, en la casa me están esperando”.

-“Ahijado, por Dios, ¿que ya te recibiste de médico?”, lo dijo por lo breve de la visita.

-“Si, es que tengo que ver a un amigo…”

-“Bien, salúdame a la gente. Y dile a tu padre que necesito su consejo para comprar una camioneta de reparto…”

Salimos de aquel local cruzándonos con tres parroquianos que ingresaban al Bar. Tito se detuvo al borde de la acera un segundo mientras yo lo miraba un tanto extrañado por la repentina partida.

-“Vamos al mercado…”, dijo Tito con su voz ronca.

El Mercado de Chillán en los años de mi infancia era un lugar bullicioso y pintoresco. Los puestos de venta eran como casitas de madera: miles de artesanías, verdulerías, fruterías, cocinerías. Mil colores, olores y perfumes; pareja de ciegos cantando; más allá los evangélicos haciéndoles la competencia; en la otra esquina un vendedor con su maleta en el piso gritando a voz en cuello “¡yo no vengo a vender, yo vengo a regalar!” El organillero dándole vuelta a la manivela para que el viento de las diez flautas dejara escuchar esa linda ranchera-corrido: “Pajarillo, pajarillo/ que vuelas por el mundo entero/ llévale esta carta a mi adorada/ y dile que por ella muero…”

En fin, para nosotros, el Mercado era el lugar de las dichas, donde Tito desembolsaba “gruesas” sumas del dinero que había “recuperado” de su hermano o de Dios sabe dónde. Cinturones de cuero con preciosas hebillas… Pero bueno, esa mañana no había dinero… El padrino filántropo no le había dado plata a Tito…

-“¿Quieres comer papas rellenas?, preguntó mi amigo.

-“Ahí donde el Rolo las espolvorean con azúcar en flor, son ricas”, dije yo, relamiéndome de gusto. “Pero no tenemos plata”, agregué.

-“Mi madrina me dio ésto”, me dijo, mostrándome un billete de $50 entre otros varios. Un dineral para muchachitos de nuestra edad.

Efectivamente, en la cocinería llamada “Donde el Rolo” las papas rellenas eran exquisitas. Sin embargo mientras comía con mi amigo recordé inevitablemente la prisa con que Tito había salido luego de saludar supuestamente a su madrina. Tuve la sensación que yo estaba siendo cómplice de algo. En realidad fue en aquella oportunidad que acepté en mi interior que desde hacía tiempo me estaba haciendo el leso. Ya no estaba seguro de dónde salía su dinero, porque los bolsillos de su hermano no bastaban para “nuestro tren de vida”. Aunque la madrina…, quizás…

Pese a ello, luego de haber comido, pasamos a una fuente de soda para beber nuestra bilz y papaya y luego caminamos hasta la sección de artesanía del Mercado para comprar chucherías absolutamente innecesarias.

-“¡Yo fui borracho y ladrón, hermanos!”, se escuchaba a lo lejos la perorata de un evangélico, “robaba para tomar, hermanos. Se puede decir que yo era un perdío…”

Ese mediodía dije en mi casa que había comido en casa de Tito, que no tenía hambre. Me recosté en mi cama, meditabundo, incómodo, y quizás un poco asustado. Presentía que estaba siendo cómplice de algo incorrecto.

En eso estaba cuando apareció Checho, otro amigo, quien me invitaba a jugar una pichanga de fútbol en la cancha del Liceo. Partí con Checho, pero sin dejar de pensar que eran demasiadas las veces que mi amigo aparecía con cantidades de dinero inusuales en muchachos de nuestra edad. Y aunque él era un año mayor, eso no podía justificar su “solvencia económica”.

En gran parte por temor, y otro tanto por un sentido de culpa difuso, el viernes en la tarde llamé por teléfono a la casa de unos amigos alemanes que vivían a las afueras de la ciudad. Su madre, una alemana con ojos tan claros como el agua me tenía mucho cariño: -“Muy bonito, me dijo, que vienes al fin de semana, todo. El padre quiere cazar ahora. Viene aquí”.

