“Vivir con el alma en un hilo”, era una
expresión que le escuchaba a los adultos durante mi infancia. Tal vez aún se
utilice en la jerga corriente en mi país y otros: vivir con el alma en un hilo…
Vivir en un estado de zozobra.
Podía referirse a quien vivía al borde de la pobreza, o a quien
esperaba el desenlace de una decisión en su contra, o al endeudado que al
escuchar golpes en la puerta de su casa temía que fuera el cobrador.
Sin embargo era más corriente escucharla
a propósito de un peligro, y sobre todo ante una amenaza diferida
transitoriamente…
Tal vez la mayoría de los seres humanos
habremos vivido en algún momento una zozobra que nos mantuvo con el alma en un
hilo.
Y es de toda evidencia que históricamente
la humanidad o amplios grupos de ella, ha vivido diversas experiencias
colectivas que le han hecho vivir con el alma en un hilo. Es más, pienso que si
nos hacemos cargo de la realidad que nos entregan los medios de comunicación,
ésta nos hace vivir en la zozobra.
¿Habrán vivido con el alma en un hilo los
periodistas de “Charlie Hebdo”? ¿O nunca se creyeron las amenazas y los excesos
a que puede llegar el fanatismo?
¿O tal vez esos periodistas, aun teniendo
conocimiento de los innumerables actos de violencia que ha generado el
fanatismo político y religioso a través de las edades, decidieron que no
renunciarían a su sagrado derecho a la libertad de expresión, decisión similar
a tantas otras víctimas que les precedieron a través de los siglos?
De la sorprendente conducta humana,
además de nuestra propia experiencia, nos da cuenta la historia. Nos lo ha
develado también el arte.
En la escritura de ficción, por ejemplo –
cuento, teatro, novela, cine – existe lo que se denomina “el punto de giro”, el
momento en que la historia cambia, los personajes se transfiguran, hasta el
extremo de la transformación (para el Bien o para el Mal). Shakespeare quizás
sea el maestro más conocido en el manejo de esta técnica. Para los actores, fijar ese punto de giro es de suma importancia.
Pero sobre todo la realidad humana
diaria, cotidiana, aquí o allá nos informa de acciones sorprendentes muchas veces
incomprensibles. A veces, acciones sublimes de quien no se podía esperar sino
sólo la aberración, y otras, por el contrario, el que hasta ayer se le
consideraba un hombre o mujer ejemplar nos deja atónitos con su comportamiento. Y sin embargo ninguna de las dos actitudes podemos darlas por definitivas. El cambio, como naturaleza que somos, siempre nos depara vueltas y revueltas...
Así indagando en el misterio humano, yo no sé si el fanatismo – fenómeno
exclusivo de la especie humana - tiene algo que ver con el “vicio” o con la
“adicción”. De la obsesión, al menos, pareciera estar más cerca. También me
resulta semejante a lo que el esoterismo llama la “posesión”, estar poseído por
una energía exógena.
Cuando el fanatismo está relacionado con
la política o con la religión, no necesitamos ir más lejos que al Siglo XVI y XVII hasta nuestros días para encontrarlo. A pesar que es plausible pensar que podríamos
encontrar claras conductas fanáticas quizás desde los inicios del Homo Sapiens.
El fanatismo, cuando comanda actos terroristas con resultado de muerte, se nos representa como su peor y más dañina expresión.
¿Sin embargo cabe preguntar, es que no existe también el fanatismo por el poder? Por otra
parte, ¿la codicia por el dinero no será tal vez también una forma de fanatismo?
Aunque así fuera, nada exculpa al fanático que mata por
intentar convencernos de sus ideas a través de la muerte de sus semejantes.
Nada lo exculpa.
Menos aún, porque el terrorismo como
“método de lucha” para ganar voluntades resulta tan inútil a la larga como la
“tortura”. Y menos aún se puede exculpar al fanatismo que mata inventándose enemigos porque piensan distinto a él. Enemigo que generalmente no está armado en un campo de batalla físico, quien no ha matado ni a mi hermano, pariente o amigos, sino solamente disiente de mis
ideas, fe o convicciones.
En definitiva, pienso que el fanático
tiene tantas ansias de poder absoluto como cualquiera de los Estados Imperiales
que se han sucedido en nuestro planeta azul.
Estos últimos, siempre se han
caracterizado por atropellar las fronteras ajenas, y al igual que el fanático,
intentando dominar por el terror de las armas, agregando además en los países
invadidos la corrupción post bélica. Unas y otras acciones son provocadoras de
respuesta. Respuestas que nos hacen vivir a todos, aunque
estemos lejos de los hechos, con el alma en un hilo.
Con ese último párrafo que he escrito me
ha venido de golpe a la memoria un personaje prácticamente olvidado por la historia,
Sebastián Castellio, intelectual del S. XVI en Ginebra, quien luchó
honestamente, con la palabra, en contra de Calvino. Stefan Zweig lo rescata en su libro ”Castellio contra
Calvino”. En su obra “De arte dubitandi” (1562), Castellio escribió:
“La posterioridad no podrá creer que,
después de que se haya hecho la luz, hayamos tenido que vivir de nuevo en medio
de tan densa oscuridad”.