jueves, 12 de junio de 2008

Oh, les artistes!





Los artistas, a través de la historia de la humanidad, instrumentalizados por alguna ideología o acción política siempre han rendido beneficios como polos de atracción. Pero para los fines mencionados sin duda rinden mayores frutos los artistas muertos ya que es más fácil manipular su creación. Porque en vida, un artista de notoriedad siempre es un bicho potencialmente peligroso para la normativa, para el Poder. ¿Por qué?

Muchos estetas, filósofos etc., lo han intentado explicar latamente. En resumen, yo estoy de acuerdo con quienes piensan que quizás la naturaleza de la creación artística es intrínsecamente libertaria, no se atiene a las normas del contexto histórico determinado ni siquiera a la conciencia del individuo-artista. La creación artística se generaría en una zona inexplicable aún del hombre y se comunicaría con la zona también inexplicable de su interlocutor. Existen métodos, sin embargo, que supuestamente facilitan el salto creativo, pero no hay método capaz de garantizarnos su significación. Al parecer entonces es la naturaleza del trabajo artístico la que tal vez desarrollaría o agudizaría la intuición del artista provocando en él muchas veces el fenómeno denominado premonición.

A mi juicio dicho fenómeno, por ejemplo, se acaba de provocar aquí en Montréal, Provincia del Québec. Y lo traigo a colación porque sin duda el fenómeno ocurrido aquí estimula una serie de reflexiones culturales que trascienden la realidad “québécoise”. Permítanme entonces hacer un brevísimo y grueso resumen histórico: Como ustedes saben en Canadá – además de los pueblos autóctonos - coexisten dos pueblos derivados de la Conquista francesa e inglesa en el S. XVI. Y digo coexisten porque en la provincia del Québec –mayoritariamente francófona desde la Conquista- los colonos defendieron su identidad francesa, en nombre del Rey de Francia, y luego como “criollos” también su identidad como tales. Esa lucha y defensa ha pasado por períodos de dura confrontación política y militar entre francófonos y anglófonos, lucha militar en la cual los colonos franceses primero y luego los “québécois”, fueron derrotados por los ingleses y los descendientes de éstos.


Pero la derrota militar no siempre implica derrota de la identidad de un pueblo cuando ésta se ha forjado con sangre, sudor y lágrimas (y si no que lo digan los pueblos autóctonos de este continente).
Así, actualmente en esta provincia del Québec existen fuerzas políticas que desde hace rato aspiran, unas, a convertir dicha provincia en un país soberano aceptando negociar un nivel de asociación con el resto de Canadá, y otra tendencia más radical, independentista. Esa aspiración – aventajada quizás por la tendencia “souverainiste”- se expresa en el campo político. Pero se expresa de un modo tal que a la sensibilidad de dos connotados artistas e intelectuales del Québec, Michel Tremblay y Robert Lepage (considerados “pure laine”, al decir québécois), les parece hoy una aspiración desvirtuada. Michel Tremblay ha expresado “que ya no es capaz de identificarse con un proyecto (souverainiste) en el cual la principal justificación ha terminando siendo la económica”. Y advirtió : « la société québécoise est ainsi en train de perdre son âme ».


Por su parte, Robert Lepage ha dicho: “Yo necesito que me vuelvan a hacer creer. La idea soberanista no la encarna nadie hoy día (« n'est plus une idée incarnée par personne aujourd'hui »). Pero además, Lepage, agregó algo que quizás refleje el proceso que supuestamente se desarrolla en un número significativo de québécois. Dijo Lepage: « Cuando estoy aquí en el Québec, lo mismo que en Ottawa, no me siento canadiense, en absoluto. Dentro de mí habitan dos soledades. Dos países.

Pero cuando viajo al extranjero, no sé qué me pasa, tengo la impresión que Canadá es una realidad de la cual yo formo parte”. Sin duda ambos artistas e intelectuales han aludido a un sentimiento más que a una idea. Y en eso justamente consiste la trascendencia de lo expresado. Pienso que así también lo han comprendido los líderes políticos del Québec, representantes de las bancadas soberanistas e independentistas, quienes emitieron rápidamente sendas declaraciones, unos más comprensivos, otros más inquisidores. También entraron a la polémica otros artistas e intelectuales con similares posiciones. Como quiera que sea, Tremblay y Lepage dieron la voz de alarma: la lucha política por la soberanía y/o independencia estaría perdiendo su fin último y fundacional que en realidad está más allá de la razón política y económica: el mito de la identidad. Mito que no sólo se debe expresar de acuerdo al Derecho, sino sobre todo como una Necesidad Interior, necesidad de ser.

