miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL BOSÓN DE HIGGS Y LOS VIEJOS

R Matta, La espina roja


Óigame, me escribe Matías Malapuerta, un viejito encachao, campesino él, a quien los hijos lo trajeron a la ciudad cuando él había cumplido ya 70 años. Ahora tiene 79, y navega en internet tan hábilmente como cualquiera de mis nietos. Matías y yo, nos conocimos cuando los dos éramos cabros, de manera que andamos por ahi por ahi con este viejo.
Esto último que digo, me recuerda a mi querido suegro-amigo que murió hace ya algunos años. Lo íbamos a buscar al aeropuerto con mi mujer, y cuando salía a la Sala de Espera, luego de saludarnos, nos contaba: “He venido conversando en el viaje con un viejillo de lo más entretenido. Miren, ese que va allí, ese es el que digo”. Nosotros mirábamos al indicado, y resultaba ser un hombre más joven que mi suegro-amigo.
Y así pasa con los años. Con Matías Malapuerta lo compruebo. Es cierto, él tiene algunos años más que yo, pero en definitiva ambos pasamos los 70, de manera que si lo llamo viejito encachao es porque no me he mirado en el espejo. Aunque en el fondo, sucede que ambos no nos hemos dado ni cuenta cómo hemos llegado a estos años.
Matías, trabajó un tiempo, hace muchísimos años, en una parcela, una finca que tenían mis padres. Y nunca pude convencerlo que me tratara de Tú. Siempre fue de Usted. Menos mal que  logré que con los años me quitara el Don.
Y para mí fue una sorpresa tremenda - luego que pasaron muchos años sin saber de él -, recibir un correo electrónico de Matías Malapuerta. Por supuesto, pensé que sus hijos, en fin, alguna nieta, le habría escrito el correo. Sin embargo, al final de la carta, decía: “Y no crea que este e-mail, me lo han escrito. Yo solito hei aprendío esta cosa de la informática. A usted lo pillé a través de su blog”.
“Este e-mail”, decía. “Su blog…” Increíble. Si yo echo patrás la memoria, y me acuerdo ayudándole a Matías con el arado, arando con bueyes… Y ahora, escribiéndome por medio de un computador… Resulta extraño… Aunque la última vez que anduve por mi tierra carmelina, eran pocos los huasos que andaban a caballo, muchos de ellos andaban en bicicleta por los caminos, y no faltaba el que tenía moto.
Óigame, me decía Matías en su carta, me he enterado que hace rato ya, que los Físicos están de lo más entretenidos con el juguetito de unos 30 kilómetros – cercano a Ginebra, frontera franco-suiza - conocido como el Acelerador LHC (en inglés Large Hadron Collider, según leo). En español le dicen El Gran Colisionador de Hadrones (GCH).
Figúrese que estos Físicos, insisten en buscarle las cinco patas al gato, según entiendo: quieren encontrar la partícula que supuestamente crea la masa en las partículas conocidas – en las cuales nos incluimos nosotros mismos, claro -, que es como decir: desean encontrar el mecanismo de cómo está hecho el universo y cómo funciona en su nivel básico.
Uno de estos caballeros científicos, intentando explicar lo esquiva que es la partícula esa que buscan, decía que es como conocer un ave que se ha visto volar rara y fugazmente y a una velocidad más rápida que un pestañeo, entre inmensas bandadas de pájaros. Para poder estudiar ese ejemplar, al menos hay que lograr tomarle una foto, dice este caballero, en realidad miles de fotos. Desde distintos ángulos y a diferentes distancias. En fin, meterla en la jaula, figúrese. ¿Pero cómo lograrlo, si al mismo tiempo que aparece desaparece?
Le cuento todo esto, porque me acuerdo cuando usted, por gracia, se iba a acostar con nosotros en el muelle de paja, después de la trilla, y nos contaba que su papá le decía que un día el hombre iba a llegar a la luna…
Ahora, digo yo, si estos caballeros descubren todo, ¿qué nos queda? A mí nunca me gustó ser ignorante, un guaso bruto se puee decir, y le hice empeño pa aprender a leer, a escribir, usted sabe… Pero yo no quiero saberlo todo… ¿Pa qué?
Yo no veo el viento, pero veo moverse los árboles, y diai me digo que tiene que haber algo que mueve las ramas. Es el mismo viento que nos refrescaba la cara, allá, a la sombra de los hualles, ¿se acuerda?
Y Matías termina su carta, preguntándome:
¿No cree usted que estos caballeros Físicos nos están ayudando a imaginar el infinito…?
¿O usted está de acuerdo con los que dicen que uno no puede imaginar lo desconocido…?