lunes, 4 de febrero de 2013

CAPRICIEUSE MÉMOIRE

 





A propósito de escopeta, hace un par de días, mi memoria me trasladó al dormitorio de mis padres, allá en Chillán (Chile), en donde estaba instalada su última adquisición: una magnífica radio Zenith, de mueble. En las noches invernales solía escuchar junto a ellos, además de una o dos empleadas de la casa (en esos tiempos las « asesoras del hogar » era como gente de la familia), un radioteatro histórico, transmitido desde Santiago (400 kilómetros al norte), en onda corta por supuesto.

A pesar de la « moderna radio Zenith » - última generación se diría hoy en día – las ondas radiales eran inestables. De manera que a ratos, en medio de múltiples interferencias, estábamos obligados a imaginar el texto que estaban diciendo los personajes del radioteatro. Y sin embargo, ahí estábamos en las noches, deleitándonos con las aventuras de Manuel Rodríguez, las dificultades de Bernardo O´Higgins, etc.



Recordar esta deficiencia técnica de 1950, en la actualidad me resulta tan extraño, como si fuera un sueño. Y cómo no, si hoy día puedo escuchar diferentes radios nacionales o internacionales con audición perfecta, y ya no en un aparato radial, sino a través del computador.

Y sin embargo – donde hay abundancia da asco, dice el refrán -, siento cierta nostalgia por aquellas audiciones radiales que más que ondas, parecían olas que llegaban a trompicones hasta nuestros oídos…

La memoria, que es tan antojadiza, me obliga a recordar las interminables lluvias del invierno chillanejo de aquellos años: 15 días, a veces un mes, lloviendo ininterrumpidamente día y noche. El brasero en medio de la habitación; la tetera en el fuego, el mate…

Las clases de la escuela suspendidas a causa del temporal… El Estero de Las Toscas, que en esos años aún no estaba canalizado en la parte Este de la ciudad, buscando el camino más corto, se desbocaba por las calles del pueblo que corrían de Este a Oeste. Hasta 40 centímetros de altura alcanzaba el raudal de aguas que pasaban frente a nuestra casa, en calle Constitución.

Todas las aguas corrían hacia el Oeste…, hacia el Oeste… « La suerte del pobre », hacia el Oeste estaban los barrios más humildes…

Mi maestro Merardo lo testimonió en sus décimas :

Villa Alegre se llamaba
el barrio del Cementerio.
Ese se anegaba en serio.
Pobres muertos, se inundaban
y en las urnas navegaban
sobre las aguas inmundas,
abandonando sus tumbas,
porque el estero Las Toscas
violaba las santas fosas
y hasta la muerte iracunda.

Poco tiene que ver ese mundo provinciano de hace más de 63 años, no sólo respecto de la tecnología actual, sino con costumbres, comportamientos, cultura (modo de vida y concepción de la vida). Menos aún aquel pasado tiene relación con el clima actual y las estaciones del año.

Sin embargo, no agregaré que « todo tiempo pasado fue mejor », porque mañana todo esto que escribo será pasado. Y tal como están las cosas no me puedo quejar de mi presente. Sólo que este presente me exige hacer el esfuerzo constante de la fuga: imaginándome que las perfectas imágenes y sonidos que me entregan las noticias a diario, son aberraciones que algún cineasta perverso construye para ganar el rating.