lunes, 15 de febrero de 2010

LAS ISLAS DE LA HIPÓTESIS

Chile, Archipiélagos


En mi último viaje a los grandes archipiélagos del hemisferio sur, en el Océano Pacífico, aquellos que están comprendidos entre los paralelos 18° y 55° latitud sur y entre los 70° y 75° longitud oeste (valga la aclaración para no confundirlos con Oceanía), tuve la ocasión de llegar hasta las islas más alejadas de dicho archipiélago .


Como ustedes estarán informados, dichos archipiélagos concentran desde hace un tiempo la atención de geólogos, geógrafos, antropólogos, arqueólogos, etc, etc., además de turistas y/o curiosos, debido a que los estudios preliminares no permiten aún establecer con claridad el origen y desarrollo de esas islas que hasta los años 70 del siglo XX se extendían sólo entre los paralelos 55° latitud sur y 45° latitud norte, pero que de la noche a la mañana se extendieron hasta el paralelo 18° latitud norte (pueden ustedes cliquear sobre mapa ‘‘ENCYCLOPÆDIA BRITANNICA, INC., año 2050). Fenómeno que ha dado margen a la mayor cantidad de especulaciones científicas, seudo científicas, esotéricas y de otro tipo. Personalmente - y mientras las observaciones no digan lo contrario - me quedo con la definición que para el caso hiciera alguno de tantos poetas nacionales cuando dijo de aquellos archipiélagos: ‘‘Son las islas de la hipótesis’’. No es la primera vez que el arte llena el vacío de las ciencias.


Bien, mis fieles internautas, excusándome por estas disgresiones, debo advertirles que hoy, no seré yo quien continúe en la pantalla de vuestros monitores - ¡sorpresa, sorpresa! -, sino será justamente un habitante de los Grandes Archipiélagos del Sur.


Sin adelantar juicios ni perturbar vuestro propio entendimiento, dejaré que hable mi entrevistado, respetando su léxico, al mismo tiempo que su cosmovisión, tan típica de aquellas comunidades rústicas del sur. (Quien desee aprehender la idiosincrasia del narrador, busque, ‘‘chilensis hommus’’, tal vez encuentre algo).


Sólo me resta decir, que la entrevista que ustedes conocerán a continuación, fue hecha el 14 del corriente en la isla ‘‘La Cólqueda’’:


P: ¿Podría decirme su nombre?


R: Eleuterio Ramírez del Carmen Troncoso.


P: ¿Y qué edad tiene usted?


R: ... ¿L´edá...? L´edá... No, no mi´acuerdo na...


P: ¿Y en qué trabaja usted don Eleuterio?


R: Gueno, en el campo, aquí en el campo...


P: Sí, ¿pero qué hace?


R: Ah, bueno..., siembro papah...


P: ¿Y qué más?


R: Eso, nomáh.


P: ¿Todo el año?


R: Gueno..., tamién lah cosecho. Aquí se dan muy bien lah papah. Toa eh papita comehtiule. La que no la comimos nohotroh se la comen loh chanchoh...


P: Bien, don Eleuterio... ¿Podría usted relatarme con más detalle lo que nos contó antes de iniciar esta conversación? Es decir, usted me decía que estas islas estuvieron unidas antes, es decir, que aquí no había islas, que todo este archipiélago estaba unido, formando parte del continente americano. ¿Podría contarme cómo es eso?


R: Bueno, sí... Así lo cuentan loh viejoh. Uhted sae que de viejo en viejo lah cosah e van contando... Y así eh... Se dice que antiguamente toa la gente de ehtah islah vivía junta, que éstu´era una sola tierra, y que la gente vivía apegá a unoh cerroh grandeh que quean por ahi pa´allá, por´onde sale el sol. Ahi vivíamoh, eh qué, en loh faldeoh d´esoh cerroh qu´iai había. Y como lah faldah tenían mucha pendiente, pa que lah personah no he cayeran, no he rehbalaran, se puee icir, no cayeran haht´el mar, máh bien dicho, se amarráan a la cintura algah marinah, cochayuyo que le llaman - huiroh tamién -, si´amarraban ehpigah e trigo tamién, o hebrah de cobre, en fin, y con ellah, la gente s´iamarraa a unah ehtacah que clavaan en loh cerroh, y así eh que podían traajar tranquiloh, sin temor a irse guard´abajo. Con el tiempo la gente se acohtumbró a lah amarrah y a naiden le importaba eso. Así eh que comenzaron a amarrar suh casah a esoh cerroh, a suh chiquilloh, suh alimaleh, too.


