Observando en estos días a Donald Trump,
caí en la cuenta que comencé mi actividad artística – actor – a la edad de 13
años.
De manera que desde hace 67 años en tanto
actor, mi objeto de preocupación, de observación, de reflexión, ha sido la
manera o modo particular, peculiar, que tenemos cada uno de nosotros - chilenos,
asiáticos, árabes, etc., etc. -, los seres humanos.
Desde el punto de vista artístico es
maravilloso constatar que no nos define tanto lo que decimos o hacemos, como el
modo en que lo hacemos y decimos. En eso
consiste mi relación con el Personaje: el Modo en que dirá y hará lo que indica
el autor.
Ni el autor ni el director podrán lograr
lo que está en su mente creadora por más que se empeñen en orientarme. Solamente
yo, como actor, daré concreción físico-estética al Personaje, porque surgirá en
mí un Modo Peculiar - proceso ambiguo entre consciente e inconsciente – que
tendrá mi Hamlet (Laurence Oliver), mi Don Corleone (Brandon o Paccino), Sofía
Zawistowski (Meryl Streep, “Sophie´s Choice”), etc.
Y entonces, en tanto actor, me he preguntado,
respecto de Donald Trump: ¿cuál es su Modo?, o ¿qué me dice su Modo? Porque
artísticamente estoy convencido que ahí está su esencia - tengo la ventaja como
actor que no trabajo con la “verdad” sino con la “veracidad” -, y esta última,
incluso me sugiere que Donald, tal vez contra su voluntad, es un estereotipo,
un estereotipo del “héroe norteamericano”.
Esa sería mi primera aproximación al
Personaje. Sin embargo, en el proceso de creación corro el riesgo de perder
esta fina hebra inicial, terminando en algo jamás imaginado. Es la angustiosa
libertad que te procura el arte, en este caso, El Arte del Actor.