El mayor de los hijos tenía 8 años y el otro tenía 6. Ambos eran muy rubios y muy bonitos, según recuerdo. Con el pelo tipo “príncipe feliz”. Yo iría todo el fin de semana. El lunes, puesto que mis amigos estudiaban en el mismo establecimiento, el padre nos llevaría a clases a los tres.

Mis padres habían ayudado a aquel matrimonio “gringo” cuando llegaron a Chile y mi madre había atendido el parto del segundo hijo nacido en Chile. Conservaban así una grata amistad.

Esta familia alemana vivía en un grupo habitacional cedido por el gobierno, compuesto de cinco casas de madera, separadas. Con una pequeña parcela de tierra cada una que los alemanes habían convertido en vergeles. Era aquella una pequeña colonia de alemanes. Los padres de mis amigos eran pues dos “gringos” con mucho acento, pero sobre todo maravillosas personas. El padre, don Friederich, tal vez 40 años, nos llevó a cazar al campo el domingo acompañados de un hermoso perro perdiguero y otro pequeño y chillón que no dejaba de morderle las patas al grande.

Durante ese fin de semana lo pasé muy bien. Mis amigos alemanes condiscípulos de escuela, eran, como decirlo, me resultaban un poco inocentes, toda la familia, simplemente porque eran buenísimas personas. Distintos a la generalidad de los chilenos. La señora Gertrudis, la madre, cocinaba como una diosa. Sus comidas agridulces, pese a ser yo chileno, siempre me gustaron. Y luego, ¡la repostería! Gertrudis era una virtuosa repostera.

****

El lunes en la mañana, don Friederich, nos llevó a la escuela tal como estaba planeado. De manera que estuve toda la mañana en clases. Cuando llegué a casa al mediodía, creo que había olvidado a Tito y sus dineros. Sin embargo en cuanto mi madre fue informada de mi llegada me hizo llamar a la oficina de la Clínica Maternal que ella poseía, adosada a nuestra casa residencial. En tono severo me dijo:

-“Qué es esto de Tito. ¿Tú le has ayudado a robar?”

-“¿A robar? ¿Qué pasa? ¿Qué cosa robar?”, dije sin poder evitar un temblor de piernas repentino.

-“El dinero que se ha estado robando. ¿Tú has estado robando con él?

-“¡Pero no! ¡Tito siempre ha dicho que era su hermano el que le quitaba la plata!”

-“No se trata de eso. Tito le ha robado a su padrino, varias veces, y el sábado se metió por una ventana del garaje de su padre y se ha robado la paga de tres mecánicos. Quiero saber si tú estás metido en eso”.

-“Yo, no…”. Tenía una mezcla horrible de vergüenza y miedo…

-“¡A Tito lo andan buscando los carabineros, por orden de su padre!”, agregó mi madre. “Y esta tarde vendrá un carabinero a preguntarte cosas. Menos mal que conozco al capitán Gutiérrez, que si no te habrían llevado a la comisaría para interrogarte. ¡Alonso - era mi nombre -, necesito que me digas la verdad!”. El tono de mi madre sonaba perentorio y quizás un poco angustiado: “¡Prefiero saberlo de tu boca que tengo uno hijo ladrón, a que me lo diga un policía!”

-“Mamá…, dije a punto de llorar, yo no he robado nada, nunca…”

-“¡Qué vergüenza! ¡Y qué triste es enterarse que un padre debe mandar tomar preso a su propio hijo! ¡Claro, con una madre tan sinvergüenza como la de ese muchacho…!” Mi madre dijo lo último poniéndose de pie y saliendo de la habitación.

-“Yo no robé nada… yo no he robado nada…”, reclamé llorando solo en la oficina en medio de artefactos clínicos y vidrieras…

******

Aquella tarde cuando llegó el carabinero se lo conté todo en presencia de mi madre. Mi padre aún no llegaba del trabajo. Una vergüenza menos.

-“Haga como si me estuviera contando un cuento, mi amigo… No se asuste, usted no tiene nada que ver en esto…”, me decía el carabinero induciéndome a que confesara todo.

Y entre lloriqueos conté lo que sabía, pero sobre todo admití que siempre había sospechado. En aquel tiempo no entendía lo que era delatar, o traicionar, y sin embargo – aunque tal vez sea el juicio de hoy – me sentí delatando y traicionando a Tito, mi amigo de infancia.