P: ¿Y vivían de esa manera, colgados de los cerros?


R: Sí, así eh que vivía aquella gente, amarrá a la cordillera, colgando sobre el mar, comiendo carne e huanaco y piñoneh. Cuando venían loh terremotoh, la gente se sacudía, algunoh caían cerro abajo porque se cortaban suh amarrah, y morían reventaos entre lah pieiras, y otroh, rodaan hast´el mar. Sí…, así eh qu´era. Tenía suh contrariedaeh vivir allí. Y cuentan que loh cerroh tamién a veceh, explotaan echando juego y cenizah, arrastrando casah, paireh, hijoh, alimaleh y sembradíoh...


Lo que decían mih agueloh era qu´esa tierra era muy angohta entre el mar y los cerroh, y larga. Así eh que máh que paíh, parecía un camino... Pero dicen que era bonito... Que cuando llegaban visitah di´otro paíh, no se daban na cuenta que loh ataan tamién. Sólo cuand´iban a partir, veidan que ehtaan amarraoh a ese lugar, y entonceh muchoh se quedaan ahi, no querían cortar suh amarrah con aquel lugar...

P: De manera que la gente de estas islas, sería descendiente directa de los habitantes que constituían el país continental que usted dice, ¿no?


R: Sí, sí. Si los viejoh icen la verdá, así mesmo sería. Ahora nohotroh vivimoh ehparramaoh, cad´uno en su´ihla. Pero anteh, vivimoh tooh juntoh, en una mesma nación, se puee icir...


P: Y cómo sucedió eso, según usted don Eleuterio...


R: ¡Gueno, no según yo! Son cosah que cuentan loh viejoh... ¡Digo, máh viejoh que yo!... Pasó, que la gente traajáa di´acuerdo con lah ehtacioneh el año, y sabía contener la rehpiración ante loh peceh, loh pájaroh y lah floreh… Cosah así, ¿no? ... O séase qu´elloh, loh que viveron cuando too ehto era un paíh unío, se sorprendían de suh propiah manoh y pensamientoh, cuando aprendieron a cortar el árbol p´hacerse la ruca. ¡Y pa qué le digo! Se tocaan la caeza, almiraos, cuando conocieron loh metaleh y loh usaron,.


Pero un día, por el Norte, dí´otroh lugareh, llegó gente d´ia caallo, con cruh y con ehpáa, rompiendo loh cántaroh di´agua y pisando loh sembraoh: - ‘‘¡Dichosos los que trabajen para mí - eh que dijeron esoh hombreh - porque para Dios trabajan! ¡Sed humildes y conoceréis la abundancia!’’


Eran unoh hombreh de hierro, eh qué, que relumbraan con el sol, contaan loh viejoh. Los ojoh, lah manoh, el alma, tuito era de hierro. Y ahí ehtuvieron, matando gente mucho tiempo.


¡Así eh que ya...!, las cosas comenzaron a andar mal en esa tierra. Loh lugareñoh, tuvieron que comenzar a traajar pa loh caalleroh e hierro. Y algunoh de loh oriundoh, traicioneroh, e puee icir, ayuaron e tan guena gana a los forasteroh, mehclándose con elloh, que s´ualma tamién se leh convirtió en hierro, eh qué. Aunque otroh tantoh oriundoh, comenzaron a luchar en contra e loh hombreh y hierro. Y esa lucha, ¡no paró hahta que se hicieron unah zanjah grandísimah...!


P: ¿Qué zanjas? ¿Qué cosa es eso de las grandes zanjas?


