viernes, 29 de mayo de 2015

EL CAMINO MÁS CORTO

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QUINO


Qué diferencia abismal existe entre el volumen de información que manejan hoy mis contemporáneos y yo, al volumen manejado por mi padre, para no ir más lejos.

Recuerdo a mi padre sentado en el portal de la casa que daba al jardín, leyendo el Diario La Discusión de Chillán, los días domingo. También era radio La Discusión, el medio masivo de comunicación para los chillanejos. Y tiempo después, como gran adelanto, lográbamos escuchar alguna emisora de Santiago, sufriendo el “chicharreo” de onda corta, audición que efectivamente nos llegaba en intermitentes “ondas”.

¿Como todo tiempo pasado, aquél era mejor? En absoluto. Esa idea no es más que una simple idealización consoladora.

Mi padre, un honrado trabajador (paramédico en Ferrocarriles del Estado), con la poca información que manejaba era suficiente para que se indignara. Quiero decir, ayer como hoy, los hombres elegidos para gobernar, los industriales (no recuerdo la palabra “empresario”) nacionales e internacionales, en fin, todos aquellos que debido a sus cargos públicos tenían una responsabilidad pública, se olvidaban constantemente de esta última calidad.

Todos esos señores, desde el edil del municipio chillanejo, hasta el señor Truman de los EEUU, eran motivo de la indignación de mi padre, debido a las acciones “irresponsables”  de muchos de ellos.  

¿Qué podían tener en común esos señores públicos, con un hombre que se levantaba a las 5 y media de la mañana (invierno o verano), y montado en su bicicleta partía a poner inyecciones a domicilio a los enfermos en tratamiento?

¿Mi padre era el único hombre o mujer honesto de ayer, de hoy, y mañana? La respuesta es obvia. Tanto la honestidad como la indignación es una constante en la historia universal. Y sin embargo - he ahí una paradoja -, esos valores han corrido en líneas paralelas con el abuso de poder, la corrupción y el engaño de los inocentes. Se podría decir que entre ambas, al parecer, existe una simbiosis… ¿Indestructible?

Estas líneas paralelas, en la historia han chocado muchas veces – y siguen chocando actualmente a diario – con luctuosos resultados generalmente.

La cuestión inquietante hoy día, incentivada por el volumen de información recibida a diario que suele bajar del “pedestal de las estatuas” a moros y cristianos, es la duda que nos invade a muchos: ¿cuál de las dos líneas ha crecido más en el tiempo; cuál de las dos se ha hecho más sólida; cuál de las dos ha contagiado más a la otra. Y sobre todo, ¿la simbiosis aludida, es intrínseca a nuestra especie?

Tal vez hoy más que nunca el combate debería comenzar por nosotros mismos. ¡Ojo con la primera piedra!

Recuerdo el texto de un film en el cual trabajé como actor. En medio de una batalla mi personaje, un dictador latinoamericano, le ordenaba algo así a su comandante:

-General, no gastemos más pólvora. ¡Mándele a ese cabrón un cañonazo de 100.000 dólares y terminamos con esta guerra!

¿El afán de obtener el poder-dinero, por el camino más corto, terminará por corrompernos a todos?




sábado, 16 de mayo de 2015

MI ESCUELA PRIMARIA



………………
los campesinos van
ya va vistiendo de oro
su fronda, el castañal
Madre mía, ay di,
por qué tus ojos, madre,
por qué quieren llorar

Desgraciadamente solamente recuerdo esos versos... Sin embargo me queda en la memoria su triste melodía. También he olvidado quién nos enseñó esa canción… La cantábamos en coro. Seguro que no fue nuestro profesor, don Gerardo González. Es probable que haya sido algún “normalista”, mientras hacía su práctica con nuestro curso.

Yo estudié mi “primaria” entre 1943-49, en la Escuela de Aplicación, anexa a la Escuela Normal de Chillán. En esos años ambas escuelas, la primaria y la de los “normalistas”, estaban situadas justo en el vértice de la Avenida Collín con la Avenida Brasil. En la Escuela Normal – fundada a fines del S. XIX - estudiaban los futuros profesores para primaria.

