Una anécdota contada en la red por Begoña
Zabala, mi mujer, a propósito del film que yo protagonizara, “El chacal de
Nahueltoro”, inevitablemente ha removido mi memoria, mi memoria emotiva.
Para quienes no son chilenos, brevemente:
Jorge del Carmen Valenzuela Torres, aturdido por el alcohol se convirtió en un
séxtuple asesino: mató a su conviviente de hacía pocos días y a sus 5 hijos. Entre
los nacionales, se nos ha hecho costumbre pensar sobre todo en Jorge, olvidando
a Rosa, la mujer, y sus cinco hijos, seres tan desvalidos como aquél, sin
embargo.
Como intérprete de ese personaje real,
intenté comprenderlo durante el rodaje del film, pero hasta el día de hoy me es
imposible justificarlo. Sin embargo, a pesar de todo, siempre estuve en desacuerdo
en que la Justicia dictara su fusilamiento.
El Jorge, fusilado, ya no era el Jorge
alcohólico y “habitado por el Mal”. Y esta última expresión la empleo
consciente de que me he desarrollado como ser humano dentro de la cultura judeo-cristiana
o greco-cristiana como algunos suelen denominarla.
¿Cómo podría ser habitado por el Bien,
alguien que sólo había recibido el Mal desde su más tierna infancia? Sólo en la cárcel concibió la humanidad.
El Bien y el Mal, y la Justicia de Clases,
son los dos temas más evidentes que se desprenden del caso y del film. Pero
esas evidencias motivan un sin fin de reflexiones, incluidos los valores
estéticos del film.
Me quedo pensando: durante el S. XX creo
que dos films han quedado como pivotes de nuestro cine nacional: “El Húsar de
la Muerte” de Pedro Sienna, y “El Chacal de Nahueltoro”, de Miguel Littin. El
primero, develando de manera optimista el arquetipo del “Héroe Nacional”, constructor
de la Patria (1925). El segundo, cuarenta y tres años después (1968) develando
una Patria excluyente e injusta.
Quizás sea esa bipolaridad la que
restringe nuestra potencialidad nacional.