Con esta panoplia, terminan mis lamentos contra el Tiempo que no se detiene y ha hecho crecer a mis cinco nietos, de tal manera, que nos han dejado convertidos en “liliputienses”, aunque sin afectar nuestro corazón y cariño que continúan enlazados a su desarrollo. Contra el Tiempo, tengo el consuelo que los nietos no me dicen ni abuelo ni menos abuelito. Me llaman Aitxi, palabra del “euskera”. Sin embargo, deploro que mi generación no haya podido entregarles un presente más auspicioso (“Todo cambia, nada permanece”). Durante mi adolescencia y juventud, millones de jóvenes, y multitud de personas, tuvimos la esperanza de cambiar el mundo, errores incluidos. Supongo que cada generación construye su esperanza, y estos nietos, con métodos no imaginados, serán capaces de construir un mundo mejor. Y eso, a pesar de que, como dice hoy un periodista en La Presse de Montréal: “Vivimos una época en que basta que lo pienses para creer que es verdad, aunque sea mentira”.