lunes, 2 de junio de 2014

NO MERECEN SER HIJOS DE PUTA





A través de los años, muchas veces he escuchado llamar a los torturadores chilenos y a sus cómplices civiles, “hijos de puta”.

¡Protesto! Sí, protesto. Los torturadores y sus cómplices civiles no son hijos de puta. ¿Por qué ofender a las trabajadoras del sexo con la maternidad de semejantes especímenes?

Tampoco son hijos de mala madre. Porque por malvadas que éstas fueran, no serían capaces de parir semejantes ejemplares.

Mi oposición a tales calificativos es a propósito de haber visto en la red – diríamos, casualmente – dos o tres documentales y entrevistas de los años del golpe de Estado y la dictadura de Pinochet. Terminé viendo asuntos que aunque me eran conocidos desde hace 40 años, volvieron a revolverme el alma.

Y así, con el alma revuelta, recordando nuevamente el envilecimiento de varios generales, mandos medios, clases, soldados, y conscriptos de las FFAA chilenas, además de carabineros; recordando el envilecimiento de los torturadores y de los civiles cómplices – entre estos últimos varios empresarios, abogados, jueces, doctores, etc. -, recordando esos años, repito, he concluido que todos ellos no merecen el calificativo de hijos de puta. En realidad, pensándolo fríamente, son “hijos de las cloacas”.

De las cloacas, sí, allí donde los deshechos humanos están en descomposición. Ese es el caldo de cultivo propicio para estas aberraciones con apariencia de hombres y mujeres.

Y la singular paradoja - al parecer propia de nosotros los chilenos -, consiste en que a estos ejemplares de deyección les hemos aceptado - y aún enjuiciado - como si pertenecieran al “género humano”.

Sin embargo mi alma revuelta no olvida que en medio del salvajismo desatado durante el golpe de Estado y la dictadura de Pinochet, hubo miembros de las FFAA y civiles connotados, que se opusieron a tales hechos, valiente y dignamente, sacrificando incluso su vida varios de ellos. Actitudes que hoy resultan aún más condenatorias para los hijos de las cloacas.

Como también resultan condenatorias las muertes de quienes consecuentemente murieron por sus ideas de justicia, además de las víctimas de la tortura, los desaparecidos y sus familiares.

Estos “hijos de las cloacas” que tienen cara de cemento, se dieron y todavía se dan el lujo de hacer declaraciones presentándose como los salvadores de Chile. Cómo no, si pertenecen o están protegidos por los mismos de ayer, es decir, por los que piensan que “los Derechos terminan donde comienza su billetera”.

Porque en el fondo no fue otro el motivo y causa que aherrojaron las puertas del Derecho aun antes de septiembre de 1973, diseminando el odio, el terrorismo, la felonía y el boicot nacional e internacional en contra de un gobierno constitucionalmente elegido. Estos hijos de las cloacas, pensaron que de esa manera ahogarían para siempre los afanes legítimos de justicia social de nuestro pueblo.

No lo lograron. Porque el mundo entero rechazó sus perversiones. 

Ni siquiera hoy, con el ilusionismo de celulares, televisores y tecnología de última gama acompañado del tramposo “crédito”, logran aquietar las protestas. Tampoco lo  están logrando con el intento de sembrar el miedo una vez más porque ven amenazadas sus billeteras en cinco centavos.

Los hechos de ayer, de estos años, de hoy, están testimoniando que las fuerzas sociales de nuestro país recogieron, aún sin saberlo, el espíritu de las últimas palabras de Allende. Esas palabras, el espíritu de ellas – fantasmas nocturnos para los hijos de las cloacas -  está filtrándose silenciosa y misteriosamente en los afanes de justicia social, como el agua vertiente desde debajo de la tierra:



“… Y les digo que tengo la certeza que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos...”