jueves, 12 de junio de 2008

El ánima, nuestro misterio









Desde que pude entrar a Chile en 1989, mis regresos a este país siempre han estado llenos de contradicciones: se me provocan profundos rechazos a la vez que amores incondicionales. Poco o nada queda de la triste y pobre Capitanía de Santiago del Nuevo Extremo. Qué bien. Al menos se tiene la ilusión que hemos pasado la etapa de la Conquista. En todo caso esta antigua Capitanía, hoy no necesita identificarse como Santiago de Chile, basta con decir Santiago de las Torres.



La opulencia y la pobreza en el Santiago de hoy se expresa tajantemente: la una, llena de torres de cristales o espejos, preguntándose unas a otras “quién es la más hermosa”; la otra, resentida en su miseria lanzando cuchilladas arteras a sus seres amados, pero incapaz aún de exigir sus derechos sociales.A los chilenos nos castigó la boca, si nos medimos por Santiago: parecemos un país “bananero”, sin bananas. Nuestros políticos aparecen tan faranduleros e inútiles como lo eran aquellos de las dictaduras latinoamericanas de las primeras décadas del S. XX. Sólo falta el Benemérito lleno de entorchados que se pasee en una carroza de oro saludando a su “querido pueblo”, para completar la imagen.



Y sin embargo…, y sin embargo… Presiento que hay un Chile mayoritario que por el momento sufre fundamentalmente de desencanto. El desencanto no exige organización, no exige coherencia, no pone en cuestión a nadie, cada uno se la come con su propia cuchara. Basta con no creer en nadie ni en nada. Y para los “intelectuales” ser permisivo – amplio de criterio - es una postura que les permite vivir en paz con su conciencia.Mirando en la calle o en el Metro a los chilenos - éstos de Santiago -, dan la impresión que se fueron “pa`entro”, la cucharean solos con su almohada.



En apariencia, conversan, se ríen, pero en el fondo ni siquiera se atreven a compartir su propia mierda. “Vivimos en el país del éxito, huevón, ¿cachái?” Cantitos por aquí, cumbias por allá, teleseries por acá, celulares a montón, etc., y a vivir con las huevas ocupando el sitio de las amígdalas porque no hay cómo pagar el crédito - su forma de subsistencia - a fin de mes.“No hay mal que dure cien años ni…” La Democracia - esa cosa que en Chile se practica en el parlamento y en La Moneda -, perdió el reloj y el calendario, tal vez pensando que la cultura del consumismo atonta más que un golpe en la cabeza. Las tarjetas de crédito - sólo falta que las ofrezcan en las “boutiques de la cuneta” – son más entretenidas que el circo romano. “La ilusión la esparce el aire y una niña jardinera”, dice la cueca.



No nos preocupemos, la gallá no cacha, no cacha, se dicen los lobos pastoreando a las ovejas en las praderas:“Vamos bien, dijo el conejo, / viendo al zorro en su reposo. / Aquél, ignora el acoso / detrás del hermoso espejo, / cegado por el reflejo. / Así le pasa a los hombres, / aunque les falte o les sobre, / hembra o macho da lo mismo, / su ambición les marca el ritmo / para ganarse unos cobres”.Y en medio de la ostentación del consumo, en medio de las petulantes torres que huelen a lavandería, y a pesar del desencanto de quien roba, mata, se corrompe, existen minorías - fugitivos que lograron escapar de la jaula - que a duras penas preservan su conciencia crítica, aunque viviendo el conflicto de tener que subsistir propagando la estulticia.En medio de la ambición sin sentido, en medio del vaciamiento colectivo, como en una suerte de burbujas de energía, existen aún los creadores y artistas, ajenos a la farándula, porfiando en alimentar y recrear la vertiente natural del placer estético. Existen también las llamaradas de paja de los pingüinos y de otros sectores sociales que de vez en cuando sacan la cabeza de la jaula.



Determinados grupos de artistas e intelectuales forman por el momento una suerte de archipiélago. Son “resistentes culturales”. Resisten ante el consumismo, ante la idiotez, ante el festineo de todos los valores que ayer constituyeron la cohesión del colectivo social chileno.Este, mi país, es hoy una alta y estrecha meseta de la cual desciende una larga y angosta escalera. En esta última, cada uno vive en su peldaño cuchareando su propia mierda.
¿Por cuántos años más?
¿Las placas tectónicas serán las que nos preñan con el carácter espasmódico?
¿Será posible que la casta empresarial de este país, la casta política, militar y religiosa, como los monstruos mitológicos necesiten del sacrificio humano, de la sangre y la masacre periódica para retroalimentarse?



Por razones de trabajo viajo a Chillán, mi ciudad natal. Llego casi de noche. Desde el bus que me lleva a las Termas de Chillán, lugar en que filmaré una película, alcanzo a distinguir la calle Libertad, la avenida Collín. Mi memoria emotiva se desata como un torrente, inenarrable.Detesto todo lo que he escrito más arriba en esta crónica, no me gustaría haberlo dicho. Como todo sentimental quisiera detener mis pensamientos en las carretas de carbón o en las mulas que entraban a Chillán desde la costa a vender cochayuyo y pescá seca. Quisiera pensar que a pesar de todo otro Chile es posible.Inmensos Coigües, Lengas, líquenes colgando como cabelleras de doncellas encantadas; bosques milenarios, rocas y arenas que hirvieron quizás hace millones de años me quitan la palabra. Asciendo en silencio la montaña, y el peso de la naturaleza me abruma, me abisma, me sublima como en el acto de amor. Quiéralo o no soy un grano de arena más, una hoja que pertenece a este poderoso paisaje cordillerano.



En Vaudreuil-Dorion tal vez yo sea tan sólo un tronco carcomido por los años. Sin embargo al igual que los viejos coigües de ésta, mi cordillera, gracias al amor de mi familia québécoise, logro aún allá en lo alto de mi ánima, fecundar ramas nuevas repletas de hojas que conviven con los pájaros y el aire del mañana.






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