R: Gueno…, sucedió que con loh añoh, y siempre por el norte, llegaron otroh hombreh, tamién forasteros. Pero éhtoh, no traían na lah ehpáah a la vihta, sino escondíah, ebajo del poncho, eh qué:


‘‘¡Que la abundancia sea de aquel capaz de proveérsela!’’, platicaron éhtoh. Y se confundieron con el verde el cobre y e loh pahtizaleh.


Loh qui´anteh habían traicionao a su gente, haciéndose sirvienteh e loh que tenían l´ehpá y la cruh, agora sirvieron a estoh otroh hombreh, y repitieron suh palaurah. Repitieron suh palaurah y suh actoh. Y si ricoh se habían hecho con loh hombreh e hierro, máh ricoh s´hicieron repitiendo lah palauras e loh hombreh del Norte, que traidan el billete verde.


Loh viejoh antiguoh, contaan que loh lugareñoh que s´ihabían hecho ricoh, eran como si jueran ovejah. Loh forasteroh del Norte, tenían una bolsita, eh qué, con monedah, amarrá´l cuello, com´un cencerro. Así eh que cada veh que loh del Norte querían ordenale algo a lah ovejah, agitaan la bolsita con moneah y aquellah corrían en piño.


Y así, enriquecioh, loh ricoh no perdieron tiempo, y jueron juntando en la curtiembre, al sobador de cueroh, y junto al torno, a loh torneroh. El zapatero a suh zapatoh, y a lah calderah el calderero. Muchoh lugareñoh, en ese tiempo soltaron el arao, eh qué, y por el humo de lah chimineah, se jueron guiando hashta llegar a loh puelos, y allí ya, s´hicieron obreroh.


Fue mucho el gentío que s´iamarró a loh puebloh. ¿No ve que loh valleh eran angostoh y chiquititoh? Lah mujeres, ya no sólo jueron maireh, sino que tamién salieron a ganarse el pan de cada día, con loh chiquillos colgando, o al cuidao e l´agüela.


Loh fineh e semana, pa botar lah amargurah, loh obreroh cantaban en la cantina: ‘‘Claro que tomo, compaire,/porqu´es mi vicio,/ sí, pero no chupo sangre/ como loh ricoh.’’


Y así…, entre albah y atardecereh, la araucaria se jue queando sola, y el canelo sagrao comenzó a morir de chicha y de pena. El pobrerío se quedó a l´orilla´el camino, boquiando, como loh pehcaoh que se ejan en la rivera´el río...


P: ¡Ah, ha! Pero lo de las grandes zanjas, don Eleuterio, ¿cómo fue eso, lo de las zanjas?


R: ¡Sí, sí, pa allá voy, pa allá voy! Eh que toa hihtoria tiene su hihtoria... Sucedió, que dehpuéh un tiempo, loh forasteroh el Norte le dijeron a lah ovejah, haciendo retintinar la bolsita con lah moneah:

‘‘Si quieren muchas bolsitas como ésta, hagan leyes, pongan orden, y les llenaré sus bodegas de dinero.’’


¡Ya, entonceh¡, se juntaron lah ovejah y dijeron: -‘‘Hagamos una Ley que establezca por ley que la riqueza es para el rico, y para el pobre la pobreza.’’


Y d´entre lah ovejah, nombraron de jefe a un cabrón. Se cruzaron lah espáas, es qué, formando un arco. Y por debajo el arco pasó el cabrón, seguío e toah lah ovejah. Tomaron suh guenoh cachoh e chicha, y enterraron la pluma e ganso ebajo d´iun castaño:


‘‘De ahora en adelante se cortan las amarras, y el que se cae al agua se lo lleva la corriente!’’


Loh pobreh escucharon el ruido e sableh, solamente, porque aún leh faltaba entendimiento.


Sólo algunoh oriundoh, habían comprendío la palabra d´iotro lugareño poure, que había encendío un chonchón en el corazón e lah salitrerah, muchoh añoh anteh. Pero, mi caallero, pa quemar lah cohtumbreh - que son como lah mulah empacáh -, no basta na con un chonchón. Hace falta una hoguera.


