Iñaki Zabala Aierbe y su hija Begoña |
A propósito de un hombre vasco – Iñaki –, de mi mujer, y la fuerza de su paisaje, Euskadi para mí siempre tendrá resonancias entrañables. Además, cada vez que llego a Itxas Begira [Mirando al Mar] - el nombre de su casa en Mundaka -, inevitablemente recuerdo que esta casa, primero fue un sueño de infancia que aparentemente como en los cuentos infantiles un hada madrina convirtió en realidad. Pero no. Sucede que Iñaki supo ensamblar la suerte, el talento y su voluntad - ¿se necesitan las tres cosas? - para hacer realidad uno de sus sueños.
Contar la vida de este querido soñador, excelente escritor que aprendiera a escribir en la cárcel, mientras estuvo sentenciado a muerte durante la guerra civil española, y que por azar tuvo que hacerse empresario sufriendo los altos y bajos propios de su actividad - triunfador sin embargo -, contar su vida digo, no es posible en una crónica.
¿Qué vida puede contarse en unas cuantas páginas?
Mi propio amigo intentó hacerlo en sus memorias de más de mil páginas, pero con ello no hizo otra cosa que ratificar que la vida de cada uno de nosotros solamente queda contada, y de mil maneras, en nuestras acciones y en quienes nos conocieron, para bien o para mal.De modo que me limito a contar esta vez que mi entrañable amigo Iñaki cuando niño, hijo de un humilde campesino [aldeano se dice aquí], ayudaba a su padre todos los años a podar el huerto del señor, que años más tarde sería de su propiedad, construyendo allí el sueño de su infancia:-Cuando sea mayor, en ese huerto construiré una casa para mis padres.¡Y qué casa!
Itxas Begira es un gran caserío vasco, con una vista privilegiada sobre el golfo de Vizcaya. Cómo no, si el lugar fue elegido pacientemente durante años. Más que de piedra, la casa pareciera estar construida de peñascos. Peñas del monte y maderas traídas de Guinea se juntaron para darle solidez a uno de los sueños de Iñaki. E insisto “uno” de sus sueños, porque tuvo varios y gran parte de ellos se cumplieron.
Según cuenta la historia económica de Euskadi y sobre todo la historia oral “en vivo y en directo”, la fortaleza que hoy muestra su economía – a pesar de su problema nacional no resuelto - está muy lejos de ser lo que fue, digamos, 60 años atrás. Aunque Bizkaia desde antiguo tuvo gente con mucho dinero, aquí literalmente sesenta años atrás, hubo sectores que tuvieron que cocinar las cáscaras de patatas. Tengo entendido que en toda la península. Y cuando mi amigo Iñaki pudo volver a este país [Euskadi] en la década del 60, luego de años de extrañamiento en los alrededores de Salamanca, e instaló su industria de m℮tales, requirió de un coraje que no saben o no supieron apreciar los que solamente han conocido la época de las vacas gordas. Iñaki es el ejemplo típico del “hombre hecho por sí mismo”. Se hizo a la mar con 14 años, y sirviendo de “txo” en un barco carguero durante años, luego marinero de submarino durante parte de la guerra civil española [esquivando las bombas de profundidad, sumergido durante desesperadas 14 horas], en fin - sus peripecias de vida o muerte son innumerables -, con menos de 30 años, libre de la cárcel, tomó el puesto de gerente-administrador de una mina de wolframio – mineral estratégico durante la segunda guerra mundial – e hizo crecer las faenas de 50 trabajadores a 1.200 en 3 años. El capitán del barco “Arizmendi” había tenido buen ojo para llevarse a la mina de Barruecopardo a quien había sido el chico “avispado” que servía a la mesa de los oficiales.
Haber conocido a Iñaki, entre 1987 y 1996 – año este último el de su muerte - ha sido uno de los grandes privilegios que me ha otorgado la vida. Y de él recibí tales lecciones de “mundología” – como él gustaba decir -, que tuve que recapacitar sobre la percepción latinoamericana que yo tenía de los empresarios. Y esto, aclarando que jamás mi amigo ni siquiera tocó el tema. Simplemente lo vi trabajar, incansablemente. Cuando le conocí, este “hombre de empresa” había triunfado, sucumbido y vuelto a triunfar muchas veces. Pero por primera vez conocía de cerca un hombre que al igual que un artista gozaba creando fuentes de trabajo o asegurando las ya conseguidas.
Por primera vez conocía a un empresario que prefería perder dinero antes de despedir a personas que le habían ayudado a hacer su fortuna y que necesitaban el trabajo. Por primera vez conocí a un hombre de negocios que gozaba con el proceso de un negocio más que con el triunfante resultado final. Además Iñaki lo daba todo por su familia. Finalmente, conocí a un vasco, así de sencillo.
¡Qué distinta realidad la de este empresario vasco, con otros empresarios también de apellido vasco que emigraron a América Latina – la gran mayoría se hicieron empresarios allí - en busca de mejor vida, quienes se “latinoamericanizaron” tanto que alguien – generalizando, obviamente - les ha puesto el mote de chupasangres! Aquí en Europa en 60 años, empresarios seguramente como Iñaki, junto a los trabajadores vascos, de cocinar cáscaras de patatas, levantaron este país para envidia del resto de las comunidades españolas, excepción hecha de los catalanes. Las relaciones capital-trabajo aquí no son perfectas – ¡conocemos el capitalismo hace ya más de 500 años! - ni Bizkaia es el paraíso, pero aquí no se viven las odiosas diferencias sociales del subdesarrollo latinoamericano, en donde contando con mayores riquezas naturales, luego de casi 200 años de independencia la distancia entre ricos y pobres no ha cesado de aumentar. Es el estigma que nos avergüenza y nos disminuye ante la mirada europea.