Creo que a partir de aquellas circunstancias cambió mi carácter, o di un salto, no sé si de madurez o simplemente tomé conciencia de lo que era el sentido de culpa. Aunque mi razonamiento no era tan claro como hoy, afectivamente supe lo que era la deslealtad y la hipocresía. Porque en mi interior, la lealtad – equivocada o no - me indicaba que debía mantenerme en lo que decía Tito: los dineros se los regalaba su padrino; y de otra parte recuperaba lo que su hermano le había quitado…

-“¡Cuéntale la verdad, hijo, decía mi madre, la verdad siempre te hará honrado…!”

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Pasaron los días, dos semanas tal vez. De Tito ya no se habló más en casa. No me atrevía a preguntar por él a sus familiares. Tenía miedo y vergüenza. Había llorado en las noches en mi cama dos o tres veces cuando el sentido de culpa me subía desde el estómago hasta apretar mi garganta.

Durante ese tiempo – como actos de expiación tal vez – me convertí en un estúpido “niño modelo”: de la casa a la escuela, de la escuela a la casa. No jugaba fútbol, ni al trompo ni a la “achita y cuarta”. Pasaban los días…, los días pasaban…

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Una tarde, estaba haciendo las tareas en el pequeño salón de la casa que daba a la calle. Una de mis hermanas practicaba en el piano “Para Elisa” de Beethoven, cuando un coche tirado por caballos - transporte público en aquellos años todavía – se detuvo frente a la casa de mi amigo Tito. Una mujer alta y elegante descendió del coche y subió las escaleras de la casa de mi amigo. La nana que nos había criado a todos vino con el cuento:

-“¡Se llevan al Tito para Santiago. Lo vino a buscar su madre…!”

Detrás de la nana aparecieron rápidamente una empleada, una enfermera y hasta mi propia madre. Todas se acercaron al ventanal para mirar desde detrás de los visillos.

-“¡Buen destino le espera a ese pobre crío con esa madre…!”, comentó mi madre con un tono que me hirió profundamente.

-“Venga, venga Fonsito – mi apelativo -, a mirar cómo se llevan a su amigo”, dijo la nana tirándome de la mano para llevarme junto al ventanal.

Al poco rato apareció Tito, repeinado, con corbata, abrigo beige cruzado y pantalones azules largos. Parecía un hombre. Su madre vestía un abrigo negro de astracán y un gran pañuelo verde al cuello, con un abundante pelo negro y ondulado. Una mujer hermosa. Más atrás apareció el padre de Tito en bata y camisa desabrochada. Un hombre bajo pero de aspecto simpático. Finalmente venía el hermano mayor trayendo una maleta. El cochero recibió la valija para ponerla en el portamaletas, mientras el hermano le dio un golpe suave en el pecho a Tito a manera de despedida y subió las escaleras de la casa.

El padre besó a la madre en la mejilla y despeinó un poco a Tito quien se retiró molesto intentando reordenar su peinado. Creo recordar que Tito intentó mirar hacia mi casa… Se subieron al coche y partieron. El padre dio media vuelta y subió las escaleras.

-“¿Vieron como ésa se las da de elegante?”, dijo mi madre, refiriéndose a la madre de Tito. “¡Como si una no supiera…! ¡De tal palo, tal astilla!”

Qué ganas tuve de gritarle a mi madre en ese momento. Me parecía una falta de compasión…. ¡Era mi amigo que se iba! ¡Quizás para siempre! ¡Mi amigo! ¡Mi amigo que seguramente supo toda mi traición!...

La gente de mi casa se retiró del ventanal y volvió a sus labores. Mi hermana continuó destrozando “Para Elisa”…

Yo sin embargo quedé pegado al ventanal… mirando la escalera de la casa de mi amigo Tito…

****

Muchos años después, quizás 50 años, supe que Tito se había convertido en un profesional del delito. Murió joven, hacia los 30 años, asesinado en la calle…

jueves, 1 de enero de 2009

RELÁMPAGOS DE LA MEMORIA




Hay veces en que la memoria junto con la imaginación nos hace ver tantas cosas en tan poco tiempo que sentimos haber alcanzado la velocidad de la luz.