El río s´hizo más grande, entonceh. Máh grande s´hizo el río que separaba a loh pobreh e loh ricoh. Y caa cierto tiempo, el río se teñía e rojo, y pasaban flotando loh dehcontentoh, camino hacia el mar eterno...


Entre terremotoh y temporaleh, entre decretoh, muerteh y leyeh, e la pobreza del poure jueron saliendo lah riquezah:


‘‘Te lo juro, amor, a Disneylandia, con todos los chiquillos, para las Navidades!’’, ecían loh del billete largo.


Pero así como el agua quieta se esehpera y tiembla, y gorgorea, cuando la abraza el fuego, así hervía la poureza en el ‘‘estomo’’ el poure.


Pero naiden le ponía remedio a la miseria. Así es que así las cosas, un dotor, oriundo de aquellah tierrah, icen es qué, salió por loh cerroh y arenaleh, amarrao a lah lianah e trigo, sujetándose en lah correah e loh tornoh, en otrah, amarrao con hebrah e cobre, haulándole al pobrerío:


‘‘¡Como la gavilla de trigo hay que juntarse, como la viruta debajo del torno!’’, es que icía el dotor.


Y con el dotor andaan unoh güainah, que aproechando lah algah marinah con lah que andaban amarraoh, lah tensaan como cuerdah e guitarra, y se ponían a cantar:


‘‘Levántate, y mírate las manos...’’ Y el pourerío se hacía la ilusión que cortaría lah amarrah e su miseria.


Ahí mehmo, el cabrón de lah ovejah, agitó el cencerro, con tanta juerza, que se dehprendieron algunah moneah de la bolsita, y lah ovejah corrieron con la idea de poner el hocico ebajo´el cencerro. Pero sucedió que en su loca carrera, lah ovejah pasaron por el medio d´iunoh zarzaleh, y allí quearon enredáh. Y no podían salir del enreo, tironea que tironea. ¡Y benaiga Dioh, ígame uhté! Cuando lah ovejah salieron por fin del zarzal, no eran na ovejah, mi caallero, eran loboh. La piel de oveja se leh había quedao enredá en lah zarzah, ¡es qué!... Y d´iahi viene el dicho, ese: “lobos con piel de ovejas”. Ya, entonceh, al ver éhto el cabrón:


‘‘Se cierran ambas Cámaras hasta nueva orden!’’, dijo. Y se sacó la piel de oveja: ‘‘Preparen las fosas’’ -, agregó.


Lah manáh de loboh aullaban en medio e lah ciudadeh y campoh, según contaban loh viejoh, rompiendo a dentelláh lah amarrah de familiah enterah que s´iban güardabajo e loh cerroh, ¡con chiquilloh chicoh, ígame uhté! Lah maireh lloraban por loh caminoh y plazah, por lah cárceleh y cementerioh, buhcando a suh hijoh desaparecíoh...


Y como el río leh queó chico a loh loboh, pa echar tantísimo muerto, el mar jue la fosa común d´ese pueulo...


‘‘Superarán otros hombres este momento gris y amargo’’, eh que dijo dijo el Dotor entre lah llamah e La Monea, cuand´iba cayendo cerro abajo. Mientrah su gente dihcutía ‘‘¡que sí, que sí, que tú teníh la culpa! ¡Que no, que no, que la culpa eh tuya!’’. ‘‘¡Yo digo ésto, que yo digo est´otro!’’. Y loh loboh, déle bala contra el pourerío que arrancaba a la dehbandá. Y uhted sae, mi caallero, n´uhay soga firme si no s´iunen loh cáñamoh.


Así eh que ya…, casi sin darse cuenta, loh humirdeh y suh defensores, jueron cavando lah zanjah a su alreedor, defendiendo suh razoneh: ‘‘¡Que sí, que sí!’’ ‘‘¡Que no, que no!’’. Y lah zanjah se agrandaban, separando los peazoh e tierra, empezando a formar ehte archipiélago.