Mi escuela, un pabellón de madera de una sola planta - típica construcción pública post terremoto del 39 -, me parecía amplia y práctica. Junto con los pabellones de la Escuela Normal, ocupábamos un amplio terreno. Un terreno que antes fue un “fundo” que mi ingrata memoria ha olvidado su nombre.

En los años de mi infancia, la parte nuclear de Chillán, mi ciudad natal, se componía de un cuadrado perfecto: 12 cuadras de Este a Oeste, y 12 cuadras de Sur a Norte. Fuera de este cuadrado estaban lo que se denominaba popularmente como “las Poblaciones”. Seríamos en aquel entonces entre el Cuadrado y las Poblaciones, tal vez unos ¿30.000 habitantes…?

Me resulta tentador seguir recordando el  Chillán de mi infancia, pero esta vez quiero limitarme a mi Escuela.

Mi profesor, don Gerardo González, era militante del Partido Radical, el de aquellos tiempos. Un hombre que supo inquietar nuestro espíritu infantil, guiándonos hasta el umbral de nuestra adolescencia. No tuve el placer de saludarlo años más tarde para agradecerle esa semilla cultural panorámica que él sembró en mí, semilla que facilitó tempranamente la revelación de mi vocación artística.

Del mismo modo, agradezco haber recibido periódicamente la visita de los “normalistas”, quienes aportaban a sus clases de práctica, cuadros sinópticos; ilustraciones varias; paseos al fundo; maquetas de ciudades, ríos, montañas, en fin, múltiples “motivaciones” para cautivar nuestro interés sobre la materia que exponía.

Invadido por estos recuerdos, me doy cuenta ahora que mi interés por los estudios dio un salto: desde la Escuela primaria a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile.  El intermedio, me resulta hoy un paisaje gris y burocrático, a la excepción de un par de profesores.

En mi Escuela de Aplicación teníamos todos los días “Inauguración de Clases”, que consistía en un pequeño acto artístico con la participación de diversos alumnos que recitaban un poema; otro cantaba; leían una composición; a veces un pequeño coro; el más hábil mostraba algún trabajo manual, etc. La Inauguración ocupaba unos 15 minutos, luego de lo cual nos íbamos a nuestras salas de clase. Parece que estuviera viendo esa querida Escuela con su pasillo largo y sus salas laterales, desde el primer grado hasta el sexto.

Aprendí a leer con el libro ”OJO”: ¿la O con la J? OJ. ¿La J con la O? JO… ¿Entonces…? O…J…O ¡OJO! 

Un día, tuvimos una emoción suprema: visitó la Escuela Normal - y a nosotros por añadidura -, Ramón Vinay, nuestra gloria internacional de la ópera: chillanejo y ex estudiante de la Esc. Normal. Me pareció un hombre de tamaño enorme, con unas espaldas descomunales de anchas. ¿En qué… año?

Pero en fin, veo que estos recuerdos se han ido extendiendo. Y esta vez no ha sido otra mi intención inicial que testimoniar mi cariñoso recuerdo de mi “primaria” y de mis compañeros de clase quienes vienen a mi memoria de manera confusa. Por lo mismo, sólo recuerdo algunos de sus apellidos que no tienen relación con la intimidad o aprecio, sino con el capricho de la memoria:

Morales; los hermanos Palma (uno de ellos excelente dibujante y el otro muy veloz carrerista); Costa; Alarcón; Gajardo; los hermanos Arias; nuestro líder en el fútbol, de quien no recuerdo su apellido; Urrutia; Valladares… El auxiliar de la Escuela, señor Fuentes…


Las dos o tres Moreras al lado de mi sala de clases… El edificio de la Dirección de la Esc. Normal, único con dos plantas… La Enfermería…Una pequeña viña... El Gimnasio con la cancha de básquetbol… Todo de madera… Amplios patios… Los sauces…, con el pequeño canal… La mina de greda…, allá lejos, en los extramuros del fundo…