de Nelson Villagra |
No puedo dejar de decirte que ahora, estando lejos de ti, se me ha hecho presente más que nunca tu ingratitud, tu temor hacia mí. Temor que me ofende obviamente, porque eres incapaz de sentir mi admiración por ti, incluso mis intenciones protectoras cada vez que te veo contemplando el Lac Saint Louis, allá en la Rivière des Outauais.
Son escasas las oportunidades en que te has quedado quieta mientras yo he pasado por tu lado. Quizá, fue porque algún atardecer te arrobaba con su belleza que ignoraste mi presencia.
En esas oportunidades no me he atrevido a dirigirte la palabra, continuando mi camino. He sentido que estabas abstraída mirando las aguas del río desde las barandas del puente. Al menos, en esas oportunidades tu indiferencia me ha provocado la ilusión que ya no me temías.
Sé muy bien que te extrañará este reclamo público. Aun, es posible que sientas traicionada tu privacidad.
¿Pero sabes cuál es el motivo de mi indiscreción? He llegado hace un par de días a Brighton, Inglaterra (ya sabes, Reino Unido le llaman). Mis familiares viven enfrente de Queens Park, y ayer, cruzando el parque vi que otras igual de hermosas que tú se bañaban en la laguna – el invierno aquí no es tan extremo como en el Québec - mientras sus amigas las observaban divertidas desde el borde de la gran pileta.
Estaban vestidas igual que tú: unas preciosas túnicas blancas cubiertas con unas coquetas capas negro-pizarra. Y pasé cerca de ellas…, a menos de 40 centímetros de distancia…
Te lo tengo que decir, me miraron con coquetería, incluso con una mirada como esperando algo de mí. Ellas, que no me conocen - es decir, quizás me hayan visto durante alguna visita anterior hace un par de años -, que ignoran qué tipo de persona soy… A 40 centímetros de distancia y no se inmutaron. Ya te digo, me miraron de arriba abajo, como sopesándome, quizá incluso comparándome con otros… Me hicieron funcionar las glándulas de la vanidad (¿existirán?). Sentí que les resultaba atractivo…
Sin embargo no pude evitar una especie de tristeza… ¿Por qué? Te lo dije al comenzar ésta, se me hizo más presente tu desconfianza y la de tus amigas hacia mí, allá, sobre el puente de la Rivière des Outauais…
Las conozco a ustedes de vista desde hace ya unos 5 años. No sé ya cuántos atardeceres te he visto a ti y a tus amigas contemplando el río: luz dorada sobre las aguas - como tus ojos -, a veces gris como la melancolía, otras, azul como la esperanza …
Sin embargo, antes de un metro de distancia se retiran del puente impidiéndome siquiera presentarme ante ustedes, decirles quién soy, de dónde vengo, en fin. Seguramente no hablemos la misma lengua, ¿pero es que la admiración y la simpatía han necesitado las palabras para expresarse…?
Pese a mis quejas, no puedo negar cierta nostalgia de tu actitud esquiva, si se quiere un tanto salvaje. Me atrae, tal vez más que las miradas provocativas de éstas tus congéneres de Brighton. De quienes, me han advertido, que son tan atrevidas, desvergonzadas, que volando son capaces de arrebatarte un sandwich de las manos…
Te recuerdo más de lo que imaginas…, outauais…
Tu amante imposible
___________________________________