Cada vez que recibo un número de la
Revista Quinchamalí siento el perfume de mi ciudad natal, Chillán.
“Quinchamalí”, es una revista que
sorprende por la calidad de su impresión, su contenido, su diseño y aportes
gráficos.
Editada por el Taller de Cultura Regional
de la Universidad del Bío-Bío (UBB), la Ilustre Municipalidad de Chillán y el
Instituto O´Higginiano de Ñuble, “Quinchamalí” es dirigida por Alejandro
Witker, Lucía Rojas Plass como editora y Rodrigo Rojas S., como encargado del
Diseño.
Un logro editorial que dignifica mi
ciudad natal. Y aún más, este número 12 que ha llegado a mis manos trae un
destacado homenaje a la escritora nacional y chillaneja, Marta Brunet (1897-1967).
De quien, como escritora, no tengo nada que agregar sobre los merecidos elogios
de la crítica especializada, nacional e internacional.
Sólo debo declarar, aunque tarde, que si
hubiese sido contemporáneo de Marta Brunet me habría declarado su rendido enamorado
sin salvación, excepto si me hubiera dado el “sí”.
Mi primer maestro de teatro, también
chillanejo, me contactó con la escritora mientras yo estudiaba en la Esc. de
Teatro de la U. de Chile entre los años 55-58.
Marta Brunet, era invitada constantemente
para dar conferencias y charlas literarias en diversos organismos santiaguinos.
Su vista en esos años, sufría un severo deterioro. Necesitaba alguien que le
ayudara a ilustrar sus charlas con breves lecturas literarias. Esa sería mi
labor.
Me invitaba a su apartamento, si no
recuerdo mal, sito en el “barrio cívico” de aquellos años. Allí, Marta me
señalaba la selección de lecturas que había dispuesto para la próxima charla.
No recuerdo haber conocido otra mujer con
tal fineza y delicado trato. Era como estar junto a un perfume, así era su
adorable y exquisita levedad.
Yo, con 17-18 años, un simple estudiante
de teatro y bastante rústico, me sentía honradísimo de compartir esos momentos
con aquella mujer intelectual tan prestigiosa.
Con anterioridad, en Chillán, yo había
sido lector de varios de sus cuentos y alguna de sus novelas, de manera que me
era fácil adecuar la lectura a su delicado estilo. Constituimos un buen dúo de
chillanejos. Ella, me presentaba con mucho orgullo en las charlas, destacando
mi origen coterráneo.
Y señores, para un alumno que en esos
años recogía colillas en las calles para fumar, recibía además una paga de
Marta Brunet por aquellas lecturas. De manera que varias cajetillas y pan negro
con leche, Víctor Jara y yo, se la agradecemos a mi amor imposible…