En los círculos de poder de Latinoamérica un empresario como Iñaki habría sido tildado de marxista, anarquista, cuarta columna, de apóstata, y hoy día, tal vez de terrorista [como ha habido casos]. Y no porque mi amigo fuese un empresario revolucionario [sic], sino simplemente porque cada vez que sacando las cuentas, percibía que era posible pagar a sus empleados más que lo que la ley indicaba, lo hacía. ¡Y haciendo eso, él no dejaba de percibir ganancias sustanciosas! De manera que sin que hiciera jamás un discurso, su acción me corroboró que efectivamente otro mundo mejor es posible, cuando de verdad existe la voluntad política.Recorrer Itxas Begira – una de las casas de Iñaki - o habitarla es vivir una novela.
Una novela en la cual la ausencia de sus personajes principales Iñaki y su amada esposa Miren, me hace recordar aquella otra de Daphne Du Maurier “Rebeca”, en la cual la protagonista, estando ausente consigue su presencia inmanente durante toda la obra. Porque además Iñaki es un personaje inolvidable. Quienes le conocieron, hijos, parientes, amistades, no sólo recuerdan su generosidad de antología, sino sobre todo su carácter jovial, su voluntad tan perseverante y llena de optimismo, incluso en noches cuando por su frente corrieron gotas de sudor y lágrimas de sus ojos porque no sabía cómo pagaría la nómina de sus trabajadores el día viernes.
Tengo una deuda con Iñaki: publicar sus Memorias [1912-1996]. Siempre le dije en vida que sus memorias superaban con creces el género porque en realidad son una autobiografía novelada tan llena de aventuras, de historia económica y política, sin proponérselo; de descripciones tan acertadas de personajes, de puertos tan dispares como Liverpool y Buenos Aires; de sabiduría y lecciones de “mundología”, que, en fin, sus memorias no desmerecerían ante autores clásicos como Gorki o cualquiera de los grandes escritores.
Desde la terraza de Itxas Begira miro en este momento el paisaje hacia mi derecha, al fondo, en donde una cadena de montes que juega infinitamente con los matices de verde termina en el gran peñón de Ogoño sobre el mar, y hacia la izquierda, enfrente de ese gran acantilado, la isla de Ízaro, roca tendida cual un gran lagarto que sugiere un vértice casi perfecto con Ogoño. Más adelante y al costado derecho, en la boca misma de la Ría de Mundaka, como en un primer plano, está la antigua ermita de Santa Catalina que le presta un aire romántico al paisaje, y finalmente allá atrás, más lejos, sobre la cúspide misma de un alto monte tan cerrado de vegetación que recuerda un brócoli, se divisa difusamente la ermita de San Pedro de Atxerre.
Ante esa visión imagino a un chaval, Iñaki, sentado sobre la ladera opuesta a espaldas de Itxas Begira, en el caserío de Berastegui en 1914, viendo a su padre podar el huerto del señor, allá, más abajo, en donde yo estoy ahora:-Cuando sea mayor, en ese huerto construiré una casa para mis padres.Intentando un ejercicio actoral pretendo mirar este paisaje con los ojos infantiles de Iñaki, y aunque debo borrar varios edificios que cuelgan en los montes de allá lejos, enfrente, no me es posible lograr el efecto porque aquí más cerca a unos 500 metros, ya no son botes de pescadores los que pasan por esta especie de bahía, sino raudas y numerosas lanchas y algunos pequeños yates que aún conservan cierta sobriedad bizkaina.
Fracasado el ejercicio me remito a sus memorias escritas [hasta el momento soy el único que ha leído sus 1.200 páginas], y vuelvo a la noble villa de Mundaka, existente ya en el S. XI, rememorando la burra en que se repartía la leche, o al canónigo de cierto pueblito aragonés, amigo de mi amigo, que contaba seriamente que un águila le había enganchado con sus garras dándole un paseo por el pueblo, y en fin, tantas páginas del mejor costumbrismo literario; rememoro a Iñaki que con 8 años bajaba el monte cargando un canasto de verduras para negociarlo en la Feria de Bermeo:-“Ia Iñakitxu, zembat parru honengatik?” [A ver, Iñakitxu, qué precio me vas a cobrar por esos puerros].-“Plazako anenak andrea, eta zuretzat hoberenak!” [El mejor de la plaza, señora, y para usted los mejores]...
Nada, que es imposible dar cuenta de la querida imagen de Iñaki Zabala Aierbe en una crónica. Es imposible aprehender la calidad humana de quien fue testigo infantil de la primera guerra mundial y participante activo en la segunda. No es fácil hablar de quien hubo de buscar desesperadamente a sus padres por el monte, entremedio del gentío y sus ganados, arrancando del trágico bombardeo de Gernika, él mismo, testigo presencial de tan horrendo crimen. Es difícil hablar de Iñaki, quien - condenado a muerte - dejó en la cárcel de Cartagena varias partidas de ajedrez inconclusas porque sus contrincantes eran llamados primero que él al paredón de fusilamiento.
¿Pero pueden creer ustedes que este hombre fue salvado de la pena de muerte, en gran parte porque a la amante del Alcaide le gustaban mucho las comidas que en la cárcel aprendió a preparar Iñaki [Iñakitxu], de las cuales se beneficiaba la pícara concubina?
Desde el fondo de mis sentimientos una voz me dice que mientras exista el peñón de Ogoño e Ízaro, miraré por los ojos de Iñaki, e intentaré ver a través de sus sueños, porque seguramente alentará con su optimismo los míos.
Desde el fondo de mis sentimientos una voz me dice que mientras exista el peñón de Ogoño e Ízaro, miraré por los ojos de Iñaki, e intentaré ver a través de sus sueños, porque seguramente alentará con su optimismo los míos.
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