A la vista de tantos hechos noticiosos e informativos de la actualidad, al parecer, la cultura y la ciencia continúan hoy - siglo XXI -, batallando por establecer su legitimidad. La subcultura y la pseudociencia siguen haciendo estragos, disminuyendo nuestro sentido crítico.
Las grandes mayorías de la humanidad preferimos lo imaginario a lo verificable. “Un día mis problemas los resolveré así, ¡zas!”. Lo absurdo, resulta más estimulante a la imaginación que la realidad de los hechos. La mentira, que no necesita fundamentarse, aparece más poderosa que la verdad. La fantasía, lo mágico, lo paranormal reemplaza la búsqueda experimental del desarrollo del conocimiento.
Paradojas de la vida, las artes, por el contrario, se ven particularmente beneficiadas con nuestra tendencia a fabular. Evocar las tormentas de aterradores truenos, rayos y centellas, con la misma admiración y pavor que supuestamente experimentaron los primeros homínidos, han estimulado nuestro imaginario artístico en la literatura, el teatro, el cine, la pintura, etc., etc.
Pero en la realidad cotidiana, lo inexplicable genera nuestro respeto, luego la veneración de un más allá, poderoso e inalcanzable. “Yo creo”, resulta más espontáneo y fácil que “yo pienso”. La evolución, es un invento de intelectuales ateos. La curación psíquica nos resulta más atractiva que la tediosa medicina convencional. La resistencia anticientífica respecto del Covid-19 es un claro indicio de nuestra fragilidad cultural.
Resulta más inquietante, más fascinante la ignorancia del por qué de la realidad, que el intento de explicarla.
Nadie que desee comprar un número de la lotería querrá obtener primero un doctorado sobre la probabilística. El azar nos resulta maravilloso.
Sin embargo, quizás el hecho de aceptar lo inexplicable como modo de vida, a la espera que el acto mágico resuelva nuestras vidas, prefiriendo más bien creer que pensar, tal vez ese hecho, puede ser una de las razones que explique nuestra vulnerabilidad individual y colectiva ante los “vendedores de esperanza” - manipulación constante -, vulnerabilidad ante los que se presentan como ídolos con varita mágica para vendernos ilusiones...
Y ha sido tanto el mal uso y abuso de los medios masivos de comunicación en manos del poder; han sido tantos los engaños y promesas incumplidas de políticos y organismos valóricos de la sociedad, que hasta los niños hoy en día están desilusionados del mundo que estamos construyendo.
Y es plausible pensar que precisamente a causa de nuestra desilusión y desencanto, estamos dispuestos a correr el riesgo de “reilusionarnos” una y otra vez: ora en un star de la música, o en un presidente sociópata como en EEUU, actuando como el superhéroe de nuestra película favorita..., expresión clara de la subcultura.
De modo que me pregunto: ¿Y si..., fuera responsabilidad de todos nosotros exigir la reconstrucción de una Cultura que desarrolle nuestro pensamiento crítico en todos los terrenos?
¿Y si..., fuera necesario que las ciencias no cesen de experimentar, verificando los hechos, dejando a la pseudociencia en el lugar que le corresponde: una distracción que alimenta nuestra imaginación y fantasía, tal como lo hace el mago en su espectáculo...?
¿Y si..., todo ello nos indicara que las grandes mayorías debemos organizarnos unitariamente en la diversidad para detener el engaño de la subcultura, generando una sociedad equitativa, económica y culturalmente?
No es ninguna novedad. Sin embargo, el hecho de haberlo intentado – corregido los errores -, no invalida la posibilidad de volver sobre el intento...