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A propósito de un video que subió Begoña
sobre un grupo de actores ingleses haciendo recuerdos del Old Vic, del cual ellos
son miembros fundadores, le comenté a Bego que desgraciadamente en Chile, en
general, no cuidamos nuestra tradición teatral.
Nuestra memoria chilena es corta no
solamente en casos luctuosos y trágicos. Yo diría que por una especie de
“sicología sísmica”, nuestro gesto cultural no tiende al rescate crítico de
nuestros sedimentos. Antes por el contrario – borrón y cuenta nueva - nuestra
actitud es suficientemente ególatra como para pensar, y en definitiva sentir,
que la “historia comienza con nosotros”.
En economía, en política, en producción
de bienes de servicio, en arte, etc., la historia en Chile “comienza conmigo”. Es
una actitud que pareciera ser mayoritaria, aunque inconscientemente.
De los pioneros de nuestro Teatro
Nacional, fines del S. XIX, comienzos del XX, no nos queda otro nombre - menos
mal, el nombre -, que el de Pedro Sienna. Y eso, gracias a un film del cine mudo que él mismo dirigiera, El Húsar de la Muerte. Solamente algunos especialistas recuerdan de vez en
cuando que Sienna, además, y quizás sobre todo, fue un poeta, dramaturgo, periodista, crítico de arte, actor y director
de teatro, y productor.
Sin embargo, el mayor aporte cultural de
Pedro Sienna, es que él fue uno de los pioneros de nuestro teatro vernáculo.
Podríamos decir que a comienzos del S. XX, Adolfo Urzúa Rozas, Pedro Sienna,
Enrique Báguena, Arturo Bührle, Armando Mook, Elena Puelma, Elsa Alarcón, entre
otros varios, fueron los « pirquineros del Teatro Nacional Chileno ».
Pirquineros culturales. Los restos dejados por el teatro español y europeo,
comenzaron a ser reelaborados por un entusiasta y bohemio grupo de « cómicos »
chilenos.
Pero en Chile, no solamente no volvemos la
mirada a nuestro teatro de los comienzos del siglo XX (el Teatro de la
Universidad Católica – TEUC - le hizo un valiente empeño en la década del 60),
sino simplemente ignoramos todo lo que vaya más atrás de la década del 80.
Tengo la impresión que en todas las
disciplinas artísticas y del pensamiento chilenos la situación es similar.
Es cierto que literalmente pertenecemos al
Nuevo Mundo según los europeos, quienes desconocieron olímpicamente al Viejo
Mundo cultural que ellos invadieron.
Consecuente con esa actitud del
Conquistador, Chile – « asentamiento de inmigrantes » como el resto
de hispano parlantes - ha ignorado siempre a los habitantes originarios de de
los lugares ocupados por la fuerza de las armas.
Quizás México, Guatemala y Bolivia son los
asentamientos de inmigrantes que por razones porcentuales con los pueblos
originarios han sido permeados por las culturas allí existentes. Produciendo sin
embargo muchas veces frutos híbridos aberrantes, cuando ha predominado el
espíritu del Conquistador.
Skakespeare, el paradigma de la poesía y
dramaturgia inglesa, emergió luego de unos 500 años, hasta que su Reino que había
emergido, diluido y vuelto a nacer muchas veces, logró asentarse. Dicho esto, sin que se desconozcan sus sedimentos originarios y complejos, desarrollados
prácticamente desde la extinción del Imperio Romano.
Nosotros en Chile, de manera absurda, insistimos
en que nuestro nacimiento cultural como país surgió en 1810. Borrando con ello de
una plumada la continuidad caracterológica chilena iniciada con la Conquista,
tres siglos antes.
Tal vez esa recóndita herencia reducionista,
racista y clasista – que forma parte de nuestro « gesto cultural » - sea la
que impide nuestro respeto y nuestro rescate crítico-histórico de las culturas
en que fuimos desembarcados, culturas pre-existentes en el norte, centro y sur de nuestro
« largo pétalo de mar y vino y nieve ».
Herencia de la cual no terminamos de
desembarazarnos hoy día, expresándose en el desinterés generalizado por
quienes nos han antecedido en las diversas actividades culturales y artísticas.
De esta manera, hemos seguido y seguiremos
siendo, en general, una cultura racista
y clasista – y ególatra - que solamente sabe vivir el presente.
Continuaremos de este modo, manteniendo
nuestro gesto cultural que acepta que a ciertos sectores sociales les
corresponde su rol dominante – ni más ni menos que como antiguamente aceptamos
la dominación de los sectores más cercanos a la Monarquía conquistadora -,
dejándonos permear ayer y hoy por sus actitudes corruptas y demagógicas.
En la historia de nuestro
« asentamiento chileno», sin duda en el terreno social hay muchas
cosas a no olvidar.
Pero entre ellas, quizás la más trascendente,
es no olvidar lo que hemos hecho y lo que hemos admitido en nosotros mismos y
con los pueblos originarios.
Tal vez, desde una actitud de rescate
crítico y autocrítico, nazca en nosotros la voluntad férrea de corregir nuestro
gesto cultural adquirido acríticamente desde la Conquista misma.