Cuando cayó la última bomba en la Casa e Gobierno, lah zanjah s´hicieron tan projundah, que loh peazoh e tierra d´ese paíh, angohto y largo, salieron navegando a la deriva, con la gente arriba d´elloh, gritando enardecía: ¡que sí que sí!, ¡que no, que no!, mientrah loh loboh dihparaban a mansalva y seguían echando gente al mar.


Milloneh d´islah, comenzaron a navegar por cieloh y mareh, alejándose unah di´otrah... Y se ehcucháan lah voceh, lejanah, perdiéndose detráh e la neulina : ‘‘ ¡que sí, que sí!’’.... ‘‘¡que no, que no...!’’ Cad´uno en su´ihla…, navegando a la deriva..., caa veh máh separao un ihlote d´iotro…


Y dicen que loh loboh enriquecíoh, se quearon con lah güellah e lo que jue aquella larga faja´e tierra..., se quearon con el mejor piazo el archipiélago. Y fíjese uhted, pa que vea cómo son lah cosah: esoh loboh enriquecíoh, se pusieron tan ambiciosoh y soberbioh, que - según contaan loh viejoh - llegaron a tranjormarse en jaguareh.


Y yo no sé si será verdá, pero loh viejoh ecían, que en esa huella larga y angosta, a pesar qu´ian han pasao y pasao loh añoh, algunah nocheh, mientrah loh jaguares duermen, dehde suh entrañah mehmah, leh parece ehcuchar tuavía el rumor de loh antiguoh dehfileh…, y creen ver banderah agitándose... Entonceh, loh jaguareh, eh qué, se dehpiertan por medianoche sobresaltaoh, “difariando”, remeciendo a su jaguara:


- ¡M’hijita, la pesadilla, otra vez! La misma pesadilla: soñé que yo era un cabrón! ¡Y que los archipiélagos querían volver a unirse, para ver salir el sol detrás de las montañas....!






Nelson Villagra G.

La Habana, 1979.

jueves, 4 de febrero de 2010

EL POETA ASESINO

de Eduardo Chillida, El peine del viento





NOTA: Sólo he cambiado los nombres de los personajes y he puesto un título. El resto, es casi un registro textual.



