viernes, 29 de diciembre de 2023

REGRESIÓN OTOÑAL



de Nelson  


Felizmente, nuestro cerebro, entre otras cualidades, posee la capacidad del subterfugio. Cuando ciertos hechos evidencian la brutalidad a la que podemos llegar los seres humanos, y no podemos impedirlo, nuestro cerebro hace funcionar el mecanismo del subterfugio.
A mí, dicho mecanismo, hoy me ha hecho girar la cara al estilo del “El Exorcista”, aunque sin estar “endomoniado”.
Y mi escape, ha sido a partir de una hermosa hoja de otoño que recogí en mis paseos en un jardín del barrio. Sucedió que, admirando la perfección de sus degradados colores y sus finas terminaciones, me encontré inmerso en un monólogo pidiéndole perdón a la hoja por haberla apartado de entre las suyas, en una preciosa alfombra de hojas otoñales que cubrían el césped vecino. Sí, le pedí perdón, prometiéndole que no la disecaría bajo el cristal de mi escritorio, sino que la depositaría sobre el césped de mi jardín, en la esperanza que la Naturaleza la refundara en ella misma...
Pero no bastándole a mi cerebro esa escapatoria, el subterfugio me hizo retroceder, como en un zoom violento, a mis 6 o 7 años, cuando al salir de mi escuela, solía coger una piedrecilla, y al tiempo que caminaba, la “chuteaba” suavemente acompañándome así hasta casa. Al llegar a la puerta de mi hogar, comenzaba el conflicto: ¿era injusto que dejara allí, a la piedrecilla, como un deshecho? Me había acompañado fielmente todo el camino. Y ahora, como un desalmado, ¿la dejaría botada allí, a merced de cualquier transeúnte que ignoraría su fidelidad para conmigo...?
Muchas piedrecillas me acompañaron por días junto a mi cama, escondida a los ojos de mis familiares, piedrecillas nunca olvidadas...
Continuarán las brutalidades allá en el exterior, pero la conciencia de mi corazón descansará por hoy resguardada en el subterfugio de una regresión otoñal...