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de la red |
Todos sabemos que el fanatismo es capaz de desvirtuar y destruir los mejores propósitos humanos. Y en deportes como el fútbol hemos conocido verdaderas tragedias.
Sin embargo, el fanatismo también deriva en “autoflagelamiento”, en obsesión. En mi juventud, tuve un amigo en Chile, para quien buena parte de su vida dependía del triunfo o derrota de su equipo favorito en la competencia nacional. Así lo conocí, y así lo aceptaba yo y otros amigos. Rulo, era un eficiente empleado en una conocida Notaría de aquellos años. Casado, con una mujer “de buen ver”, matrimonio con una preciosa pareja de niños, ella de 6 años y él de 9. Rulo era un buen padre, además simpático y generoso con sus amistades. Este amigo, era además, hincha de un equipo de fútbol, varias veces campeón nacional.
Cada vez que su equipo ganaba – partidos semanales - Rulo, echaba la puerta por la ventana. Pero si perdía, mi amigo caía, literalmente, a la cama. Ese fin de semana no se contaba con él.
En los primeros tiempos la reacción de Rulo nos pareció exagerada, y similar a un chiste, pero cuando la derrota de su equipo lo postró en cama durante una semana, se encendieron las alarmas. Su mujer acudió a quienes éramos sus amigos más íntimos, y allí estuvimos, para consolarlo. Perdía el apetito, parecía no escuchar. Miraba al vacío. La angustia de Rulo comenzó a adueñarse de su voluntad. El próximo fin de semana, ocasión del próximo partido, se convirtió para Rulo en una ansiedad tan aguda que comenzó a afectar su matrimonio, su trabajo y su salud.
Cuento corto, porque es una historia larga, triste y llena de detalles, los familiares de Rulo, tomaron la grave decisión de internarlo en el Instituto Siquiátrico de Santiago.