Algo así experimenté sosteniendo en mi mano una copa de vino esta medianoche de 2008-09.

No me di cuenta cómo surgió la imagen que me hizo preguntarme: ¿Qué pasaría esta medianoche de Año Nuevo - aquí en Vaudreuil-Dorion, Provincia del Québec - si con la intención de abrazar y felicitar a la gente, así al azar, sin conocerla, saliera yo corriendo por las calles de este pueblo donde vivo?

Abrazando y felicitando a la gente, digo, en la calle, porque hemos sobrevivido otro año, porque estamos vivos, porque podremos continuar construyendo un mundo cada vez más hermoso… (¿?), porque pertenecemos a la misma especie y en un abrazo solidario nos reconocemos como tales – quizás es lo que hacen las hormigas -, en fin, abrazarnos porque pese a las guerras, temporales, huracanes, terremotos, especuladores, cabrones con cara de defensores sociales, etc., aquí estamos, con la esperanza luminosa en nuestras pupilas… (¿?)

¿Se dan cuenta ustedes del ridículo que habría hecho yo estimulado por esos sentimientos? En primer lugar esta medianoche de 2008-2009 aquí en Vaudreuil-Dorion tenemos unos 25 grados bajo cero allí en las calles llenas de nieve, y lógicamente no habrá alma humana que esté dispuesta a desafiar el frío… Tampoco las iglesias han echado al aire sus campanas, ni el cuartel de bomberos – lo tengo casi enfrente de casa – ha hecho sonar la sirena anunciando el nuevo año.

Si yo hubiera salido corriendo por las calles, tal vez me habría visto algún automovilista:-“¡Mira, se ha escapado un loco!”

Por otra parte, en el caso de haber encontrado a alguien en la calle para abalanzarme sobre él abrazándolo con entusiasmo, probablemente me hubiera costado pasar el resto de la noche en el cuartel de policía acusado de intento de asalto en la vía pública.

“Contrevenant a tenté de voler les passants la nuit du Nouvel An” (Delincuente intentaba asaltar a pacíficos transeúntes la noche de Año Nuevo). Algo así podría haber sido el título del periódico local.

Bebí un trago de vino, pero mi memoria emotiva estaba ya lanzada sobre el pasado y no hubo manera de desviar su atención. Mi memoria se evadió un instante completamente de mi familia:

Yo, con 10-11 años de edad estaba corriendo por las calles de Chillán, mi ciudad natal (Chile), en dirección a la Plaza de Armas por allá por los años 1946-48. Noche de verano de Año Nuevo. Las campanas de la Iglesia de Las Carmelitas repicaban a mis espaldas y la sirena del cuartel de bomberos – miento, era la sirena del molino, que prestaba servicio a los bomberos en caso de incendio – sonaba lúgubre y sin embargo embriagante en aquellas noches.

No era yo solo quien corría, había mucha gente por las calles corriendo, abrazándose, así, sin conocerse: “¡Feliz Año Nuevo!”, se escuchaban los gritos. Viejos, jóvenes, niños, hombres y mujeres corríamos casi sin ninguna dirección, esquivando coches “güasquiados” (tirados por caballos) y un par de automóviles, similares en esos años a las películas de gansters. Todos hacían algún ruido: el cochero chasqueaba la huasca, los automóviles insistían con sus claxons, y yo corría y corría, pleno de abrazos.

Confieso que mis intenciones no eran sólo abrazar a diestra y siniestra, sino aprovechar el pretexto de Año Nuevo para abrazarla “a ella, la inalcanzable”, mi vecina de unos 14-15 años. Era el momento perfecto, ella no podría romper lo que parecía ser una tradición en mi ciudad.

Aunque ahora caigo en la cuenta que quizás en Chillán nos abrazábamos tan efusivamente por las calles porque éramos sobrevivientes del horrible terremoto de 1939, terremoto que había asolado la ciudad dejando miles de víctimas mortales y heridos.

Sí, quizás antes de ese fatídico año, en Chillán no se celebraba la noche de Año Nuevo de manera tan solidaria. No lo sé, no lo sé porque es la primera vez que mi memoria recuerda esas carreras emocionadas por las calles chillanejas. Cornetas, pitos, en fin, todo lo que sonara sonaba.

