de Osvaldo Guayasamín |
¿Quién será más feliz, el ignorante o el sabio? ¿Qué será mejor, estar informado o desinformado? ¿Serían más felices aquellas hordas, que luego de arrebatarle la cueva a los animales, pasaron décadas sin enterarse de lo que sucedía detrás de las montañas, o más allá del horizonte marino?
¿Fueron más felices los aborígenes de América, antes que a ésta la bautizaran con tan impropio nombre?
Me gustaría escribir o contarles sobre la hermosura de los amaneceres en Mundaka, sobre los mágicos cambios de luz sobre esta especie de bahía que miro todos los días. Me gustaría recontarles parte de la vida del hombre que primero soñó este hermoso chalet donde paso mis vacaciones, y que luego lo construyera como un caserío vasco. En fin, me gustaría contarles algunas emocionantes experiencias que he vivido como actor, o alguna anécdota divertida de teatro o de cine.
Alguna vez he pensado también en contarles y mostrarles a mis hermosos nietos. Son cinco. ¡Pero qué va! En la actualidad, mostrar niños en la red puede traer fatales consecuencias. Mirando a mis nietos y admirándolos, sintiendo la ternura que me inspiran, la contrasto con las informaciones de todos los días, y primero me lleno de incertidumbre y luego me invade la ira. ¡Sí, la ira!:
“Bebés, asesinados por sus madres o parientes; bebés, utilizados en oscuros ritos, con resultado de muerte; bebés, abusados sexualmente; bebés, abandonados en la calle, o en un tiesto de basura, en cualquier parte. Bebés…, bebés…, bebés…”
“Niños, abusados con golpizas en su propia casa; niños, abusados sexualmente (la mayoría de las veces también en su propia casa); niños, explotados como mano de obra; niños, como negocio de la pornografía infantil; niños, drogadictos; niños, utilizados como camellos en la distribución de drogas; niños, asesinos de otros niños; niños, violadores sexuales de otros niños; niños delincuentes: lanzas, monreros, asesinos, y un largo etc., etc. Niños…, niños…, niños…”
¿Será necesario seguir enumerando?
¿Qué es lo que nos permite aceptar o colaborar en hechos tan aberrantes?
¡El puterío mental, se ha extendido hoy como la mancha de aceite sobre el mantel! Afecta lo mismo a un presidente de la república, a un rey, a un cardenal, a un juez, policía, políticos y/o dirigentes varios. No hay región en el mundo en que no aparezca todos los días el fraude, la corrupción; la delincuencia con y sin corbata; la sodomía; la agresión pedófila. Y todos esos hechos, son destacados en las primeras planas de los medios de comunicación, haciendo saltar a la fama a los infames.
No me importa aparecer como “bloguista moralino”, porque estoy convencido que es nuestro desmedido afán de lucro y nuestro hedonismo, incentivado por una subcultura de la estulticia, que se ha convertido en la “cultura oficial”, la que está provocando el descarrilamiento social.
Si la infancia hoy, es protagonista de la crónica roja, es nuestra responsabilidad, la de todos: jóvenes, adultos y adultos mayores.
Si parte importante de la juventud dejó de ser “divino tesoro”, es responsabilidad de nosotros, los adultos mayores, de ayer y de hoy, porque fuimos quienes sentamos o aceptamos las bases de lo que sucede hoy. Pero por supuesto, es responsabilidad también de la propia juventud.
¿Y la infancia? En diversas partes del mundo se levantan voces adultas pidiendo penalizar a niños de 8 años. De hecho, en Inglaterra lo hicieron hace ya varios años. ¿Es ese el camino? ¿Seremos capaces de aceptar cínicamente tal derrota moral?
La subcultura de masas que difunden los medios de comunicación, y que como repetidoras, la difundimos cada uno de nosotros en nuestras actividades diarias, la difunden también los dirigentes e instituciones estatales y sociales, con sus actitudes. Esa subcultura, que en apariencias nos entretiene, y legitima todo lo que produzca dinero, en el fondo nos inyecta la angustia del vacío, empobrece nuestro espíritu, empobrece “el espíritu de la época”.
Sin duda, todo no se expresa tan mecánicamente. Hay una serie de motivaciones individuales que también son responsables del deterioro de nuestra convivencia social. Por otra parte, pareciera ser que en la misma medida que se ha debilitado el aparato del Estado, se ha debilitado también la célula familiar, base primaria de nuestra formación.
Nos sentimos más libres hoy – también los cabros chicos - porque hemos roto con jerarquías tradicionales, y sin embargo, sin ellas, nos hemos convertido en entes deambulatorios y depredadores, que al final no sabemos por dónde nos da el viento.
Querámoslo reconocer o no, las grandes mayorías somos fieles devotos del Dios Mercado. Chicos y grandes, no tenemos hoy otro afán que tener: tener juguetes, videos, celulares, autos, casas, dinero, dinero, dinero.
Y cada vez somos más permisivos en cuanto a los métodos que nosotros, éste o aquél, empleamos para “tener” aquello que deseamos.
¿Seremos capaces de renunciar, individualmente – no nos escondamos detrás del grupo -, a la estupidez en que vivimos? ¿O lo que estamos haciendo de este mundo, será en realidad el trágico “sentido de la vida”?
Haciendo un trabajo de investigación artística, conocí hace muchos años atrás, a un interno en el Siquiátrico de Santiago de Chile. Este caballero, me contaba serenamente que debido a su inteligencia le habían cortado su cabeza para ponérsela a Domingo Perón, y la de Perón se la habían puesto a él. “¿Se da cuenta de la villanía que me han hecho?”, me decía.
Hablaré con algún médico, para saber si es posible que me pongan una cabeza de avestruz. Así quizás estaré más a tono con el mundo en que vivo, y podré contarles tranquilamente de los amaneceres, o de la morena estupenda que vi en la playa.