de Dalí, metamorfosis de Narciso |
Hace ya unos días que estoy como un futbolista, haciendo fintas para esquivar el tema…, el tema de la muerte, de la muerte específica: de las amistades y compañeros de trabajo.
Tal vez mi suegro-amigo tenía razón: no hay que hablar ni de hospitales ni de cementerios. Pero el sentimiento insiste tozudamente: hemos llegado a una edad en que vas pasando por el bosque, desbrozando los matorrales, mientras algunos de tus amigos y/o compañeros van quedando en el camino.
Cuatro creadores artísticos, amigos chilenos, han caído en lo que va del año: Jaime Silva, brillante autor, profesor y director teatral; Andrés Racz, querido amigo cineasta (nunca mejor dicho, malogrado, porque esperábamos de él su plena madurez como creador); Brisolia Herrera, magnífica actriz, con destacados trabajos en lo que hoy es el Teatro Nacional, para luego regresar al grupo teatral que ella ayudó a fundar, el TUC de Concepción (Chile); y recientemente Raúl, Raúl Ruiz, prolífico cineasta que logró ser señalado por los círculos especializados, especialmente de Francia, como un renovador del cine.
Brisolia, actriz y profesora teatral – con más de 60 años de profesión - se desarrolló fundamentalmente en teatro, y precisamente por eso, pasó inadvertida para un gran número de chilenos: el audiovisual se ha impuesto en estos tiempos como el medio masivo de comunicación artística, y a la vez como un medio de popularización de actores y actrices.
Pero quienes tuvimos la oportunidad de trabajar con Brisolia en el TUC de Concepción, y los numerosos espectadores que presenciaron su talento, recibimos emociones inolvidables de parte de ella.
Siempre he pensado y sentido que en el trabajo artístico teatral, todos aprendemos de todos. Y en lo personal, además de su rigurosidad y modestia en el trabajo artístico, aprendí de Brisolia a dar y recibir la amistad y compañerismo con la sencillez de una mano extendida siempre.
Brisolia y Raúl, son amigos y compañeros de los que fui separado por circunstancias involuntarias, y luego por nuestro mutuo desarrollo profesional.
En definitiva, me doy cuenta que los cuatro amigos mencionados, son o fueron amigos de la vieja guardia. De Brisolia, volví a tener noticias suyas indirectamente, a través de otra amiga y compañera de la vieja guardia, quizás después de 40 años, o más. Se dice fácil 40 años. ¡Pero qué de cosas habían pasado cuando vi una foto suya…! Como dije al comienzo, hemos llegado a una edad en que nos vamos quedando en el camino.
De Raúl… En los años 68-70, un grupo de actores instalados en Santiago – quienes coincidentemente habíamos iniciado nuestra vida profesional en el TUC de Concepción, y ya consolidados en el ámbito nacional -, decidimos colaborar con este “cabro gordo, que había escrito unas obras raras, y un proyecto de cine a medio terminar”.
Los actores éramos Delfina Guzmán, Shenda Román, Jaime Vadell, Luis Alarcón y yo. Todo comenzó cuando Raúl nos vio en una puesta en escena de “Tres Tristes Tigres”, una obra teatral de Alejandro Sieveking, una comedia sarcástica que nos estaba sacando de un hoyo económico. Provenientes todos del TUC de Concepción habíamos decidido fundar un grupo teatral, “Teatro El Cabildo”, de corta vida.
La obra teatral estaba teniendo una excelente conexión con los espectadores, de manera que cuando Raúl nos propuso llevarla al cine, supusimos alegremente que nuestro éxito artístico se transformaría en un éxito económico. De ilusiones también se vive…
“OK, por nosotros no hay problema. Hay que hablar con Sieveking”.
Y entonces comenzamos a conocer las “rarezas” de este “gordo”, que al correr de los años sería consagrado por la sofisticada revista francesa “Cahiers du Cinéma”, como un innovador del cine.
Sin embargo, en aquellos años 68, el grupo de actores sólo podíamos tomar con humor la manera estrafalaria en que Raúl planteó el proyecto de producción de “Tres tristes Tigres”, y sobre todo el comportamiento de Raúl dirigiendo: varias escenas en el apartamento de sus padres, llegando al set con hojas sueltas acabadas de tipear, que suponían un guión de diálogos: “Pueden cambiarlos o acomodarlos a su gusto…”.
Todo el rodaje de ese film fue tan responsablemente irresponsable, que se inscribe entre los rodajes más entretenidos de los que tenga memoria. Todo era complicidad entre el equipo, pura y simple complicidad. Todo parecía un chiste, un chiste en serio, pero un chiste. Porque nos reíamos muchísimo aguzando nuestro sentido crítico respecto del comportamiento “chileno”, tan incierto, tan ambivalente…
De tal modo que la “rareza” del cine de Raúl, quizás no tenga otro punto de partida que el medio cultural en el que nació y se crió: todo puede ser y no ser a la vez. Al menos esa era la percepción de él y el grupo de actores que le acompañamos en sus primeros largos en Chile.
Me ha tocado residir en lugares fuera de Chile, en los que el cine de Ruiz no llegaba habitualmente. Sin embargo por lo poco que he visto de sus producciones posteriores, y de acuerdo a otras tantas lecturas críticas sobre su cine, pienso que la “realidad humana” – o la realidad en general - continuó siendo percibida por Raúl como algo subjetivo. Al parecer, el “principio de incertidumbre” se ajustó perfectamente a lo que él intuía, motivado por el comportamiento chileno.
Un lenguaje cinematográfico, derivado de las percepciones anotadas, es difícil que cuente con una recepción unánime. De momento, nuestra condición innata nos hace percibir la realidad como algo objetivo, coherente y evolutivo. Estimulado, además, por hermosas historias tradicionales de dioses encarnados, con psicología, vida pasión y muerte.
Mientras eso no cambie, si es que puede cambiar, Raúl no será un director de éxitos de taquilla, sino un director de culto para un público restringido, como otros cientos de creadores en la historia de las artes.
Para mí, por el momento, lo más importante es que se han quedado en el camino cuatro talentos chilenos, recordados y queridos amigos, uno de los cuales trascendió con creces el ámbito nacional.