Sabemos que muchas profesiones, en la actualidad, otorgan prestigio. Sin embargo, esas mismas, en el pasado, sufrieron el recelo social, y aún, persecución y muerte.
Los actores, también contamos con la desconfianza social durante siglos, aunque, sin duda, fueron las actrices quienes se llevaron la peor parte: las mujeres, aunque en la antigüedad fueron “sacerdotisas” – algunos señalan esas ceremonias como los inicios teatrales -, contradictoriamente, fueron marginadas del espectáculo teatral durante siglos. Más aún, en algunas regiones les estaba prohibido asistir a los espectáculos públicos.
Y cómo no, si hasta Aristóteles se permitió denostar al sexo femenino de una manera brutal. En fin, volviendo al teatro: ¿nos podemos imaginar hoy, asistir a una representación de Medea, famosa tragedia de Eurípides, en que el rol protagónico justamente de Medea, fuera actuado por un hombre? (Lo aceptaría como un experimento esnob, intrascendente). Pero la cosa no termina con el teatro griego clásico: ¿artísticamente, nos gustaría hoy, que Romeo y Julieta, el maravilloso personaje de Julieta fuera representado por un hombre? Shakeapeare no sólo lo aceptó, y el “rechazo artístico” que a mí me provoca, supongo que a él le resultó normal, era el patrón cultural de su época. William Shakespeare nunca vio sus personajes femeninos representados por una actriz. Y las primeras que lo hicieron a posteriori, primero, fueron calificadas de “putas”.