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Querido Guille. Inolvidable amigo. Me toca hoy a mí despedirte, y despedirte para siempre... Nicanor Parra ya lo dijo: “La partida tenía que ser triste, como toda partida verdadera...”
¡Qué puedo agregar yo ante tamaña congoja...! Aquí está tu mujer, Carla..., y Rebeca, tu hermosa hija. Aquí estamos tus amigos, numerosos como puedes ver, ante tu féretro. Bien, no vamos a discutir si ves o no ves, yo sé que a ti te molestaba la catacresis en el lenguaje coloquial. Como científico, exigías objetividad a la palabra. Por eso mismo escuchábamos con tanta atención tus opiniones, con tanto respeto y admiración.
Tu mujer y tu hija no me dejarían mentir, de manera que si digo que tu perspicacia y lucidez para hacer un comentario crítico eran de envergadura salomónica, solamente estoy expresando la estricta verdad. ¡Con qué sutileza sabías desmenuzar un poema, una obra literaria! No miento al decir que ni Alejo Carpentier ni Borges, sabían calar tan hondo como tú en la apreciación de un texto literario. ¿Derrida, tal vez...? No te gustaban las metáforas en el habla cotidiana:
- Se prostituyen – decías -. Hay que preservar las metáforas para la palabra escrita, porque con ellas el lector asciende como el príncipe al oráculo... Por ejemplo tu poesía, Carlucho - me elogiabas -, tiene la grandeza de una pirámide. ¡Hay que ascender a ella!
Confieso que la primera vez que hiciste un comentario de ese tipo a propósito de mis poemas pensé que bromeabas. Pero no, lo decías muy en serio:
- Carlucho, tú no sabes el gran poeta que eres, me repetiste muchas veces. ¡Qué bien escribes, Carlucho! Créeme que te envidio. A veces - agregabas -, estoy entre las cubetas del laboratorio, y repito versos tuyos que acuden a mi espíritu al azar, y me digo, “Carlucho, como todo gran creador, no sabe lo grande que es”. Créeme - me insistías -, cuando repito tus versos, me emociono una y otra vez. En esos instantes, detengo mi trabajo, me acerco a las ventanas del laboratorio. Y dejo que mis ojos se humedezcan plácidamente, invadido por la belleza de tus palabras, Carlucho, de tus sinécdoques: “Lluvia, no me mojes tanto/ que de lágrimas estoy ahogado”... ¡Hermoso poema! ¡Cómo es posible que un hombre sea capaz de generar tanta belleza! ¿Y sabes, Carlucho? – me insistías -, cuando ya parece que mi alma se aquieta, me emociono aún más, pensando en tu modestia. ¿Por qué no publicas, Carlos? ¡Debes hacerlo! ¡Carlucho – me remecías de los hombros -, debes romper tu actitud de no poesía!
¡Ah, querido Guille! ¡No me avergüenzo de contar todo esto, aquí delante de tu féretro, ante tu mujer y tu hija además de tus amigos:
- ¡Eres un egoísta! - me reprendías -. ¡Cómo se te ocurre jugar al poeta anónimo! ¡Tu poesía no existe si otros no la leen! ¿Tú crees que es fácil hoy en día – me decías con pasión - encontrar otro poeta que encuentra sus pares solamente en Virgilio, Dante, o tal vez en algún soneto de Shakespeare? ¿Crees tú que es justo que todos los poetillas de este país publiquen sus ridiculeces con el nombre de poesía, y tú, negándote a dar el paso, el salto definitivo? ¡Si tú escribes muy bien, Carlucho! ¡Convéncete! Pero el resultado de tu modestia es que escribes “no poesía” - fíjate, eso es más que un antipoema, Carlucho -, porque en nadie resuenan tus versos. Y citabas al azar alguno de mis versos: “La noche/ llora estrellas/ porque nadie la comprende...” Y continuabas reprendiéndome: ¿Quién ha dicho esa maravilla en este país? ¿Ah? ¡No te quedes callado, Carlucho! ¿Sabes? - me decías -, me obligarás un día a entrar furtivamente en tu escritorio, robaré tus escritos y los llevaré a un editor. ¡Yo no puedo permitir que el Hombre, sea menos humano porque no conoce los poemas de Carlos Amaro Rojas!”
¡De manera que cómo decirte adiós, querido Guillermo Shwinsky! Mirándote ahora, dormido, se me vienen a la cabeza los versos de otro de tus preferidos, Manrique: “Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando...” Recuerdo, querido amigo, cuando insististe en presentarme a Armando Uribe.
- Ese es un hombre que aparte de sus pocos amigos, se ha hecho de varios enemigos porque dice la verdad, me dijiste. Y cuando Armando se equivoca también lo hace de verdad. Quiero que Uribe Arce conozca tus poemas.
Ay, querido, Guille, no paraste hasta que conseguiste una cita con él... Cita a la que nunca llegué, tú lo sabes..., nunca llegué. Sé que me esperaron durante dos horas. Me esfumé... Simplemente me esfumé.
- ¡No quiero verte llorar sobre tus poemas! ¡Desaparece de mi vida por lo menos un mes!, me gritaste...

Vagué de café en café ensuciando las nobles servilletas con mis atragantos versificados... “La princesa está triste/, qué tendrá la princesa...”, parodiaban mis alumnos a Darío, burlándose a mis espaldas mientras yo escribía en el pizarrón el tema del día...
¡Ay!, querido Guille!... Qué consolador fue para mí sin embargo cuando antes de un par de semanas escuché la voz de tu mujer al teléfono:
- ¿Carlos? – me dijo Carla -, es necesario que vengas a casa. Guillermo quiere hablar contigo a propósito del cumpleaños de Rebeca.
¡Inolvidable amigo! Ahora que has muerto, ante tu féretro me atrevo a develar el secreto. En realidad no me llamaste para hablar de Rebeca. Sucedió que te habías topado con uno de mis poemas traspapelado entre tus documentos del laboratorio. ¿Te acuerdas?
- Toma, me dijiste - lanzando la hoja sobre tu escritorio. Caminaste hacia la ventana y de espaldas a mí, antes que yo alcanzara la hoja, preguntaste emocionado: - ¿Cuándo escribiste eso...?

