Si las actuaciones
de políticos, nacional e internacionalmente, no tuvieran consecuencias sobre
nosotros los ciudadanos, sería un espectáculo realmente entretenido.
La política,
posee todos los ingredientes de un film o una divertida teleserie: promesas,
intriga, ilusiones, fraudes, humor, drama, desengaños – incluso de vez en
cuando algún asesinato -, y siempre la esperanza. La esperanza es la clave.
Político que no sea capaz de sembrar la esperanza…
La riqueza
acumulada por grupos económicos e individuos, junto a la propiedad de los
medios de comunicación, su tecnología y amplitud, han sido un arma de doble
filo para los políticos. Todo ese Poder los somete a un sube y baja como
saltarines sobre una Cama Elástica. Es el escenario que les permiten, su modo
de vida actualmente.
De tal manera
que verlos con pretendidas decisiones autónomas resulta cómico, divertido,
cuando no patético. Su credibilidad ante los ciudadanos decrece día por día,
excepto ante aquellos directamente beneficiados.
Sin embargo,
como “la esperanza es lo último que se pierde”, los políticos mantienen aún el
atractivo de todo buen espectáculo: tú sabes que lo que estás viendo o lees es ficción,
y sin embargo te emocionas. Simplemente porque
las referencias o alusiones a tu realidad están convenientemente medidas.
El “arte de la
Política” existe, es cierto. Y hay que reconocer que entre los dueños de La
Cama Elástica y Los Saltarines, existen excelentes autores, directores y
actores.
Ya sea en Corea
del Norte, en Turquía, en España, Chile, EEUU – elige a tu gusto el país que te
resulte más exótico- , etc., los dueños de La Cama y sus Saltarines están en
permanente espectáculo. En cuanto detectan un espectador, los políticos no
cesan de actuar. La ficción la tenemos asegurada.
Si los
ciudadanos de a pie, seremos capaces de abandonar la sala de espectáculos nos
lo dirá el tiempo… Por el momento la ficción nos tiene subyugados.
Mientras tanto
mis colegas actores y yo, viendo la actuación de los políticos, podremos descubrir
que es cierto que un buen actor no sólo debe tener desarrollados sus cinco sentidos,
sino veintiuno o veintidós, para una actuación convincente…