Pero “ella”…, ella sólo se asomaba a las penumbras del balcón de su casa. Se sabía hermosa y deseada por el barrio entero. “¡Hola!”, me atreví a decirle algún año, pero ni siquiera me dedicó una sonrisa.

Sin embargo, pese a todo, ella no pudo evitar que no sólo la abrazara en Año Nuevo, sino muchas veces fue ella misma quien me rogó un beso luego de mis triunfos deportivos internacionales… Sí, entre los años de 1946-48, fui campeón mundial del juego del emboque (un pequeño palo cilíndrico unido a través de una lienza a otra madera en forma de pequeña campana). Fueron testigos miles de espectadores, además de “ella”, quien desde las gradas se mordía las uñas rogando que yo no cometiera ningún error durante el tenso silencio mientras yo embocaba 500 o 700 “dobles” seguidos (hacia atrás y hacia delante) con la pequeña campana – gracias a mi eficacia, jugaba al emboque sin lienza, se la había retirado -, campana que giraba cuatro veces en el aire antes de embocar.

¡Cómo no recordarla “a ella”!, quien bajaba ardorosa desde las gradas hasta la pista de cenizas para abrazarme y besarme una y otra vez, poniéndome la corona de triunfador.

¿Qué importaba que en las noches de Año Nuevo, ella ni siquiera contestara mi “hola”, si en mis campeonatos imaginados durante tardes enteras luego de haber hecho las tareas escolares, ella me amaba, me admiraba y rogaba mis besos?...

-“Amoroso, ¿pasa algo?”, interrumpió la dulce voz de mi mujer, el brevísimo instante en que mi memoria viajó en el tiempo a una velocidad digna de las galaxias más lejanas.

-“¡Feliz, año, Puro!”, me dijo sonriendo mi hijo menor, que nos visita desde México.

-¿”Estás aquí”?, dijo mi hija existimativa, una mexicana perspicaz de ojos tapatíos.


-“¡Salud!”, contesté, como una manera de volver a Vaudreuil-Dorion la noche de Año Nuevo 2008-09.

martes, 16 de diciembre de 2008

EL ZAPATO, LA NUEVA ARMA DE LUCHA

Van Gogh, Los zapatos







Père Noël, Santa Claus, o Viejito Pascuero, no importa como lo denominen en diversos países, porque este año 2008 el hombre que trae los regalos se llama en realidad Muntadar al Zeidi, el periodista iraquí que le lanzó un par de zapatos por la cabeza al Mr. Bush, vergüenza de los EEUU.

Muntadar, nos hizo un regalo de Navidad al mundo entero. Compartimos plenamente el desprecio que significó su gesto. Un desprecio cargado de tantos adjetivos peyorativos como nuestra imaginación nos lo permita. Y desde aquí reclamamos su libertad.

Mi imaginación permite que el gesto de Muntadar al Zeidi se extienda además a un sinnúmero de políticos, especuladores y derechamente estafadores – no sólo económicamente – que nos tienen hasta más arriba del moño.

A todos aquellos dirigentes sociales que incapaces de ser consecuentes con lo que prometen, ¡zapatazos con ellos! Economistas que sólo trabajan para los que tienen dinero, ¡zapatazos con ellos! Políticos que incapaces de tomar el toro por las astas nos ofrecen “el derecho a soñar”, “soñar el país”, “soñar el futuro”, etc., ¡zapatazos con ellos!

Los ciudadanos cada día muestran más su escepticismo frente a las elecciones políticas, un promedio de más del 50% en el mundo occidental y cristiano. Recomiendo que guardemos un par de zapatos viejos para las próximas elecciones.
Tal vez a zapatazo limpio comprendan que no les creemos ni lo que rezan, y que hasta los niños han perdido la ilusión del viejito pascuero.

¡Cuidado, señores!, porque quizás de ahora en adelante en vez de secuestros y bombas, sean los zapatos la nueva arma del descontento generalizado en el mundo entero.

Estimado amigo, estimada amiga, sean luchadores consecuentes en esta Navidad 2008: regalen un par de zapatos (¡excepto que ustedes sean políticos, claro!)