Hacía tiempo que no quedaba impactado por
el trabajo de un actor en cine.
A fines del año 2010 – prácticamente
entre fiestas navideñas - en la ciudad de Bristol, Inglaterra, se cometió un
asesinato en contra de una joven de 25 años, Joanna Yeates Clare.
Las primeras sospechas de la policía
recayeron sobre un vecino, profesor de inglés jubilado, Cristopher Jefferies,
propietario arrendador del apartamento en que vivía la víctima.
Mr. Cristopher Jefferies, fue descrito
por la prensa como una persona de modales excéntricos y afeminados. Estas dos
características fueron utilizadas por los medios de comunicación de la época
para fabular toda suerte de intrigas y supuestos desmanes del personaje. Una
campaña en contra suya infamante.
A pesar de todo, luego de algunos días de
detención e interrogatorios, Mr. Jefferies fue absuelto libre toda sospecha.
Un ex alumno del profesor mencionado,
Roger Michell decidió rodar, primero una miniserie, y luego un film sobre el
caso real. El film lleva por título “The Lost Honour of Cristopher Jefferies”, y fue éste el que tuve
el placer de ver. Roger Michell nos propone una puesta en escena excelente
sobre un excelente guión de Peter Morgan. Con un óptimo nivel de actuación de
todo el reparto de actores.
El protagonista es el actor inglés Jason
Watkins. Actor que crea una composición de personaje sumamente difícil de
mantenerlo en la línea de veracidad escénica. Efectivamente, como espectador
vemos un personaje peculiar: excéntrico; un intelectual muy culto; raro; afeminado; sincero; noble; bondadoso; pundonoroso; emotivo. Todo eso y más, al
mismo tiempo, y por separado.
Amigos, yo sé que los actores que lean
este párrafo saben lo difícil que es actuar un tal personaje con tantos
matices. Y el espectador en casos similares también sabe que no es habitual que el arte – en este
caso el arte del actor – nos evidencie emocionalmente que “la parte sólo existe
en relación al todo”.
Watkins, posee tal “sentido de la medida”
- sentido esencial para ser un buen actor – que todos sus matices son de una
veracidad emocionante. Nos entrega un personaje que nos deja acercarnos a él
poco a poco, cautelosamente, en un juego permanente de identificación y
crítica.
Es cierto, al parecer, que los actores
dependemos del personaje, de la situación interesante por la que cruza el personaje.
De qué modo cruzamos esa situación es nuestra tarea como actores. Jason Watkins
cruza su cuestionado pundonor de manera brillante, inolvidable.