No ha sido ni es fácil preservar y desarrollar la identidad quebecuá, siendo este pueblo históricamente minoría nacional a nivel de Estado. No es fácil por otra parte porque ellos mismos, los quebecuás, han confinado en Reservas a los pueblos autóctonos del Québec perdiendo un aliado en igualdad de condiciones. Y tampoco es fácil preservar la identidad – ni siquiera su lengua, el francés- en medio de la afluencia sistemática de inmigrantes de las más diversas culturas, necesarios para el desarrollo económico del Québec. Michel Tremblay vive actualmente en Florida, y Robert Lepage viaja al exterior continuamente. Sin embargo ambos durante años han estado escarbando artísticamente y con éxito en el alma de este pueblo, ésa que Tremblay teme que se esté perdiendo. Y esos temores son compartidos por muchos que sienten que efectivamente los dirigentes políticos quebecuás tienen cuando menos una visión estática de la cultura, acentuando efectivamente la cuestión económica por sobre las razones fundacionales del movimiento político soberanista y/o independentista. Razones que comparadas con las leyes de la economía, de la política, de la administración, son efectivamente difuminadas, imposibles de meter bajo la lupa del microscopio: las razones del sentir.

El arte y la cultura tienen algo similar y es que ambas se expresan en última instancia en una manera peculiar de sentir. De manera que la cultura y la identidad quebecuá, “son âme”, no está consolidada de una vez y para siempre, “se mueve”, como diría Galileo. Igual que su lengua, el francés. Como artista yo también “siento” que al igual que en las otras partes del mundo, en su desarrollo la identidad quebecuá se modifica a sí misma diariamente, porque es un cuerpo vivo que se confronta, lo que era ayer ya no lo es hoy y sin embargo continúa siendo. Se confronta todos los días con la lengua inglesa y su política federalista, con las diversas culturas de la inmigración, con la presencia inmanente de los pueblos autóctonos que exigen reivindicaciones esenciales. De este modo la identidad “québécoise” actualmente no es otra cosa que un proceso de transformación, en lengua francesa, pero un proceso que va imprimiendo en todos los que habitamos esta provincia una manera peculiar de sentir. Sin duda que el “affaire Tremblay-Lepage” ha repicado la campana de alarma: hay demasiados indicios de que el alma quebecuá se ha adormecido moviéndose de manera somnolienta. No obstante la contraparte – la política federalista - también se mueve y con mucha vitalidad. Política que ha logrado triunfos muy importantes, entre otros eliminar el carácter de “pueblos fundadores” que compartían el Québec y Canadá, dejando desde hace años al primero como una provincia más del Estado. Campana de alarma que estos artistas han repicado oportunamente a mi juicio, y a la que se suman hoy intelectuales, historiadores, etc., a propósito de un proyecto de reforma del programa de historia para los estudiantes de secundaria, emanado del Ministerio de Educación.

Una historia que intenta eludir las duras confrontaciones históricas que tuvieron los colonos ingleses contra los franceses. Como dice irónicamente una destacada periodista “québécoise”, Denise Bombardier, el mencionado proyecto intentaría: “Meter la historia en una lavadora, jabón, presionar ON, y zas, milagro: una historia limpia, virgen y casta, tal cual somos los hombres”. En fin, los políticos que criticaron duramente las dudas de los artistas Tremblay y Lepage, habrán pensado ahora a la luz de varias acciones políticas y culturales federalistas, posteriores a las declaraciones de estos creadores, que al menos la contraparte no está dormida. Al mismo tiempo los líderes “québécois” deberán pensar antes de efectuar un próximo referéndum que sin estimular el “deseo de ser” no habrá real soberanía ni independencia sólida. Tampoco la habrá sin readecuar radicalmente un acuerdo de igual a igual con los pueblos autóctonos, y finalmente si no se sabe compartir con los inmigrantes el proceso de desarrollo de la identidad “québécoise”. Nadie puede negar que los habitantes de esta provincia del Québec gozamos de una sólida democracia, perfectible, sin duda. Gozamos también de una economía que permite una calidad de vida, incluso superior a nuestros vecinos inmediatos del sur, perfectible también, cómo no.

Sin embargo con una distribución del ingreso muy superior a la que se estila en nuestros países latinoamericanos. Pero todo eso son niveles de vida que se viven también en el resto de las provincias de Canadá. De tal manera que al Québec le corresponde sobre todo preservar “son âme”, ésa a la que alude Michel Trembay, y compartirla para enriquecerla. Una acción política decidida, responsable, gana más adeptos que una actitud elusiva.

Al respecto, rescato una frase de Pierre Bourgault, fallecido hace pocos años, quien fue uno de los líderes más consecuentes en la lucha política de los Québécois: “Nosotros la lograremos (la independencia) cuando una mayoría de Québécois responda SÍ a la pregunta pura y simple: VOULEZ-VOUS QUE LE QUÉBEC DEVIENNE UN PAYS SOUVERAIN ? Todo el resto es solamente estrategia y no expresa otra cosa que el temor de llegar hasta el final”, (12 de mayo de 1997).
Y a propósito, ¿cómo andamos por casa?


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