A través de los años, muchas
veces he escuchado llamar a los torturadores chilenos y a sus cómplices
civiles, “hijos de puta”.
¡Protesto! Sí, protesto. Los
torturadores y sus cómplices civiles no son hijos de puta. ¿Por qué ofender a
las trabajadoras del sexo con la maternidad de semejantes especímenes?
Tampoco son hijos de mala
madre. Porque por malvadas que éstas fueran, no serían capaces de parir
semejantes ejemplares.
Mi oposición a tales
calificativos es a propósito de haber visto en la red – diríamos, casualmente –
dos o tres documentales y entrevistas de los años del golpe de Estado y la
dictadura de Pinochet. Terminé viendo asuntos que aunque me eran conocidos desde
hace 40 años, volvieron a revolverme el alma.
Y así, con el alma revuelta, recordando
nuevamente el envilecimiento de varios generales, mandos medios, clases,
soldados, y conscriptos de las FFAA chilenas, además de carabineros; recordando
el envilecimiento de los torturadores y de los civiles cómplices – entre estos
últimos varios empresarios, abogados, jueces, doctores, etc. -, recordando esos
años, repito, he concluido que todos ellos no merecen el calificativo de hijos
de puta. En realidad, pensándolo fríamente, son “hijos de las cloacas”.
De las cloacas, sí, allí
donde los deshechos humanos están en descomposición. Ese es el caldo de cultivo
propicio para estas aberraciones con apariencia de hombres y mujeres.
Y la singular paradoja - al
parecer propia de nosotros los chilenos -, consiste en que a estos ejemplares
de deyección les hemos aceptado - y aún enjuiciado - como si pertenecieran al
“género humano”.
Sin embargo mi alma revuelta
no olvida que en medio del salvajismo desatado durante el golpe de Estado y la
dictadura de Pinochet, hubo miembros de las FFAA y civiles connotados, que se
opusieron a tales hechos, valiente y dignamente, sacrificando incluso su vida
varios de ellos. Actitudes que hoy resultan aún más condenatorias para los
hijos de las cloacas.
Como también resultan
condenatorias las muertes de quienes consecuentemente murieron por sus ideas de
justicia, además de las víctimas de la tortura, los desaparecidos y sus
familiares.
Estos “hijos de las cloacas”
que tienen cara de cemento, se dieron y todavía se dan el lujo de hacer declaraciones
presentándose como los salvadores de Chile. Cómo no, si pertenecen o están
protegidos por los mismos de ayer, es decir, por los que piensan que “los
Derechos terminan donde comienza su billetera”.
Porque en el fondo no fue
otro el motivo y causa que aherrojaron las puertas del Derecho aun antes de
septiembre de 1973, diseminando el odio, el terrorismo, la felonía y el boicot
nacional e internacional en contra de un gobierno constitucionalmente elegido. Estos
hijos de las cloacas, pensaron que de esa manera ahogarían para siempre los
afanes legítimos de justicia social de nuestro pueblo.
No lo lograron. Porque el mundo entero rechazó sus perversiones.
Ni siquiera
hoy, con el ilusionismo de celulares, televisores y tecnología de última gama
acompañado del tramposo “crédito”, logran aquietar las protestas. Tampoco lo
están logrando con el intento de sembrar el miedo una vez más porque ven
amenazadas sus billeteras en cinco centavos.
Los hechos de ayer, de estos
años, de hoy, están testimoniando que las fuerzas sociales de nuestro país
recogieron, aún sin saberlo, el espíritu de las últimas palabras de Allende.
Esas palabras, el espíritu de ellas – fantasmas nocturnos para los hijos de las
cloacas - está filtrándose silenciosa y
misteriosamente en los afanes de justicia social, como el agua vertiente desde
debajo de la tierra:
“… Y les digo que tengo
la certeza que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y
miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza,
podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen
ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos...”