No lo sé, fue mi respuesta. No tengo el hábito de poner fecha a lo que escribo.

- ¡No! ¡Déjalo! ¡No lo toques! -, ordenaste. Y girándote me dijiste cara a cara: ¡Un hombre como tú no merece haber escrito ese poema! Tal vez en lengua castellana jamás se hayan escrito versos tan sublimes y profundos... Si tú hubieras nacido en Francia, Rimbaud y Verlaine serían hoy poetas olvidados. Dejaste una pausa: ¿Sabes que por fin se ha decodificado el genoma humano?, me preguntaste...
La pregunta me desconcertó... Y tú entonces, agregaste:
- Para que sepas, ese poema tuyo ¡decodifica el genoma del alma humana! Y enseguida me gritaste: ¡Bruto! ¡Onanista! ¡Estás enfermo! ¡Vete a ver un doctor, que te encierren en una celda, que hagan algo, – comenzaste a pasear por tu estudio, furibundo -, porque tengo ante mi vista al monstruo del egoísmo...!
¡Cómo te exasperaste, Dios mío!... Guille, te dije, tú crees demasiado en mí, y no es para tanto... Pero ya no me escuchabas...
- ¡Y no se te ocurra comentarle algo de esto a mi mujer o a Rebeca! Mañana hablaremos del cumpleaños de Rebeca. Pero yo tenía que decirte esto. Y te lo voy a poner definitivo, agregaste concluyente: Debido a la admiración que tengo por tu talento he tomado la siguiente decisión: si en el plazo de un mes, a contar de hoy, no haces ninguna gestión para publicar tus poemas, quiero que nunca más nos llames ni a mí ni a Carla ni a Rebeca. Fíjate bien en lo que digo: sólo te pedimos una ¡gestión!... No sabes cuánto me duele lo que digo, murmuraste. Me angustia tu desprecio por tu propio talento, ¿entiendes? Yo debo operarme de una hernia el próximo lunes, luego que celebremos el cumpleaños de Rebeca. Será cosa de tres o cuatro días. De manera que estaré vigilante de tus gestiones, ¿está claro?...
Gracias, Guillermo, fue todo lo que atiné a decir, y comencé a salir cabizbajo.
- ¡Espera!, dijiste estirando tu mano. Toma, llévatelo. Ese poema debe ser el epílogo de tu libro.... Si algún día decides que los editores lo conozcan, se pelearán el privilegio de publicarte...

¿Quién podrá llenar este vacío sideral que nos deja tu partida, Guillermo Shwinsky? ¿Será capaz el Tiempo de consolar a tu querida mujer y a tu adorada hija?... ¿Tú crees que me consolaré leyéndole a los muchachos pasajes de Dante o de Virgilio, para que luego en la prueba, los alumnos confundan Virgilio con vigilo y diantre con Dante?... Valoraste con tanta rigurosidad mis modestos poemas, que dudo mucho que pueda encontrar un crítico, un editor que tenga tu sagacidad:
“¿Frémito bréfico/ de mis pegásides,/ azanca que emerges como emesis/ de mi corazón exangüe...?”, citabas inspirado otro de mis poemas, para enseguida decirme alterado: ¡Dime, dime, Carlos Amaro Rojas!, ¿qué otro poeta ha escrito versos tan depurados en lengua castellana?...

Ay, Guillermo, querido amigo, despidiendo hoy tu cuerpo inerme, me dan ganas de gritar ¡septicemia traidora...!, te llevaste a Guillermo, obedeciendo a tu patrona que a todos nos espera con la guadaña en la mano. Recorriste sus venas, sus células con tu ponzoña... Septicemia generalizada, fue el fatídico diagnóstico de la medicina...
Sin embargo, yo te despido, querido Guillermo Shwinsky ante tu mujer, tu hija y tus amigos, confesando un tremendo cargo de conciencia: en el fondo de mi alma de modesto escribidor de versos, sé que ayudé a tu muerte... con mi excesiva modestia...