Curioso, muy curioso – según he leído – lo que pasa con Isabel Allende, candidata al Premio Nacional de Literatura en Chile.
En algunos círculos literarios e intelectuales chilenos, se han entretenido cruzando espadas en pro y en contra como en los mejores tiempos de los “carrerinos” versus “o´higginistas”, “nerudianos” o “rokianos”, etc., etc.
Habiendo transcurrido más de 17 siglos de su muerte, es un honor para el “profeta de la luz” – Mani –, que en Chile sigamos entreteniéndonos con nuestras actitudes maniqueístas. Lo he dicho otras veces: a los chilenos nos gusta jugar al blanco o negro; nos gustan las películas en donde existe el bueno y el malo.
Que se discuta la calidad de los candidatos a dicho premio es perfectamente lícito, aunque en estricto rigor ha de ser el Jurado, quien dirima el asunto.
Pero lo que llama la atención es la odiosidad que levanta Isabel Allende en ciertos críticos, o a veces entre simples opinantes u “opinólogos” como suele decirse hoy en Chile.
Tan manifiesto es el tono insidioso de ciertas opiniones respecto de nuestra escritora, que pareciera que el éxito ajeno - más aún si aquél es internacional -, en Chile, es un pecado imperdonable. Despierta nuestra “insularidad”, nuestro provincianismo.
Tanta pasión en la polémica a propósito de la candidatura de Isabel Allende, resulta un poco folklórica. Porque intentando utilizar la literatura como pretexto, algunas opiniones no pueden disimular una cierta inquina necia en contra de nuestra escritora.
No conozco personalmente a Isabel Allende. Supe de ella tal vez en la década del 60, cuando escribía en la revista Paula. Perteneció a una generación de mujeres periodistas - cabras inteligentes y “minas güenas” - que se dieron en esa época. Sí, que se dieron, como las buenas manzanas, dulces y jugosas. Y luego descolló como novelista (¡desgraciadamente de éxito!).
Leyendo los dimes y diretes desde la distancia, podría pensarse que de pronto la literatura en Chile desata más pasiones que el fútbol. Asunto que si fuera verdad, significaría tal vez el inicio de un nuevo rumbo cultural para nuestro país.
Aunque también podría pensarse que “si la envidia fuera tiña…”